El éxito actual de Grifols germinó en un proyecto científico-técnico, cuya culminación confirma su vocación centenaria y de expansión. En plena crisis financiera del 2008, supimos que Grifols era el laboratorio que movía por el planeta todo el plasma de la Armada norteamericana; un cliente inacabable. Era la culminación de su penetración en EEUU, concretada a través de Interstate Blood Bank Inc. (IBBI), que incorporó 26 centros de plasma, nueve centros de donación de sangre y un laboratorio de análisis. Todo ello con el nihil obstad de la Food and Drug Administration (FAD), el organismo regulador farmacéutico más exigente del mundo. El segundo gran paso se ha producido este mismo año 2020: la alianza estratégica formalizada con Shanghai RAAS, compañía líder del sector de los hemoderivados en China. Además, la empresa española cotizada ha comunicado, hace unos días a la CNMV, la compra al grupo surcoreano GC Pharm, poseedora de una fábrica de fraccionamiento de plasma, dos plantas de purificación en Canadá y once nuevos centros de donación en EEUU. Esta última operación, realizada por un total de 400 millones de euros, le permitirá a Grifols fabricar inmunoglobulina y hacerse con una posición hegemónica en Canadá y Norteamérica.

Grifols cotiza en el Ibex 35 y es una de las estrellas del Nasdaq, el mercado de las tecnológicas, con sede en Nueva York. No es ninguna casualidad. Todo empezó en 1909, cuando Josep Antoni Grifols i Roig fundó un laboratorio de análisis clínico. El pionero y su hijo fueron conocidos como los sanguijuela, siguiendo los usos populares del apodo en función de la especialidad, como le sucedió al jeringuilla, Josep Maria Rubiralta, o al Doctor Biodramina, el célebre químico Joan Uriach, creador de la pastilla que combatió el mareo en los cruceros nupciales de la Transmediterránea y evitó el vómito a los turistas de cubierta en los últimos vapores oceánicos de la Trasatlántica.

Salto cualitativo

Grifols i Roig empezó realizando estudios bacteriológicos en las primeras décadas del siglo pasado; una etapa en la que, para combatir las numerosas septicemias, él inventó la flébula respiratoria, antecedente de las prácticas actuales en pacientes faltos de oxígeno, como los enfermos de coronavirus. Después de la batalla de Verdún, llamada por el poeta y combatiente Paul Valery “la guerra dentro de la Gran Guerra”, Grifols i Roig patentó el primer instrumento para realizar transfusiones sanguíneas a distancia. Ya en 1940, terminada la contienda civil española, los hijos del pionero, los hermanos Josep Antoni y Victor Grifols Lucas, el primero hematólogo y el segundo químico, iniciaron la producción a gran escala del plasma liofilizado. Pusieron en marcha el primer banco de sangre privado, el Hemobanco Grifols y publicaron en el prestigioso British Medical Journal la aplicación de la plasmaféresis en humanos.

El consejo de administración de Grifols, en la junta de accionistas de la compañía / EP

Grífols Lucas marcó el salto cualitativo de los laboratorios de origen familiar, en una época glosada en las memorias del gran químico Joan Uriach (Chairman de Uriach SA). Este último revela las peripecias de Grífols y de otros emprendedores de la farmacología catalana, en los años de barbarie, resumidos por la memoria de Josep Benet en De l’esperança a la desfeta. Recreando la Barcelona encendida por la lucha de clases, Uriach cuenta el pasmo que vivió de niño (en abril del 1936) cuando su padre se desplomó moralmente, presa del desánimo que le causaron los asesinatos de los hermanos Badia, casi en la puerta de su domicilio, ante la incapacidad de los médicos por falta de plasma para salvar las vidas de los políticos de Esquerra Republicana, abatidos por pistoleros de la FAI.

Cambio de modelo económico

Corría el último suspiro de las Academias que promovieron a naturalistas y biólogos. La Sociedad Linneana de Londres, dedicada a la taxonomía de las disciplinas científicas, realizó debates entre sus miembros en los que la cuestión del plasma y la existencia de empresas como Grifols tenían un papel destacable. En la España de posguerra, el abandono de la Institución Libre de Enseñanza (nido de Ortega y Marañón, figuras señeras del conocimiento) allanó el camino de su alternativa, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CESIC), apadrinado entonces por el reformismo del Opus Dei, y convertido hoy en la simiente de la alta investigación con fondos públicos.

