No podemos continuar en Cataluña con la sociedad dividida y traumatizada por el procés. Hay que encontrar formulas para reconstruir la convivencia y mejorar nuestras condiciones materiales y morales de vida, tanto más cuanto que tenemos ante nosotros el desafío colectivo de una recuperación equilibrada después del hundimiento causado por la pandemia. Cómo hacerlo asusta por las renuncias que habría que afrontar, y paraliza tanto a los que niegan (aún) la evidencia de la división --o viven políticamente de ella-- como a los que quisieran superarla ya.
Para empezar, no se coincide ni siquiera en lo que se debería intentar: ¿conciliación o reconciliación? No es una simple duda lexicológica. Cada término contiene un posicionamiento y la distinción no es baladí. Según el diccionario María Moliner de uso del español, en la conciliación se ponen de acuerdo o en paz los que estaban en desacuerdo o en lucha. Se deduce que se trata de individuos o entidades preexistentes y diferenciadas, por ejemplo, España de un lado, Cataluña del otro; la conciliación comportaría una relación “ex novo” entre ambas.
En la reconciliación vuelven a tener buenas relaciones los que se habían enfadado o enemistado, o sea, los que en una situación anterior, siendo parte de un conjunto, habían tenido buenas relaciones. Difícil negar, histórica y sociológicamente, que a lo que ocurre en Cataluña y a una parte de Cataluña con el resto de España le corresponde la reconciliación.
Pocos son los que se atreven a abordar la cuestión ya sea bajo la óptica de la conciliación o de la reconciliación. Destaca, frente a la mediocridad panfletaria de la mayoría de los textos a favor o en contra del procés, la contribución de Antoni Bayona, ex letrado mayor del Parlamento de Cataluña. En su último libro, Sobrevivir al procés, continuación de No todo vale --dos títulos de por sí significativos--, realiza una disección magistral del modo estratégico y jurídico de cómo los dirigentes independentistas plantearon el procés. Su diagnóstico es impecable e implacable: irresponsabilidad (política), torpeza (personal), chapuza (jurídica).
A mi juicio, la brillante la exposición se ve, no obstante, aquejada por dos omisiones mayores: el olvido de la inmoralidad de los dirigentes independentistas, recurriendo sin escrúpulos a toda suerte de malas artes e insensibles a las consecuencias sociales de sus actos, y --en el supuesto de que la mitad de la población estuviera a favor de la independencia-- el olvido de la “otra mitad” de Cataluña, sus derechos y sus angustias. Esta mitad es invisible en la obra, con lo que Bayona toma la parte (la mitad independentista) por el todo, Cataluña. De ahí su opción por el término conciliación.
En el capítulo específicamente dedicado a la conciliación, Bayona considera que, con carácter previo, deberían tratarse “tres cuestiones esenciales: el reconocimiento de la plurinacionalidad del Estado; una nueva interpretación de las previsiones constitucionales que den contenido a este carácter plurinacional, y la adopción urgente de las medidas necesarias para poner en libertad a los líderes del procés”. La segunda cuestión deriva de la primera, atengámonos pues a ésta.
Jurídicamente, la Constitución permitiría la afirmación expresa de la plurinacionalidad en base al mismo artículo 2, que contiene dos principios aparentemente antinómicos: “la indisoluble unidad de la Nación española” y “el reconocimiento y la garantía del derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones”; luego, implícitamente, se puede considerar que existe “una forma de plurinacionalidad” dentro de la Nación española.
Entre los constitucionalistas se dan criterios dispares sobre la naturaleza de estas “nacionalidades”. Dejando ahora al margen la disquisición sobre el alcance general de las nacionalidades en el contexto de España, una (re)conciliación leal requeriría una declaración preliminar del independentismo para respetar el sentido integrador del artículo 2: la renuncia a la secesión. Sin que ello equivalga a renunciar a su condición, cabe mucha “independencia” dentro del marco común con un autogobierno dotado y eficiente. Sólo con esa renuncia encajaría la plurinacionalidad del Estado en la Constitución.
Respecto a la libertad de los dirigentes del procés, Bayona examina tres posibilidades: un indulto, que afecta a la pena y no al delito; la amnistía, en la que el delito no se considera cometido; y la modificación del Código Penal, ajustando el delito de sedición, lo que permitiría adecuar las condenas a los nuevos tipos penales.
Esta tercera posibilidad es conceptualmente la más aceptable (se mantiene el delito), y políticamente la más compartida --algo muy necesario en un asunto tan delicado-- puesto que se comprometería al Congreso y no sólo al Gobierno. Pero ésta es la que Bayona desarrolla menos, incluso diríase que hace “trampa” cuando al apuntarla añade que a la modificación “bien podría acompañar una amnistía para los condenados”. Parece, pues, que Bayona se inclina por la amnistía, consecuente con su olvido de los que piensan que los dirigentes independentistas sí hicieron algo delictivo.
La vía de la secesión está cerrada a cal y canto. Los dirigentes secesionistas lo comprobaron en octubre de 2017. Cuanto antes lo reconozcan abiertamente mejor. Ellos son los que lo tienen que explicar a sus seguidores, poniendo sordina a su contumaz retórica “a lo Torra” sobre la autodeterminación (inexistente) o el Estado propio (innecesario e imposible). Sólo así recuperarán la responsabilidad política y la altura personal perdidas.
Empezar a hablar en la sociedad de (re)conciliación es urgente, pese a las grandes diferencias de partida. Facilitaría la prospección que el secesionismo perdiera su actual mayoría parlamentaria en Cataluña con las consecuencias de todo orden que ello conllevaría. Lo analizaremos en una próxima ocasión.