Ángel Rivero habla pausado, pero la conversación fluye con facilidad. Es profesor titular de Ciencia Política y de la Administración en la Universidad Autónoma de Madrid, y doctor en filosofía por la misma universidad. Acaba de publicar en Faes un artículo sobre por qué Portugal ha abordado con más éxito que España la gestión de la pandemia del Covid-19, con una tesis que abraza la derecha española: en Portugal no hay una fuerza política como Podemos en el Gobierno. Pero Rivero conoce de primera mano lo que ocurre en Portugal. Es consejero científico del CEHUM de la Universidade do Minho (Braga, Portugal). Producto del conocimiento de esa doble realidad, Rivero sostiene que las guerras culturales están haciendo mucho daño a España, y, coincidiendo con el sector duro del PP, entiende que el mayor responsable de esas guerras ha sido el PSOE, con el expresidente Rodríguez Zapatero a la cabeza. En esta entrevista con Crónica Global crítica a los populismos, de izquierda y derecha, y defiende que Pablo Casado debería ejercer otro papel, presentando alternativas al Gobierno. Pero pone en el acento en el campo de la izquierda: "La izquierda española lleva quince años diciendo que la derecha es extrema derecha"

--Pregunta: Usted ha comparado el caso de Portugal respecto a España, como un modelo que ha sabido hacer frente a la crisis sanitaria, ¿Cuál es el elemento diferenciador?

--Respuesta: El elemento diferenciador y crucial ha sido tomarse en serio la pandemia desde el principio. Portugal era muy consciente de que tenía un sistema sanitario con debilidades y que si se superaban los 4.000 ingresos hospitalarios el sistema quebraba. Por eso tomó medidas drásticas para establecer un cortafuego y evitar que el covid-19 se propagara; y así proteger a los portugueses y al sistema de salud. Esto les ha permitido ser eficaces teniendo unas armas a priori débiles. El ahorro en vidas humanas y en coste económico ha sido tremendo. En España fue todo lo contrario, por oportunismo político se prefirió infravalorar la pandemia hasta que ya resultó demasiado tarde y el sistema quedó desbordado. El precio en vidas humanas, sanitarios contagiados y coste económico es pavoroso. La previsión y la responsabilidad es lo que hace la diferencia.

--Si hablamos de cultura política, y de la capacidad en Portugal de llegar a importantes consensos, ¿eso implica que en España hay algo consustancial al país que impide esa posibilidad? ¿Por qué en la transición sí y ahora no?

--España ha tenido una política de consenso en la transición que ha sido modélica y que fue admirada en todo el mundo. Esa cultura estaba alimentada por el deseo de reconocerse todos como españoles y superar el trauma de la República, la Guerra Civil y la dictadura. Lamentablemente, esta cultura era el patrimonio de la generación que sufrió la guerra y de sus hijos; pero no es la cultura de los nietos, que no valoran la democracia que tienen, su única experiencia política, --y aprovecho para señalar que esta democracia está en el número 16 del ranking de democracia de The Economist; es decir, ¡es de lo mejor que hay en el mundo!-- y que creen que la política no está dirigida a buscar la concordia sino el enfrentamiento. El patrimonio común de la transición está siendo socavado a conciencia por todo tipo de radicales y lamentablemente los defensores de esta democracia sobresaliente no comparecen. De hecho, basta con preguntar sobre la transición y su valoración para saber hoy día quien busca el antagonismo y quien busca la concordia. La prueba de esta nueva cultura radical enemiga de la política como concertación está en los populismos de distinto pelaje que padecemos. Todos ellos se movilizan negativamente frente a otros españoles y piensan que eso es ser idealista. La experiencia portuguesa es distinta porque la inmensa mayoría de los portugueses participan de una común cultura de la moderación y nadie hace del odio a otros portugueses su programa político. Portugal es el país de las “blandas costumbres” pero esto no es resultado de una naturaleza especial de los portugueses sino de su voluntad de ser así. Esta voluntad no existe en España, o por lo menos no existe de manera hegemónica, y el cuadro que ofrecemos ahora es desolador. Hemos pasado de ser el ejemplo de la mejor transición a la democracia, estudiado y admirado en todas partes, a tener sentados en el parlamento a nacionalistas xenófobos y supremacistas; populistas bolivarianos; y vociferantes autoritarios. Esto no sale gratis porque toda esta tropa hace que el crédito de España haya desaparecido en el mundo. De ser un ejemplo de cómo se hacen las cosas hemos pasado a ser ejemplo de país insolvente. Una pena y una vergüenza.

