El excomisario José Manuel Villarejo está a un paso de sentarse en el banquillo de los acusados. El juez de la Audiencia Nacional Manuel García-Castellón acaba de dictar dos autos de apertura de juicio oral contra el policía. Atañen a sendas piezas separadas, las primeras que se dirimen, del aparatoso conjunto de escándalos protagonizados por Villarejo.
Las andanzas pretéritas de ese individuo tienen a medio Madrid en vilo. El funcionario urdió tantas tramas, presuntamente delictivas, que el magistrado ha tenido que dividir el sumario en dos docenas de piezas. Es decir, lo que ahora se va a sentenciar es solo el aperitivo de un aluvión de procesos que se avecinan.
Los dos primeros se titulan “Iron” y “Pintor”. En el primero están acusadas 14 personas. Además de Villarejo, su esposa, un grupo de excomisarios y expolicías, amén de otros servidores públicos y abogados.
La fiscalía anticorrupción pide para José Manuel nada menos que 57 años de prisión. Le achaca el espionaje que realizó a un bufete, por encargo de otro despacho competidor. Como es habitual en él, utilizó todo tipo de artimañas.
La segunda pieza concierne a los empresarios inmobiliarios Juan y Fernando Muñoz Tamara, el primero de ellos esposo de la conocida presentadora televisiva Ana Rosa Quintana. Al parecer, encargaron a Villarejo que buscara trapos sucios de un industrial que les debía dinero. La fiscalía solicita 14 años a la sombra para el excomisario.
Este se encuentra en prisión desde noviembre de 2017. A la vuelta del verano se enfrentará a las dos primeras providencias. Significan el arranque de un interminable calvario procesal. Si no media un milagro más grande que el de Lourdes, puede determinar para nuestro personaje una larguísima estancia entre rejas.
Lo más chocante de este atronador contubernio es que los manejos y las malas artes de Villarejo eran vox pópuli en la capital del país. Toda empresa o particular que necesitaba resolver un asunto por las buenas o por las malas, sabía que recurriendo al sujeto podía poner fin al problema. Eso sí, previo pago de los carísimos honorarios del célebre malhechor. Su extensa trayectoria al margen de la ley le ha permitido amasar una fortuna de varias decenas de millones.
El comisario infiel grabó a todo quisque con el que despachó, desayunó, almorzó o cenó durante casi veinte años. Sus archivos sonoros, ahora en manos de la Policía y la Audiencia Nacional, almacenan miles de horas de diálogos con conocidísimos prebostes de la Villa y Corte.
Entre ellos figuran un sinfín de sobremesas regadas con finos caldos y licores, donde los interlocutores de Villarejo se sueltan la lengua sin misericordia. En definitiva, los audios son una bomba atómica cuyos efectos y alcance, al día de hoy, no pueden calcularse con precisión.
La siniestra banda de Villarejo perpetró pinchazos telefónicos a destajo y seguimientos las 24 horas del día. También hurgó en datos privados y metió las narices en bases de Hacienda, de tráfico y de las fuerzas de seguridad.
Trabajó para buena parte del Ibex. Por el momento, algunos de los sumarios abiertos apuntan a BBVA, a Iberdrola y a sus máximos capitostes pasados y presentes.
Lo que resulta increíble es que este espectacular montaje de claro corte mafioso haya podido mantenerse impunemente durante un periodo tan dilatado en la cima del sistema empresarial, con ramificaciones en los cuerpos policiales y la administración.
Casi tres años después de su detención, Villarejo afronta la primera de una larga lista de probables condenas. A estas alturas de la película solo se ha divulgado una minúscula parte de su explosivo arsenal de audios. Los medios informativos y los múltiples observadores que miran con lupa cada día la actualidad van a disponer de abundante carnaza por una larga temporada.