La CIA debe tener informes mucho más completos y mejor documentados sobre la guerra sucia del Estado español contra el terrorismo que el que ocupa la atención en estos últimos días. Si todo lo que sabe la inteligencia americana sobre este tema está recogido en estos papales de 1984, resultaría que sabe mucho menos de lo que salió a relucir en los múltiples juicios celebrados por los asesinatos atribuidos al GAL. Pero se entiende que el interés político del asunto no es la reconstrucción de los hechos que caracterizaron una etapa negra de los gobiernos socialistas sino saber cuál es lugar que correspondería a Felipe González. La X del organigrama que ningún juez supo identificar, aunque para determinada prensa de la época no había ninguna duda a quién correspondía.
El autor del informe no aporta fuentes (o no se pueden leer) para señalar que Felipe González autorizó la creación de estos grupos antiterroristas al margen de toda ley. Justamente apela a cierta prensa española para afirmar que, entonces, estaba plagada de especulaciones sobre la responsabilidad directa del presidente del Gobierno. El analista las recoge y se apunta a la teoría. Francamente, poca cosa que no se supiera o se imaginara en aquellos años y que nunca llegó a determinarse.
El revuelo político y periodístico creado en torno de esta supuesta revelación parece exagerado y sobreactuado. Como tantas otras cosas en estos tiempos de recuperación del tiempo pasado. La actividad del GAL y las implicaciones políticas sentenciadas de la plana mayor del Ministerio del Interior, ministro José Barrionuevo incluido, fueron de una gravedad colosal, situaron al Estado de derecho al borde del precipicio y derrumbaron la credibilidad de los métodos y prácticas de la lucha antiterrorista hasta mínimos desconocidos. Esta etapa siempre debe estar sujeta a revisión, básicamente para mantener alta la guardia y evitar una repetición de aquella experiencia.
A nadie se le escapa que no estamos en este punto, porque el informe de la CIA no sirve para eso; tan solo es una pieza de un valor probatorio más bien escaso pero muy útil para reverdecer la polémica y la cacería de Felipe González por parte de quienes no pudieron demostrarlo en su momento y de quienes no tuvieron oportunidad, en aquellos años, de participar en el debate y en la investigación. La investigación judicial (y la periodística) dio para lo que dio (y no fue poco), pero se demostró incapaz de poner nombre propio a la X de los GAL. Felipe pudo ser o no ser el titular de esta X, lo que no debería considerarse son estos párrafos como fuentes novedosas o definitivas de una cuestión tan delicada.
FG se ha convertido en un expresidente incómodo, una voz que dispone todavía de muchas tribunas para expresarse y mantiene cierto prestigio en aquellos sectores que tienen presente que todavía no ha tenido España un presidente con su hoja de servicios. Ciertamente, cada día tiene más detractores, incluso en las filas políticas que un día fueron las suyas. A Felipe no le gusta la participación de Unidas Podemos en el gobierno (él nunca permitió que el PCE o Izquierda Unida tuvieran la más mínima responsabilidad gubernamental), tampoco la política de mano tendida al soberanismo, aunque en sus mandatos siempre tuvo un rato para comer con Jordi Pujol, incluso en plena campaña de las autonómicas catalanas para desesperación del PSC. Nadie va a callar a González, y menos todavía amenazándolo con reabrir el expediente de la guerra sucia.
Felipe González ha tenido mucho tiempo y muchas oportunidades para entrar a fondo en los días del GAL y despejar las dudas sobre su papel. Nunca lo ha hecho, eludiendo una deuda con la historia y quedando expuesto a la aparición de informes de la CIA que se refieran a su eventual complicidad sin aportar pruebas. Sería una ingenuidad pensar que este va a ser el último documento secreto sobre este tema que vaya a ser divulgado al cumplir el periodo de reserva.
El expresidente debe tener algo que contar, aunque también es fácil de pronosticar que nada de lo que vaya a decir, si es que lo dice, va a obtener ningún crédito por parte de sus muchos adversarios nuevos y viejos, salvo que se confiese el máximo responsable de aquella oscura operación. Parecería que FG está condenado a vivir con la sospecha de ser la X del GAL, incluso podría parecer que este es un riesgo asumido por formar parte de la nebulosa de la memoria de Estado. De momento, sigue impertérrito ante el nuevo intento de acoso y derribo.