 

 

Entrevista a Ángel Rivero / YOUTUBE

--¿Se debería intentar un gobierno de coalición leal y sostenible del PSOE con el PP en este momento de crisis sanitaria y económica?

--Lo veo muy difícil, pero se debería intentar. La razón de la deseabilidad es que estamos en una situación económica y social muy complicada, que puede derivar en una crisis de proporciones gigantescas. Una política de Estado en los temas claves, alejada de la demagogia sería muy necesaria para aminorar en lo posible los costes económicos y sociales; realizar las reformas necesarias para construir el futuro de manera más sólida; y proyectar una imagen exterior solvente. Pero no tenemos a nadie que pueda pilotar este proyecto. Tenemos un gobierno que surgió de una coalición negativa para derribar al gobierno del PP, pero que carece de un proyecto no solo atractivo sino de un proyecto a secas, más allá de poner en marcha guerras culturales para polarizar a la sociedad. De modo que nos encontramos con la paradoja de que el gobierno se apoya, para no caer, en una variopinta colección de partidos anti-sistema y que para gobernar quiere que le apoye la oposición. Bueno, pues hay que decirles que la democracia no funciona así.

--La izquierda en España señala al PP como un partido que ha caído en las garras de Vox, y que no sabe cómo volver al centro. ¿Es un caso claro de guerra cultural, como sucede en muchos otros países, pero más acentuado en España?

--La polarización se ha generalizado en muchas sociedades occidentales pero lo de España es un grado más allá de cualquier experiencia conocida. La izquierda española, la autoritaria y la democrática, lleva quince años diciendo que la derecha española es extrema derecha, derecha extrema, fascismo o franquismo. Esta cultura adversaria constituye el único argumento de los populistas bolivarianos pero la senda la marcó el Partido Socialista. Pero habría que preguntarse, si esto fuera así, ¿cómo es que cuando ha gobernado la derecha en España hemos seguido siendo siempre, insisto, siempre, uno de los países más democráticos del mundo y nunca hemos bajado del puesto 20 en la lista de The Economist donde figuran únicamente el grupo reducido, el cuadro de honor, de las full democracies?

--¿Quién rompió ese supuesto pacto sobre la transición, esa cultura del acuerdo, que ahora resulta imposible recuperar?

--Este es un tema muy interesante que merecería un estudio profundo. Mi intuición es que fue Rodríguez Zapatero a propósito de su primera legislatura y después de manera radical a consecuencia de la crisis económica. Para la generación de socialistas de Rodríguez Zapatero se les hizo perentorio matar al padre, es decir, a la generación de socialistas que había hecho la transición. De manera que fueron ellos los que comenzaron a socavar este legado buscando abrir todos los problemas históricos de España, que había superado la Constitución de 1978: la cuestión territorial; la cuestión religiosa; la cuestión social; la forma del Estado (recuérdese el delirante episodio en el que se hizo examinar de republicanismo por Philip Pettit); la memoria de la guerra civil, etc. Fue el gabinete de Rodríguez Zapatero el que inventó lo de la “derecha extrema” para calificar sistemáticamente al Partido Popular e inventaron lo de la “crispación” como una acusación nebulosa permanente al adversario. Habría que estudiarlo, pero creo que todo esto tiene como origen los asesores que Rodríguez Zapatero contrató del think tank American Progress que le dijeron que la política de consenso le perjudicaba electoralmente y que tenía que implementar un discurso populista para poder tener futuro.

--Si hay una responsabilidad en el PSOE, en el conjunto de la izquierda, ¿qué pasa en el otro campo? ¿Qué autocrítica debería ejercer el PP?

--Creo que el Partido Popular se ha visto arrastrado por este cambio en la cultura democrática del país sin reaccionar o, teniendo como única respuesta un impulso reactivo. De manera que en lugar de impulsar una política serena dirigida a sostener el proyecto integrador de la democracia española se ha sumado a la propuesta de la izquierda, aceptando el papel de nasty party que le habían asignado y yendo siempre a rebufo de todas las guerras culturales que ha ido planteando la izquierda. Al final, de alguna manera, se ha identificado con la caricatura que había imaginado la izquierda. Su pretensión fue validarse por la gestión y no tener ideología, y esto no solo le ha desdibujado como partido, sino que ha dejado sin defensa a la democracia española frente a quienes quieren derribarla.

