Una epidemia tiene, siempre, dos vertientes, la atención médica a los enfermos y las medidas para frenar el contagio. Sobre las primeras hay profesionales que se ocupan, en muchos casos de manera heroica, supliendo con voluntad de servicio y sacrificio personal la lamentable falta de medios con la que las comunidades autónomas han encarado esta crisis por haber priorizado muchísimas otras cosas antes que recuperar la sanidad de los recortes de la anterior crisis y la mejorable gestión del gobierno de la nación no ha sido capaz de compensar esta situación al tomar los mandos de la crisis. Pero sobre las segundas solo conocemos el parón de actividad, que traerá problemas mayúsculos, y poco más.
Comenzando la bajada, que esperemos rápida, desde el punto de máximos contagios hay que poner ciencia, mucha, para no volver a las andadas en un par de meses o tras el verano. Y esa ciencia está, sobre todo, relacionada con los datos y su tratamiento.
La calidad de los que disponemos ahora no es la mejor, como lo demuestran las variaciones en la mortandad de esta enfermedad entre países o incluso entre comunidades autónomas. No es, en principio, que el virus sea más letal en la Rioja que en Baden Württemberg, lo que ocurre es que se mide de manera diferente.
El Ministerio de Sanidad agrega informaciones provenientes desde de las comunidades autónomas y no todas interpretan los números igual. Lo que recogen la tabla son datos acumulados, es decir, cuántas personas se han contagiado hasta la fecha, de éstas cuántas han requerido hospitalización, cuántas han ingresado en UCI, cuántas han sanado y cuántas han fallecido. No sabemos las personas que hay hoy en los hospitales ni tampoco las que están en las UCIs al tratarse de números acumulados. Las únicas cifras creíbles son los fallecidos y los sanados. Pero incluso la manera de contar a los fallecidos varía. En Alemania, por ejemplo, un enfermo con coronavirus que tuviese una enfermedad previa fallece por la enfermedad previa, es decir, insuficiencia cardiaca, cáncer, … lo que fuere, NO por coronavirus.
En España es justo lo contrario, alguien que se haya contagiado de esta pandemia y fallece engrosa la estadística del Ministerio de Sanidad, aunque tuviese previamente una patología fatal. En Francia solo se cuentan las muertes en los hospitales. Lo que es incuestionable es que el número de fallecidos en los últimos días por todas las causas supera ampliamente en un 30% la mortandad que estadísticamente sería la esperada, con cifras escalofriantes en las dos Castillas, autonomías que no tienen ni derecho a salir en la tele.
Asumiendo una mortalidad similar en todo el mundo en torno al 1%, aunque algunas fuentes la cifran más cerca del 0,5%, podemos llegar al número de contagiados desde el número de fallecidos. O sea, es probable que haya entre un millón y dos de contagiados, lo cual desde el punto de vista epidemiológico no es malo pues cada vez hay más personas con anticuerpos que harán de escudo ante la propagación de la enfermedad. Un estudio del Imperial College habla incluso de más de 5 millones de contagiados, una buena noticia porque confirmaría que para la gran mayoría de la población es una enfermedad suave y, además, la epidemia se vería ralentizada.
Pero cuando salgamos a las calles hemos de hacer algo diferente a lo que hacíamos hasta que nos encerraron, más allá de no dar la mano y usar gel desinfectante. Lo primero es aclarar el mecanismo de contagio. Los japoneses parece que han encontrado indicios claros que el contagio se da, sobre todo, en lugares con poca ventilación, con grupos de personas hablando bastante rato a menos de dos metros de distancia. O sea, una terracita de un bar o incluso un campo de futbol no serían tan peligrosos como una sobremesa con amigos. Desde luego algo hace diferente Japón, país extraordinariamente poblado, con un elevado número de ancianos, con pocas medidas de aislamiento social y con la epidemia aparentemente contenida. En cualquier caso, tienen una cultura de nulo contacto corporal (ni besos, ni abrazos, ni apretones de manos), quien tiene un catarro o gripe usa mascarilla para no contagiar, son terriblemente limpios y toman las bebidas muy calientes, lo que ayudaría a acabar con el virus en la cavidad bucal antes que éste pasase al aparato respiratorio.
Corea del Sur es un país preparado para cualquier burrada de sus vecinos del norte. Por eso sorprende menos su reacción pues tienen protocolos para casi todo, incluido un ataque biológico. Pero desde luego han hecho de la trazabilidad de casos su mejor arma.
Entendimiento más profundo de los mecanismos de contacto, gestión de datos y un gran hermano sanitario son las únicas armas que nos pueden sacar de nuestras casas con un mínimo de garantías. Deberíamos asumir la necesidad de ser etiquetados como “con anticuerpos y no transmisor”, “contagiado y transmisor” y “sin haber pasado la enfermedad” para elaborar protocolos que permitan reactivar la economía cuanto antes.
Quien tiene anticuerpos y no es transmisor podría hacer ya una vida 100% normal. No solo no tendría problemas de contagio, sino que cortaría la cadenas de transmisión. Quien esté contagiado debería pasar una cuarentena, según los chinos mejor en un hospital para no seguir contagiando. Puede tener sentido, pero para eso necesitamos habilitar una red específica de hospitales para esta enfermedad porque las listas de espera serán kilométricas al acabar la emergencia sanitaria actual. Y quien no haya pasado la enfermedad tendría que seguir con cautelas, extremas si es un grupo de riesgo, normales si no lo es. Si las estadísticas no nos mienten la gestión de la enfermedad para menores de 70 años sin patologías previas sería asumible por un sistema sanitario no saturado.
Para que este gran hermano funcione necesitamos test de anticuerpos y de infección, grandes dosis de sentido común y solidaridad y, sobre todo, datos. Nuestros móviles tienen que ponerse al servicio del sistema sanitario olvidando nuestros recelos respecto a la protección de datos y ser nuestro mejor sistema de identificación y, también, de alerta. Parece una distopía, pero qué otra cosa es lo que estamos viviendo. Al menos con información podríamos intentar una vida casi normal.
Quedan semanas para que volvamos a pisar nuestras calles, esperemos que alguien esté trabajando en serio en cómo va a ser nuestro día después. Ya hemos padecido demasiadas improvisaciones y no debería haber ni una más. Nos van en juego la salud y la economía.