Víctor Grífols y Artur Mas en una fotografía de archivo / EFE

 La plasmaféresis de los Grifols tuvo que esperar a lo largo de dos décadas, hasta la llegaba del cambio de modelo económico, aún en plena dictadura. En 1960, Grifols dio un paso internacional coincidiendo con la convertibilidad de la antigua divisa y la posibilidad de cerrar intercambios internacionales nominados en dólares. Doce años después de Bretton Woods --la fundación del FMI--, con el fin de la autarquía económica en España, Grifols unía la invención científica y el negocio global. Abrió una planta productiva en Parets del Vallès (Barcelona) dedicada al fraccionamiento del plasma, a la fabricación de soluciones parenterales y a la instrumentación científica. Pero la explosión de su éxito tuvo que esperar casi un cuarto de siglo, en 1987, cuando la tercera generación de la saga liderada por Victor Grifols Roura creó la cabecera, Grupo Grifols. De aquella holding cuelgan hoy las empresas de diagnóstico clínico, la producción de derivados del plasma, las soluciones parenterales y la empresa comercializadora de estos productos. Con Grifols Roura al frente, Grifols inició su apuesta por la expansión internacional gracias en gran parte a la albúmina, un  producto biológico, autorizado por la FAD, junto a las tarjetas de tipaje sanguíneo basado en la tecnología del gel. Los centros de donación se extendieron por EEUU con la ayuda de SeraCare, la actual Biomat. Ya en 2003, Grifols se hizo con los activos de Alpha Therapeutic Corporation-Mitsubishi, incluyendo en la operación la captura de una planta en Los Ángeles.

¿Independencia?

En la primera década del siglo XXI, irrumpía la cuarta generación de la mano de Victor Grifols Deu, el actual Ceo, encargado de llevar a la compañía a la cotización bursátil, en 2006. Los Grifols y sus mejores cuadros explican con rigor que lo mercantil nunca nubló la mente de sus accionistas. En las dos primeras décadas de la actual centuria,  la empresa ha consolidado la Academia de Plasmaféresis de Grifols dedicada a la formación específica. Su primer laboratorio, abierto por el bisabuelo Grifols Roig, en la calle Deu i Mata de la alta Barcelona, se mantuvo siempre ligado al destino del Instituto Químico de Sarrià, el humus profesional generador de una cantera que, ya en su primera promoción, vio salir a cerebros contrastados, como Carlos Güell de Sentmenat (alcanzó la vicepresidencia de la antigua Cros), Carlos Ferrer-Salat ( fundador de los laboratorios Ferrer Internacional) o el mismo Juan Mas-Cantí, tres emprendedores de corte liberal, comprometidos con la europeización de España. 

Un trabajador de Grifols en una imagen de archivo / GRIFOLS

En los últimos años, la simpatía de Grifols Deu por la independencia de Cataluña ha dependido de su amistad con Artur Mas, más que con su afinidad con el desastroso procés. El último Grifols es de los que pusieron tierra de por medio en octubre de 2017, pensando en que la exigencia del mercado global no espera a los rezagados. En 2013, la adquisición de Talecris Biotherapeutics convirtió a Grifols en uno de los tres mayores fabricantes de plasma del mundo. Poco después, capturó la unidad de diagnóstico de Novartis y adquirió Hologic para entrar por la puerta grande en la llamada tecnología NAT (detección de ácidos nucleicos). Su alianza estratégica reciente con la citada Shangai NAAS ha sido su apuesta de futuro.

Grifols es una de las pocas empresas familiares catalanas que han sido capaces de superar el laberinto dinástico de herencias y derechos adquiridos. Está dotada de un protocolo familiar que ha cumplido con las expectativas de crecimiento. Su avance la ha convertido en una auténtica Sociedad Anónima Mercantil, en cuyo capital conviven el núcleo duro de los Grifols y un considerable free float en Bolsa que le permite captar recursos sin aumentar su deuda financiera. Sus ratios de capital dependen del éxito de sus apelaciones al mercado, marcadas siempre por la salud de sus cuentas. Detrás del brillo de los descuentos bursátiles y de sus pactos financieros con la banca, Grifols ha sabido mantener su reserva de valor: el plasma liofilizado, un material seco que viaja por el planeta y que se licúa en miles de hospitales.