--¿Vox estaba dentro del PP, y ahora el PP es incapaz de trazar una barrera clara con el partido de Abascal?

--Bueno, un parte importante de Vox estaba en el PP, pero no todo viene de allí. Vox es el partido de un enfado y manifestación de una negación poco articulada que está buscando qué decir para seguir acaparando a los enfadados. No sé de dónde viene el nombre de Vox pero a mí me resulta fascinante que pudieran haber elegido ese nombre para suscitar en la imaginación de la gente lo de Vox Populi Vox Dei, esto es, la defensa de la ira de la muchedumbre como programa político. Patético. Creo que el PP no debe buscar trazar esa frontera porque, como dice Vox, es un partido moderado, y la frontera ya la pone Vox con sus despropósitos y su dramaturgia tremebunda.

 

 

Ángel Rivero, Cientista Político / YOUTUBE

--¿Hasta qué punto Pablo Casado tiene en cuenta los postulados de Faes, y de José María Aznar?

--Bueno, esa es pregunta para Pablo Casado, pero en lo que a mí me toca me hace mucha gracia que cuando publico un artículo o una nota en Faes, después se diga en la prensa que Faes piensa esto o lo otro. Faes es un think tank que defiende la democracia liberal y la economía de mercado y no tengo duda de que Pablo Casado también lo hace, pero no porque se lo diga Faes. En cuanto al ascendiente de José María Aznar como consejero de Pablo Casado lo ignoro.

--¿Hace bien el PP desmarcándose del estado de alarma, tras la abstención del pasado miércoles en el Congreso? ¿No demuestra eso que el objetivo de Casado es esperar a que fracase Pedro Sánchez para acercarse al poder?

--Hasta ahora el PP ha votado a favor de la declaración y de la prórroga del Estado de alarma. Pensar que eventualmente no lo hará para producir una mayor catástrofe sanitaria y económica por motivos electoralistas no me parece sostenible. De cualquier manera, lo normal sería que ya que el gobierno tiene una mayoría parlamentaria la utilice para aprobar sus decretos. No deja de tener ironía que el gobierno confíe más en la responsabilidad de la oposición que en sus propios apoyos. Esta es una situación que muestra el sainete de la política española y que nos desprestigia. Pero ciertamente, Casado aspira a ser presidente del gobierno e imagino que no tiene una gran opinión del desempeño de Pedro Sánchez en el cargo. Eso es legítimo y así es como funciona la democracia. Casado habrá de señalar los errores del gobierno, para que pueda enmendarlos o para que le sean recriminados; y Sánchez tendrá que desmentir las críticas haciéndolo muy bien. Además, si Casado quiere ser presidente será bueno que presente una política alternativa creíble y que no lo fie todo a que el gobierno lo haga todo mal hasta hundirse. Después, cuando lleguen las elecciones se producirá la rendición de cuentas y los electores revalidarán o cesarán al incumbente.

--¿Cree que los nacionalismos han acabado por distorsionar toda la política española, y el independentismo catalán especialmente?

--Sí, sin duda. Los nacionalistas han creído que el Estado autonómico era un instrumento para la independencia y no una herramienta para lograr una unión más firme, en la que la diversidad fuera protegida y respetada. Cuando se ha llegado al final de este camino se han encontrado frente al abismo y allí se han lanzado esperando llegar a alguna parte y allí siguen. Alguien les tendría que haber dicho algo antes. Dado que la moción de censura estuvo motivada por la expectativa de algunos de estos partidos de sacar algo, el problema en lugar de resolverse se ha instalado en una penosa normalidad.

--Más allá de la coyuntura, ¿habrá lecciones para España de esta crisis? ¿Se debe replantear de forma clara el estado de las autonomías y hacia qué modelo nuevo?

--Bueno, yo creo que estamos obligados a aprender porque el coste humano está siendo brutal y sería una frivolidad imperdonable no hacerlo. Creo que una lección clara es que debemos caminar hacia un sistema realmente federal donde el gobierno central actúe como coordinador general de la nación, tenga acceso a la información sanitaria de los sistemas regionales y pueda actuar como garante de su cohesión en todas aquellas circunstancias que desborden las competencias autonómicas; y no que nos encontremos el triste espectáculo de un gobierno que tiene que capear un temporal sin tener barco ni tripulación y 17 gobiernos compitiendo entre sí incapaces de hacer un uso eficaz de los recursos sanitarios.