El retorno del fútbol se está convirtiendo en una especie de farsa melodramática sin el menor atractivo, entre otras razones por la vulgaridad de sus protagonistas y porqué, en las circunstancias que vivimos, el interés económico que les mueve resulta lamentable.
Me pregunto el sentido de un fútbol completamente desnaturalizado, con unas gradas vacías y con todas las dudas acerca de si los jugadores recuperarán el tono físico, tras ocho semanas de confinamiento estricto, y la entereza psíquica, para buscar ese contacto con el otro tan propio del fútbol. Enfrentados, además, a un enorme desconcierto de surgir un infectado entre los centenares de jugadores que componen las plantillas. No es de extrañar, pues, que sean ya diversos los países que han dado por concluida la temporada.
La perseverancia de nuestros dirigentes constituye un sinsentido soportado, exclusivamente, en la pérdida económica que conlleva la no reanudación. Ello me lleva a dos consideraciones. De una parte, convendría esclarecer quién perderá ese dinero ¿los jugadores? ¿los operadores televisivos? ¿los altos ejecutivos del fútbol profesional? De otra, hay sectores que, mucho más perjudicados y relevantes para el empleo y el bienestar, procuran salir del agujero sin esa altivez de los directivos futbolísticos. Además, el golpe financiero que conllevaría la finalización de las competiciones es perfectamente asumible y, de darse la voluntad, podría repercutirse con equidad entre los colectivos afectados.
Resulta incomprensible cómo las autoridades futbolísticas parten del convencimiento de que lo suyo es de primera necesidad, una especie de sector esencial como la sanidad cuando, en realidad, lo peor que podría suceder es que algún que otro gran futbolista emigrara a otras ligas. Ya me dirán a que viene tanta trascendencia.
Lo razonable sería entender el fútbol como una actividad especialmente golpeada por el Covid-19 y, por ello, dar por acabada la temporada sin dramatismos ni aspavientos, decidiendo cómo se reparten campeonatos, ascensos y descensos, o bien optando por empezar la próxima temporada como si ésta no hubiera existido.
Así las cosas, hay que reconocer al gobierno de Francia. Ante la tragedia que padecemos, y la que se avecina, no perdió mas de unos minutos en dar por concluida la temporada. Un anuncio escueto y se acabó. Una manera justa y explícita de establecer prioridades, y de demostrar lo que importa el fútbol en estas circunstancias: nada. Excepto para el bolsillo de unos pocos.