Joaquim Torra ha empezado a enseñar sus cartas. Ha amagado un par de veces con convocar elecciones. El 4 o el 11 de octubre se señalaron como fechas más que posibles. Se ha comprobado que Puigdemont le “convenció” y Torra hizo un “pasapalabra” para dar tiempo a Junts per Catalunya a consolidarse como formación batiendo al PDECat, por un lado, y construyendo una dirección, por otro, sin olvidar la gran incógnita: el candidato.
El pasado fin de semana, el rumor que cogía cuerpo era la presentación de un candidato ante la inhabilitación de Torra por el Supremo. El elegido, Ferran Mascarell. No gustó a Torra esta posibilidad y en TV3 dejó clara su apuesta. Confrontación por desobediencia a la sentencia, y eso de presentar un aspirante alternativo nada de nada. Según Torra, convocará cuando crea conveniente, pero no lo hará un “tribunal español”, al que sitúa en el ámbito competencial de la “dictadura española”. O sea, dicho de otra manera, Torra piensa desobedecer y resistir. Cuando conozca la sentencia no dimitirá.
Le pasa la pelota a Pere Aragonès. El vicepresidente asumiría la presidencia provisional con la sentencia en la mano. ¿Lo hará? Esta es la cuestión. Si lo hace, será acusado de usurpador y de traidor a la Generalitat. Si no lo hace también desobedecerá y entrará en la dinámica de confrontación con el Estado que pretenden Torra y Puigdemont. Vamos, atacar al Estado de frente para apuñalar por la espalda a Esquerra Republicana.
Si Aragonès espera que los Mossos cumplan la sentencia del Supremo, quizás tenga que esperar sentado. Torra ha dado un golpe de mano. Pone a un fiel de Josep Rull, y por ende de Puigdemont y del propio Torra, al frente de la policía catalana. Torra no se fiaba de Buch, no fuera a ser que cometiera el error de acatar la sentencia judicial. De paso, ha fulminado a Àngels Chacón. Su delito, ser la candidata del PDECat en unas posibles elecciones. El tripartito independentista ha durado una semana. Algo más que su declaración de independencia. Vilallonga ha caído por razones bien distintas. Las críticas a su gestión eran un clamor desde el propio mundo de Torra. Pero el presidente catalán camufló la evidencia bajo la extravagancia y afirmó que los cambios eran para luchar contra la pandemia. Sinceramente, nos tiene por idiotas.
Si Torra desobedece, es evidente que lo harán todos los miembros de Junts per Catalunya. El conflicto está servido, en las instituciones y seguramente en la calle, en una especie de remember de 2017. Desobediencia y enfrentamiento, la clave de la estrategia de Puigdemont. Junqueras y los suyos deberán decidir, porque la amenaza de un paso atrás con un nuevo 155 en puertas podría agriar una convivencia que se ha recuperado, en parte, en estos dos años volverá a aparecer, porque el Estado no puede permitirse este desafío.
Convocar unas elecciones conlleva el riesgo de perderlas. Bajo este axioma, Torra no tiene intención de convocarlas, sino que busca aumentar la tensión con el Estado desobedeciendo al Supremo, garantizándose el control de los Mossos y poniendo contra las cuerdas a ERC, que, si no le baila el agua, será acusada de traición, de alta traición, para ser más exacto, con el único objetivo de doblegarla. La bronca coincidirá con una negociación presupuestaria en Madrid, lo que merma el margen de maniobra de Pedro Sánchez y que abocará a su Gobierno a una grave crisis institucional. Sánchez tendrá que tomar decisiones que no serán fáciles, porque Torra no quiere ponerlo fácil porque, sobre todo, quiere pasar a la historia, aunque sea a costa de los catalanes, que por si fuera poco padecemos una pandemia social y económica. Torra prometió que él lo haría mejor en la gestión. Que una Cataluña independiente sería un ejemplo. Visto lo visto, virgencita, virgencita que me quede como estoy.