Nadie esperaría en los inicios de esta tercera década del siglo XXI que un médico recetase para curar una enfermedad una tisana o un ungüento del siglo XIV, el mundo ha evolucionado muchísimo desde entonces. Pues en esto de las epidemias parece que no. Estamos haciendo exactamente lo mismo que en Venecia en 1348 cuando el Dux, asesorado por los tres guardianes de la salud, o sea su comité de expertos, decretó el confinamiento de la población por cuarenta días para contener el avance de la peste negra. La epidemia se contuvo, aunque Venecia padeció dos rebrotes posteriormente. De aquel confinamiento no solo nos queda la cuarentena como mecanismo para frenar las epidemias sino también la máscara picuda del carnaval de Venecia y varias obras literarias, la más famosa el Decamerón de Bocaccio.

Ahora, casi 675 años después, actuamos de manera similar, ante lo desconocido todo el mundo en casa. Sí está bien, pero algo más hay que hacer, especialmente cuando comenzamos a tener nuestro sistema sanitario razonablemente reforzado, comienza a llegar material y la famosa curva está frenándose. De lo contrario el remedio será peor que la enfermedad. Nuestra economía no resiste más.

Es más que comprensible que la urgencia por salvar vidas no deje tiempo para pensar en el día después, pero hay que hacerlo. El principio es sencillo, confinamiento selectivo hasta que llegue la vacuna, lo difícil es tener la cabeza fría para prepararlo. Ya hay varias autonomías con el índice de transmisión por debajo de 1, es decir, con la epidemia contenida. Baleares, Canarias, Murcia, Andalucía, Galicia,… podrían pensar ya en ir avanzando en las medidas de reactivación de la vida pública. La realidad de Soria no tiene nada que ver con la de Calviá, ni la de Vigo con la de Igualada.

Mayores de 70 años y grupos de riesgo deben estar ultra protegidos, sin duda. Las pocas residencias de ancianos que han actuado así desde el principio han salvado muchísimas vidas. Los sanitarios también deben estar ultra protegidos, no es de recibo el altísimo porcentaje de contagiado entre los distintos gremios sanitarios. El resto de la población perfectamente clasificada entre quienes han pasado la enfermedad y quienes no y todos monitorizados por una aplicación nacional, sin remilgos de protección de datos ni otras lindezas. Y con medidas diferenciadas por tramos de edad. Quienes tienen menos de 30 ó 40 años y no viven con mayores podrían salir ya a la calle y trabajar, hayan pasado o no la enfermedad. Mascarillas para no contagiar, cortesía respiratoria, distanciamiento social, limpieza de manos permanente, teletrabajo inteligente, equipos de contingencia,… lo que haga falta, pero a trabajar cuantos más mejor.

La economía tiene que abrirse, con o sin estado de alarma, a finales del mes de abril. Si no el remedio será peor que la enfermedad. Lo han dicho alto y claro un socialista y un liberal mayores de 70 años, Leguina y de la Dehesa, lo practican en los países del norte de Europa, en Japón y en Corea y no les va tan mal. La inteligencia, la ciencia y la tecnología deben actuar ya, no estamos en el siglo XIV.  Si no lo hacemos nos cargaremos el estado del bienestar y no habrá servido para casi nada este sacrificio colectivo.

La renta básica y el subsidio deben ser la última opción, el parche para cuando todo falla. Antes hay que desarrollar planes de empleo locales, hay mucho por hacer en nuestras playas y montes, por ejemplo. Pero antes hay que asegurar la recogida de los frutos del campo, si no es con emigrantes con locales. Y antes hay que tratar de rearrancar la economía. No hay que ver a los empresarios como lobos a los que abatir o vacas a las que ordeñar sino como caballos que tiran del carro.

El Estado debe poner sus recursos allá donde se puedan multiplicar, no donde se logren más votos. Esta epidemia no se cura solo con encierros ni mucho menos con monólogos presidencialistas dictados por un aprendiz de brujo empeñado en parafrasear a terceros (tras el Dúo Dinámico, Churchill y Kennedy, ya solo nos falta la versión telediario del “tengo un sueño” de Martin Luther King) sino con inteligencia, ciencia y tecnología.