El gobernador del Banco de España, Pedro Hernández de Cos lanza un dardo acertadísimo: “Si se quiere un banco público para financiar el riesgo excesivo, no concedan crédito y den subvenciones”. Va por avales del ICO, y tiene razón porque dar miles en avales es menos eficaz que dar directamente crédito con garantía del Estado.
Cos nos obliga a pensar; nos ha chafado los primeros compases del ensayo de La Traviata en el Real, un momento a flor de piel en el que llora la gente maravillosa de la tramoya operística, el personal del gran aforo, el mismo director, Luisotti, o el ahora escenógrafo, Leo Castaldi; ellos dicen que, en la primera función, la música llenará los espacios vacíos (los músicos son los dueños de la palabra). A riesgo de mantenernos pegados a la ingrata realidad, Cos descarta la ineficiencia del mercado financiero que ha creado un abismo (de varios meses de duración) entre los avales del ICO y el dinero sonante de los bancos en forma de crédito. El Gobernador pidió ayer, en la Comisión de Reconstrucción Económica y Social del Congreso, un pacto para varias legislaturas que permita salir a España de esta crisis. Inquiere a los partidos políticos: crecemos o nos hundimos. Lo dijo así: “No retiren los apoyos, porque ahora viene lo peor”. Por fin un jefe del organismo supervisor se dirige a la clase política haciéndola clara responsable de la lentitud de los paquetes de rescate. Pide un pacto político para “varias legislaturas” consonante con Ángela Merkel que está metida en otro ensayo: la presidencia de turno de Alemania en la UE, prevista para primero de julio, como La Traviata del Real.
La canciller habla alto y claro cuando dice que “las fuerzas antidemocráticas y los movimientos radicales autoritarios están esperando una gran crisis económica para utilizarla políticamente”. Se refiere a Alternativa para Alemania (AfD), pero no únicamente; habla también del Frente Nacional de Marine Le Pen o de Vox, que se hunde en los sondeos, y hace extensiva su crítica a los nacionalismos opacos sean de Visegrado o de Cataluña. Y precisamente aquí, entre nosotros, ERC también ensaya votando no al Decreto de Nueva Normalidad, que se verá mañana en el Congreso. De momento, los republicanos solo calientan motores para presentar en setiembre una enmienda a la totalidad de los Presupuestos Generales del Estado. Si asoma la cabeza Inés Arrimadas, el partido de Junqueras votará no a las cuentas, liquidando así la legislatura.
O será demasiado tarde para él, si finalmente el bipartidismo pacta un plan a tres años como pide Hernández Cos y como dejó claro Antonio Garamendi, presidente de CEOE, en su reciente gran parada de los grandes operadores. Resulta remarcable que, en la construcción del pacto, intervenga activamente la economía privada. Por una vez, el Banco de España y la CEOE han cogido el toro por los cuernos y no por el rabo. Moncloa ha puesto en marcha su Oficina Prospectiva Estratégica, dirigida por Diego Rubio, a base de tender puentes con las empresas del Ibex 35, en la dirección del documento Estrategia 2050, consonante con Merkel, Macron y Von der Leyen, presidenta de la Comisión. Por su parte, la ministra Nadia Calviño recibe ya las propuestas de grandes núcleos empresariales, con un plan de inversiones en la mano.
Es bastante probable que el tsunami público-privado, auspiciado por Bruselas, nos salve de la quema. Pero de momento, la agenda política pasa por las comunidades autónomas: si Núñez Feijóo gana holgadamente en Galicia e Iturgaiz se da un batacazo en Euskadi, Pablo Casado será el más perjudicado. Pensemos que Feijóo comparece en los mítines de campaña sin colores peperos ni bandera de partido y que Iturgaiz, rémora del pasado, fue el suplente de Mayor Oreja. Feijóo es la dialéctica, y a mucha distancia, un tal Santiago Abascal, ya se ve disputando mociones en la galaica Cámara Hórreo. Pero el símbolo no hace la cosa.
En el Govern de Cataluña, todo es oscuridad y cuchillos por debajo de la mesa, entre los dos hermanastros del independentismo; lo hacen en el mejor estilo de la querella civil catalana, herencia de la compilación medieval. En el Palau, los muebles se caen a trozos y la ufana Generalitat de otro tiempo pronto será barrida por el salitre, como lo anunció Tucídides en Esparta, el Estado más oligárquico de Grecia. De forma indirecta, Merkel puso a caldo a los soberanistas en la intervención antes referida: “los populismos se nutren de nuestra desolación”. Es exacto; es la definición que mejor encaja con los partidos soberanistas catalanes a los que la larga crisis económica iniciada en 2008 les ha servido para engranar su discurso aislacionista con la construcción virtual de una nueva Cataluña rica.
Mientras se perfila una alternativa global con las fuerzas económicas se gentrifica la política de bloques (izquierda contra derecha). La sangre no llegará al río, como señalan los ensayos de La Traviata, que culminará en el clásico Amami Alfredo, con Margarita Gautier llorando desolada. Mientras en el Liceo de Barcelona, por una vez, la platea es verde; 2.000 plantas ocupan el aforo sin famosos y políticos, como pudo verse por streaming el pasado lunes en la performance del conceptualista Eugenio Ampudia. Esta vez es la partitura del joven Giacomo Puccini con Crisantemi la elegía para un cuarteto de cuerda --dedicada a Amadeo de Saboya en 1890-- que el gran músico italiano reutilizó en el acto final de Manon Lascaut, otro desgarro apoteósico entre la protagonista y su amado, Des Grieux.
Si fuéramos listos, la España de la lágrima y del animoso brindis de entreacto sustituirían a la “rabia y a la idea”. Si se avanza en unos presupuestos compartidos, con el soporte de las ayudas de Bruselas, saldremos airosos; crecemos o caemos en picado; y, además, si hay pacto de Estado el soberanismo catalán perderá la llave de la gobernabilidad. Y, si esta vez Casado tampoco gestiona los tiempos, peor para él. El PP de Mariano no volverá, pero la derecha centrada de Sáenz de Santamaría ya está haciendo bolos.