Los últimos resultados electorales dejaron a Ciudadanos tocado y hundido. Los diez diputados supervivientes cabían en un esquife; y así lo hicieron, abandonaron el barco que quería convertirse en transatlántico y consiguieron a duras penas alcanzar la orilla. Todo apuntaba que el tránsito del partido por esta legislatura iba a ser el de un náufrago, a la espera de ser rescatado de un momento a otro por un buque mercante del PP.
La historia política de la Europa ha conocido un sinfín de fusiones y absorciones de unos partidos sobre otros. Son pocos aquellos que han resistido un centenar de años a las turbulencias de todo tipo. El jovencísimo Ciudadanos se había lanzado a la arena española con el fin de convertirse en la bisagra, y sus dedos ingenuos han sido machacados hasta casi la amputación.
El sí a la última prórroga ha devuelto un poco de oxígeno al esquelético partido naranja que, además, aún arrastra el merecido sambenito de la foto de Colón donde, por cierto, no se retrató Arrimadas. Después de haber sido masivamente abandonados por el voto conservador y nacionalista español, sus líderes no habían encontrado aún el momento para, al menos, escenificar el retorno al centro. La última votación de la prórroga del estado de alarma ha permitido ese movimiento que se ha hecho más grande gracias al sonoro abandono de Girauta y a sus escarceos cerveceros con Macarena Olona de Vox.
Cuando, por fin, Ciudadanos abandone cualquier delirio nacionalista --por muy español que sea-- habrá ganado y ayudado a aclarar un poco más el guirigay parlamentario, en el que hay derechas, centro e izquierdas, y un grupo variopinto y muy numeroso de nacionalistas. Pese a todo, aún le quedará otro reto por afrontar: desembarazarse a su debido tiempo de los pactos con nacionalistas y conservadores en las comunidades autónomas donde gobierna. Los intereses de la hipoteca que están pagando por los acuerdos del “trifachito” son elevadísimos. En las próximas citas electorales de sus respectivas comunidades, podremos comprobar el escaso rédito de esas apuestas políticas orquestadas por la anterior dirección de Ciudadanos, derechizada y españolista a más no poder.
En los próximos meses y bajo la descomunal crisis que se avecina, el reto del PSOE para alcanzar mayorías que le permitan gobernar pasa por abandonar los antojos hiperventilados de cualquier nacionalismo. Ante el imprescindible gasto público una excepción se impone: el talón que hay que pagar al constante chantaje del PNV. Salvo ese agujero económico, enquistado desde hace siglos en la hacienda española, el PSOE tiene una oportunidad única para convertirse en un partido bisagra y hegemónico, capaz de articular pactos hacia un lado con Podemos y hacia el otro con Ciudadanos. No puede aumentar la inexcusable política social sin incentivos para la reactivación económica y el desarrollo de nuevas políticas industriales, un proyecto amplio de país que nos permitan superar en una década nuestra alarmante dependencia del turismo y del consumo.
Si el presidente del gobierno y su nutrida y bien pagada cohorte de asesores no son capaces de entender dónde está el centro político operativo de nuestro país, España va camino del colapso, el clima más propicio para que triunfen los respectivos nacionalismos y su inseparable guerracivilismo. Y si esa catástrofe sucede, Sánchez y el PSOE serán los principales responsables.