Cuando, por fin, se levante el actual estado de alarma una vieja confusión mutada en dolencia seguirá campando entre nuestros políticos. Durante estos tres últimos meses, la epidemia ha puesto más en evidencia las enormes insuficiencias de los discursos, prácticas y representaciones de la política en nuestro país. Una de esas debilidades, que los políticos muestran sin complejo alguno, es la falta de distinción entre error y engaño. Cuando los políticos son incapaces de discernir si su adversario se está equivocando o está engañando, califican la acción como una mentira. Peligrosa conclusión: mienten todos, los ministros y el presidente, el jefe de la oposición y los portavoces de todos los grupos, Fernando Simón y Pérez de los Cobos, etc.
Si se admite, y se acepta sin más, que los políticos como defensores de la cosa pública obran con maldad, es que la democracia actual está en quiebra, tanto o más que la economía. Una reconstrucción económica será pan para hoy y hambre para mañana si no le acompaña una urgente reconstrucción democrática como espacio de diálogo y confianza delegada.
Para que el debate político no genere, a ojos de todos, tanta simpleza y frivolidad, harían bien nuestros representantes en distinguir cuándo el adversario realiza afirmaciones equivocadas o comete mentiras deliberadas, cuándo erra involuntariamente por hablar de lo que no es o erra de manera voluntaria por hablar en contra de lo que piensa. Por ejemplo, parece evidente que Rufián no miente sino que se equivoca al afirmar una y otra vez que su partido es de izquierdas. Habla de la izquierda sin saber que en ese espacio ideológico no debería tener cabida ni la desigualdad ni la ausencia de libertad.
Son conocidos los discursos supremacistas en los orígenes de ERC, reiterados por Oriol Junqueras en una versión sobre distinciones genéticas entre catalanes y españoles. No es necesario recordar con más detalles la enfermiza y delirante hispanofobia de ERC, su insistencia en la desigualdad jurídica de los ciudadanos españoles según sea la lengua que hablen, el territorio donde vivan o al que crean pertenecer. Esta equivocación de Rufián se convierte en engaño formal cuando Sánchez y su PSOE afirman que su sociedad con los ultras de ERC y Bildu es de izquierdas, a sabiendas que es falso, pero que resulta verdadero porque lo proclaman con insistencia.
El salto cualitativo que debe dar el PSOE para dignificar la democracia y el debate público es muy sencillo: reconocer que ha cometido un engaño formal y material. No es suficiente con creer que es falso que sus socios son de izquierdas, es imprescindible proclamar abiertamente que el resultado de sus pactos con esas fuerzas ultras son también una falsedad. Similar reflexión podría aplicarse al PP o a Ciudadanos en relación con sus pactos con los ultras españolistas.
Para una reconstrucción democrática duradera y abierta se necesita abandonar no sólo posiciones extremas, también las que están basadas en el error y el engaño. No es posible defender la libertad de los españoles si no se admite la igualdad entre todos los ciudadanos, y no se puede gobernar para todos si no se es generoso con el contrario, aunque sea desde la hipocresía; generosidad y fingimiento son fundamentos imprescindibles en el arte de la política.
Todo el mundo detesta la doblez, sin embargo --matizó Pio Rossi-- si se tiene algo de espíritu también se puede fingir, que no es lo mismo que engañar. Para aquellos que no quieran o no puedan distinguir entre una y otra acción, siempre les quedará la opción de apoyar al tándem Iglesias-Montero, ¡tan convencidos de su superioridad moral, tan íntegros ellos! Aunque es harto difícil que puedan ayudar poco más que a rellenar de apariencias el escenario de la gran tragicomedia de la política en España. Ya lo dijo Josep Pla: “Las personas de una pieza se pueden encontrar en el teatro: en la vida es más difícil”, cuando no, imposible.