Der Spiegel señala a los cuatro líderes del mundo infectado: Donald Trump, Boris Johnson, Jair Bolsonaro y Vladimir Putin. Solo falta Quim Torra, la sonrisa horizontal, el president sin estrategia que ha exigido la gestión de la pandemia para acabar metiendo la pata hasta el fondo. Cientos de casos nuevos en Segrià ponen al descubierto la fuga de médicos de la comarca y la nula gestión de los temporeros en la recolección anual de la fruta. Se han multiplicado por siete los brotes y rebrotes; vientos de la pandemia agostan las riberas de los canales.
Lleida, tan pobre por fuera como rica por dentro, expresa su catalanismo herético; muestra sin empacho aquella sociología funcionarial que le dio encanto en otro tiempo, lejos del fuego cruzado de la razón. Su clase media expresa un quietismo inquisitivo; mella corazones, cuando culpabiliza a los jornaleros del sur hacinados en las granjas. Los botiguers se caen del guindo nacionalista para denunciar su debilidad extrema ante el confinamiento. Y la consejera de Salut de la Generalitat, Alba Vergés, estudia una nueva vuelta de tuerca: confinar a la gente en casa, como hizo en Igualada, su ciudad natal. Todos moros o todos cristianos, se dice a sí misma golpeándose con los nudillos su corazón contrito de buena chica, sin alforjas para el ejercicio de la política, pero con la piel del mentón tersa como los mejores cueros.
En la bella ribera del Segre suena la monotonía de lluvia tras los cristales, con encantadores profesores recitando a Machado y a J. V. Foix; en sus hospitales, esforzados facultativos y sanadores arreglan las cagaditas del Govern. A veces parece que nada ha cambiado desde los tiempos de aquel Dedo de Dios, mitra de la Seo Vella, en el claustro de altos ventanales góticos, donde una voz de bronce, s’allarga pels camins i escalfa els peus dels peregrins, (Màrius Torres). El alcalde de Lleida, Miquel Pueyo (ERC), lanzó invectivas contra Torra por no avisarle antes de poner a la ciudad en cuarentena. Pero cuando el misántropo president se puso en contacto con él, a toro pasado, el edil se deshizo en melindres.
Son así estos indepes; se venden por el plato de lentejas del cargo con tal de no declarar la pacotilla que los viejos marineros metían en los barcos sin declarar el flete. No ejercen si no es a base de prevaricar; disminuidos y sin autoridad moral, se caen siempre en el momento de los auténticos desafíos. Tantos años de ideología han destrozado la gestión del espacio público. No habrá interés general hasta que capoten las esteladas de la vergüenza. Pueyo mira a Madrid, un clásico, vamos: “El Estado no se ha hecho responsable de la afluencia de temporeros”. El alcalde dice que los temporeros “no son los responsables”; pero recalca lo contrario: "En días de confinamiento, en los que el Estado debía garantizar la no movilidad entre provincias, llegaron a Lleida personas de Canarias, Baleares, Andalucía y el País Vasco, entre otros orígenes.
Oh, Lleida, dolça i secreta (Màrius), perla del Poniente, hay muchas razones para amarte, pero de tu soledad solo respondes tú. En tus entrañables diarios, La Mañana y El Segre, reina el temor paralizante delante de la verdad, aunque a este segundo se le haya roto algo para publicar, en las últimas horas, varios artículos críticos con la gestión del coronavirus. Me añado: el cargo, señor Pueyo, no es ad infinitum; entraña exigencias. Michel Houellebecq dice, con su clásica mala uva que antes de morirse verá la quiebra de varios periódicos. No es el caso, pero sepan nuestros camaradas que la letra impresa exige el sacrificio de sus legiones.
Mientras tanto, en el sonido de fondo de la política española, el toque moderado de gente (activa o en excedencia), como Soraya Sáenz de Santamaría, Almeida y Ana Pastor se impone a la sobreexposición vocinglera de Cayetana. Pablo Montesinos, le beau mec de la derecha española, hace las paces partiendo peras entre ambos bandos con los puños de su camisa de lino volteados sobre la bocamanga de la chaqueta. Se apagan los quejidos en la cámara baja española, en cuyas paredes están grabadas la invectiva y la maledicencia, ¡de todos! Si se descuidan, a Sánchez y al primer ministro portugués, Antonio Costa, la próxima Cumbre de Bruselas les pillará en el Palacio de São Bento, cantando el Gràndola Vila Morena. A estas horas, la Comisión decide nuestro rescate. Están en jaque los 150.000 millones de euros que corresponden a España sobre el total de 750.000, que pone en movimiento Bruselas.
Nos hemos hecho merecedores de estas ayudas: España ha demostrado en varias ocasiones su capacidad de ejecución de los fondos de cohesión y estructurales recibidos de la UE. Estos fondos definen también al Segrià de los Barrios Norte y de los nuevos puentes; delimitan en parte la gentrificación de su Ciutat Vella (“el Cañeret de toba y tapial”, como solía decir Antoni Siurana, el acalde de los sueños realizados, junto a su vicealcaldesa, Pilar Nadal); también explican la expansión residencial del noroeste, camino de Huesca, ciudad hermana.
Las tangentes de la pandemia son difíciles de definir. El jefe de epidemiología de Lleida, Pere Godoy, exige reforzar la atención primaria --¿Lo qué?, se pregunta Torra-- y reconoce que las autoridades han perdido el control de las cadenas de transmisión. Los brotes, originados mayoritariamente entre trabajadores de empresas hortofrutícolas, han saltado a las familias y, de ahí, a la comunidad. Reducir la transmisión se hace ahora cuesta arriba. La misma autoridad sanitaria que ahora confina, hace un par de días permitía ridículamente reuniones de un “máximo de 10 personas”, en bares y restaurantes. De aquella verbena hipócrita, estos lodos. Abracadabrante.