La izquierda de Badalona se ha dejado comer la tostada. Ni galgos ni podencos: García Albiol, el mostrenco sin máscara que permanece; el homúnculo reductor de las minorías étnicas ahora reconvertido a la fe de la tolerancia. Tocado ya por la vara de mando de la Alcaldía, este hombre juega un papel fundamental en su partido, donde se ha convertido de pronto en un pequeño cardenal Mazarino, pero sin la biblioteca de aquel purpurado que fue regente de Francia.
Albiol se alza de nuevo frente a las brumas mentales de la dañina izquierda litoral, que se mueve en la mediocridad de su inasumible ambigüedad nacionalista. El nuevo edil se vale de una formación que ha dejado colgado a su mejor hombre, Alejandro Fernández (presidente actual del PP catalán) para entregarse a la hojalatería heroica que bombardea a Moncloa sin piedad. El recién nombrado alcalde tendrá que convencer a los fernandistas que no son gente de sangre y solo tratan de redirigir a la derecha moderada que ya perdió el norte en la época de los Gobernadores Civiles (Fernández Díaz) y que vaciló en el turno de los indianos, como Vidal-Quadras y sus amigos del Círculo Ecuestre, colofón modernista del mármol, los artesonados y los capiteles neogóticos del palacete López Samaniego. Y finalmente, no hace falta que el edil se esfuerce con los amigos de Josep Piqué y Jordi Vendrell, el desacostumbrado PP intelectual de los segundos noventas, que renunció a un voto por no ofrecer a cambio una simple sonrisa.
Albiol será el faro institucional de su partido y para conseguirlo empieza, como siempre, por la seguridad en las calles. De momento, anuncia que recuperará los agentes antidisturbios de la Guardia Urbana, la anteriormente denominada Unidad Omega, disuelta por el gobierno de Dolors Sabater, en 2015. Insiste en recuperar el espíritu de aquella unidad para resolver los problemas “serios” de inseguridad que hay en algunas zonas de la ciudad.
Es cierto que la gente le quiere, pero ha de cuidar las formas; sería imperdonable que cayera en el oficio de tinieblas de las zonas umbrías del continente, como Hungría, Chequia o la Italia tedesca, que quieren convertir a la Mitteleuropa del Danubio en el mapa del resentimiento. Si Badalona cayera para la causa de la UE, el demonio eurófobo pondría un pie en la palanca sur del Golfo de León; contando con que los soberanistas no la hayan clavado ya su estaca (que sí lo han hecho) en la arena del palmenar, que adorna el frente marítimo de la ciudad bonita.
Albiol tiene el cometido de virar hacia la moderación –me consta que lo hará-- haciendo oídos sordos a los coriáceos de Isabel Díaz Ayuso al frente de las falanges ideológicas que empiezan en Carlos Aragonés y acaban en Miguel Ángel Rodríguez (MAR), puntal del eterno retorno, siempre dispuesto a barrer en casa, como sabe bien Inés Arrimadas, “la hembra joven, políticamente intrascendente”, en palabras del jefe de gabinete de la presidenta de Madrid.
Albiol sabrá con quien se las tiene. De momento, el redivivo alcalde deberá escoger entre los bares de carretera y el reducido círculo de las rentas superiores a seis dígitos. Él sabe que, donde mueren las ideas, renacen las élites responsables a la hora de forjar nuevos consensos. La trayectoria no nace del ambiente social que la envuelve, sino del genio del político que se pone al frente. La modelización de la praxis, que trata de imponer el PP de Pablo Casado a nivel nacional, deriva en un frentismo para el que han de tenerse a punto los aparatos de propaganda; pero Albiol no los tiene, ni le convienen.
En esta segunda oportunidad, tratará de hablar en el lenguaje de la calle, su mejor modalidad, pero sin la distorsión de una cultura de partido único, basada en mensajes monocordes, como los que impuso el cine de Leni Riefenstahl, en la etapa racial de los llamados Bergfilme alemanes de los años 30. En el romanticismo catalán, la experiencia de Riefenstahl ofreció un paralelo a la obra de Guimerà, Terra Baixa, con un héroe, Sebastià, que mantiene la tensión entre belleza y decadencia; entre fiereza y muerte. Es el todo o nada de la camarilla de Aznar, un destino fáustico en el que el PP catalán puede caer todavía más, si no es capaz de levantar un discurso realmente vertebrador y constitucional.
Pero es la hora de hacerlo y Albiol lo sabe. España no se lleva en una hebilla del cinturón; un Estado de cinco siglos y varios reinos, no fluye eternamente sin saber cuando nació ni a dónde va; no es una ontología. Se construye a diario de la forma modesta y aristocrática en que la gente humilde saborea por ejemplo las notas de Falla y en las páginas de Verdi. Sin noticiarios de guerra.
Guanyem, la fuerza vinculada a la CUP que encabeza Dolors Sabater, no aceptó turnarse con el socialista Rubén Guijarro año y medio cada uno al timón de un multipartito. Así son los asamblearios y, sobre su catafalco, ha levantado Albiol su efigie ganadora. Habla de proyectos comunes y de resolver conjuntamente con la oposición los grandes problemas de la cuarta ciudad del país. Las desigualdades se acentuarán y el umbral de pobreza se ampliará; contra esto no valdrán promesas. Albiol está dispuesto a expiar su populismo para seguir siendo popular.