La supervivencia de los diarios impresos está seriamente amenazada. El coronavirus les ha ocasionado perjuicios demoledores, al igual que a otros diversos sectores económicos.
Pero el gremio periodístico encierra una particularidad digna de nota. Sus índices de circulación ya vienen cayendo a plomo, de forma consecutiva, desde hace más de trece años. En tan largo periodo, no hubo un solo ejercicio en que registraran alza alguna. Por el contrario se anotaron un batacazo tras otro.
Así, los cinco principales medios nacionales venden hoy un 80% menos de copias que en 2007. Si tomamos como indicador el número total estimado de lectores, las magnitudes resultan también calamitosas. En el mismo intervalo pasaron de 14 a 5 millones en números redondos.
Tras la declaración del estado de alarma a mediados de marzo, los editores acordaron taimadamente no hacer públicas sus ventas. Arguyeron como justificación el carácter excepcional de las circunstancias del mercado, pues los ciudadanos estaban aislados en sus domicilios y no podían acudir con regularidad a los quioscos. En vista de ello optaron por abstenerse de facilitar datos en lo sucesivo.
Y solo un cupo muy corto de empresas siguió divulgando el monto de las tiradas a la Oficina de Justificación de la Difusión (OJD), el órgano que certifica y audita la cofradía de marras.
El cerrojazo informativo se mantuvo en marzo, abril, mayo y junio. En la fascinante era de la comunicación instantánea y las estadísticas de todo tipo al minuto, los amos de las corporaciones periodísticas cubrieron con un espeso manto de ocultismo cuatro meses enteros. Pero como la situación depresiva tiende a perpetuarse no han tenido más remedio que levantar el veto. En consecuencia, ya se conocen los resultados de julio y agosto, salvo los de La Razón, que sigue sin suministrarlos a la OJD. Como era de esperar, el desempeño de las principales cabeceras conserva el signo negativo, sin excepción.
Las cinco primeras, a saber, El País, La Vanguardia, ABC, El Mundo y El Periódico de Cataluña, arrojan durante los dos meses veraniegos una escuálida difusión conjunta de 272.000 copias en julio y 279.000 en agosto.
Ambas cantidades implican retrocesos del 30% y el 26% en relación con los mismos meses de 2019.
Para calibrar el grado del marasmo imperante basta recordar que 15 años atrás, un solo diario, El País, colocaba cada mañana casi 450.000 ejemplares. Pues bien. Hoy ya no queda en España ningún medio impreso que alcance los 100.000. El País se mantiene líder con 75.800. Sigue a muy corta distancia La Vanguardia con 67.500. A continuación vienen ABC con 54.000, El Mundo con 47.500 y El Periódico con 34.600.
Los mentados guarismos corresponden a la difusión ordinaria de pago. Esta se compone de dos rúbricas. Una es la de las suscripciones. Otra, las ventas en los quioscos. Este último negocio ofrece también cifras mínimas en muchas décadas. El País contabilizó en agosto 59.500, ABC 38.800, El Mundo 35.400, El Periódico 21.400 y La Vanguardia, 17.300.
El veterano rotativo del Grupo Godó es el que ha sufrido menores daños durante el encierro obligatorio. Tal diferencia se debe al fidelísimo cuerpo de suscriptores de La Vanguardia, integrado por una masa de 50.000 ciudadanos. Se trata de la más nutrida de su género en toda la península, si bien su edad media se va elevando incoerciblemente. De hecho, el censo de los abonados mengua año tras año por las bajas, y en particular, las provocadas por las defunciones. De ahí que semeje muy probable que antes de terminar el año, la histórica Vanguardia pierda la mítica barrera de los 50.000. En todo caso, el declive del colectivo de los afiliados evidencia un ritmo inferior al que experimentan los puestos de prensa en las vías urbanas.
Un aspecto preponderante del estado de cosas descrito radica en que las cinco primeras empresas del ramo citado han puesto en marcha sus propios portales digitales. Estos revelan una concurrencia de usuarios que se sitúa entre las más copiosas del país. Pero su pujanza reviste consecuencias indeseadas para los grupos respectivos. Me refiero a que canibalizan en buena parte sus ediciones impresas. Y es que los tiempos han cambiado.
Hoy el grueso de los lectores de prensa consulta habitualmente las noticias por medio de su móvil, a todas horas y en cualquier lugar donde se encuentre.
De ahí que no sea exagerado afirmar que los rotativos clásicos están heridos de muerte. Si no se obra un milagro de proporciones bíblicas, en pocos lustros pueden llegar a constituir un mero recuerdo de un pasado otrora glorioso.