John Maynard Keynes defendió que la avaricia, la usura y la cautela eran vicios indispensables en tiempos magros. Lo formuló así: “Lo justo es malo y lo malo es justo, porque lo malo es útil y lo justo no lo es”. Consideró que actuando bajo estos preceptos, ¡nuestros nietos saldrían a flote! Lo encontrarán en un ensayo titulado Las posibilidades económicas de nuestros nietos, incluido en la biografía de Keynes escrita por Robert Skidelsky (Alianza Editorial). A través de la elocuencia, el mago de los Apóstoles de Cambridge y miembro del Círculo de Bloomsbury, nos explica que sin colonias no hacemos nada, pero que, si el resto lo hacemos bien, podemos allanar el futuro a los que vienen detrás.
No es desde luego un buen negocio, a días vista, especialmente ahora que Bruselas vuelve a dudar de la eficacia de sus rescates. Enormes promesas de momento de líneas de crédito, fondos de desempleo europeos y esfuerzos limitados sobre el cadáver exquisito que es hoy el Presupuesto de la UE. Es todo lo concreto que salió ayer de la última reunión del Eurogrupo, que no acepta en el fondo la petición de Francia: un fondo común y mutualizado de hasta el 3% del PIB de la UE. Por su parte, la ministra española, Calviño, remarcó que se desea una unión fiscal “capaz de complementar a la unión monetaria para shocks como los que se están viviendo, y la emisión conjunta de deuda. Da igual que se llamen eurobonos, coronabonos, mecanismo dentro o fuera del marco plurianual”. Paris y Madrid se alinean, mientras Roma se rezaga.
Todo suena a ya dicho y redicho. Las exigencias y las negativas pertenecen al mismo suelo que un día creímos común. Padecemos una larga recua de políticos sin épica, imitadores del estilo de los fundadores, que van desde Saint Simón hasta Jacques Delors y su brillante Tratado de Maastricht. Lo cierto es que la Unión ha estado en manos de franceses indoloros, como François Mitterrand o François Hollande, de británicos sosos, como Anthony Blair y de rumiadores solitarios, como Helmut Kohl, el extático teutón que amamantó a la canciller Ángela Merkel, una mujer formada en la revolución científico-técnica del socialismo oriental.
Ahora, alrededor de la actual Alemania, circundan nórdicos sin escudo ni cabellera (Dinamarca), europeos sin alma (Austria o los Paises Bajos) e incluso los tenebrosos estados eurófobos del Grupo de Visegrado, es decir Chequia, Eslovaquie, Hungría y Polonia. Los primeros nos niegan ayudas ambiciosas y los segundos aspiran a recuperar el orden mundial de los estados-nación, militarmente armados hasta los dientes y conservacionistas de divisas prehistóricas, como el esloti polaco o el forint húngaro (llamado oficialmente florín en la bella Budapest, dividida por el Danubio).
La UE del futuro se pregunta ¿Quién moldeará a partir de ahora la arcilla de nuestros sueños? Si solo caben cálculos infinitesimales que tienen que ver con el tipo de interés del dinero prestado o con el cobro de los servicios financieros, nadie moldeará nada y ganarán los mismos que hicieron quebrar el sistema en 2008. La Unión se ha convertido en una calculadora, antes de que podamos medir la magnitud de la pandemia; y lo más desagradable es la facilidad con la que algunos estados (Holanda, Alemania y Austria, básicamente) eximen a la Unión de sus responsabilidades frente a sus ciudadanos, argumentando que pertenecen a países menos estrictos en materia de déficit y deuda.
Las instituciones de la UE lo envuelven todo en papel de celofán; y Mario Centeno no podía ser menos. El presidente del Eurogrupo, concluyó ayer que los ministros de Economía y Finanzas europeos preparan, en respuesta a la crisis del coronavirus, el paquete de apoyo "más ambicioso y grande" que jamás ha preparado el órgano que reúne a los titulares económicos de la eurozona. Un gran enunciado, pero sin agenda, plazos ni cantidades. Está visto que en Bruselas todo se pega menos la hermosura. Cuando oyen hablar de los dichosos eurobonos les pasa como a los dirigentes nacionalistas catalanes cuando ven un uniforme montando hospitales de campaña. Ayer mismo, el Govern ha suspendido la instalación de un nuevo centro en el Polideportivo de Sant Andreu de la Barca (Barcelona), que estaba llevando a cabo la Guardia Civil.
Las sociedades inventan sus enemigos y se atienen a las lógicas mercantiles. En sus Ciudades invisibles, Italo Calvino contó la entrevista entre Marco Polo y el gran Kublai Kan a propósito del infierno en la tierra. El emperador le preguntó al viajero cómo combatirlo. Y Polo le explicó que si uno se ve como parte del infierno, deja de pensar en él y el concepto de infierno desaparece de su mente; y dado que el emperador no se contentaba con esta trivialidad le ofreció otra opción más difícil: encontrar a personas y cosas que no sean parte del infierno y tratar de mantenerse cerca de ellas. Lo que, trasladado a la crisis económica derivada de la pandemia, querrá decir que, a partir de este golpe, seremos pobres para el resto de nuestras vidas o que, acercándonos a los ricos, estaremos más cerca del no infierno y tal vez podamos alargarlo. Las dos respuestas del gran descubridor de la Ruta de la Seda representan dos opciones sorpresivas que la creación de la UE trató de eliminar de nuestro futuro.
Sin embargo, la UE actual no resiste caprichos idealistas ni cálculos materialistas. Un día quisimos que la economía dejara de ser la ciencia lúgubre de los británicos; pensamos en que los diseños macro de los grandes pensadores se podían aplicar en beneficio del bien común. Pero cada vez que pasa algo grave, la UE monetaria (el euro a imagen y semejanza del antiguo marco alemán) se cierra dentro de un cascarón de plancha de plomo. Sus ministros cuentan la unidad de financiación por el número de muertos. Si tienen el problema en casa, buscan la solución común; pero si no lo tienen, dicen que cada uno vaya por su cuenta. Los que viven fuera del cascarón, Italia, España, Portugal o Francia, reclaman la contrapartida fiscal de la moneda común. Y ahí mueren las ilusiones compartidas.
No sé si Keynes acertó en su modelo de crecimiento basado en la avaricia, la usura y la cautela. Pero la humanidad sigue aplicando estas tres reglas básicas.