El personaje que da título a esta columna semanal, Oblómov, corresponde a una deliciosa novela del autor ruso de finales del XIX, Ivan Goncharov. Según el autor “estar tumbado no era para Oblómov una necesidad como lo es para el que tiene sueño, ni una casualidad como para el que está cansado, ni siquiera un placer como para el perezoso: era su estado normal”. El héroe de esta novela es la personificación perfecta de la indolencia y la inactividad.
Una lectura recomendable que, por contraposición radical, adquiere mayor sentido en un mundo desenfrenado, que hace del vértigo y la velocidad su misma --cuando no única-- razón de ser. No se trata tanto del qué o de las consecuencias que conlleve, como del simplemente hacer.
Con la reclusión social, parecía abrirse la posibilidad de recuperar algo de esa actitud vital de Oblómov. Entre otras razones, porque ese virus ha mutado por el mundo a la misma velocidad con que lo ha hecho una globalización tan acelerada como desgobernada, sustentada en la verdad revelada de que el talento digitalizado y disruptivo podría con todo. Un miserable virus nos ha puesto en nuestro sitio.
Creo que, de estar entre nosotros, Oblómov hubiera considerado el inicio del encierro como una oportunidad para que el mundo recuperara esa dosis de necesario sopor.
Sin embargo, creo que nuestro héroe --por primera vez en su vida-- empezaría a removerse en su diván. El Covid-19, como era de prever, no hará más que reforzar las ya radicales posiciones previas de unos y otros. Acelerará aquellas fragilidades y disfunciones que ayer aterraban y hoy nos sitúan cerca del precipicio. El mundo recuperará la normalidad de hace unos meses, sin esa templanza para la reflexión acerca de qué ha sucedido y sin esa empatía para acercarse al otro. Nostálgico, les deseo feliz domingo.