Cuando la curva de la pandemia sigue creciendo –en España, en Estados Unidos y en otros muchos países--, los pensadores han comenzado ya a lanzar teorías sobre lo que vendrá después. Las opiniones divergen, entre quienes --optimistas y pesimistas-- creen que el mundo ya no será el mismo después del Covid-19 y los escépticos, que piensan que la escasa voluntad humana para aprender de las experiencias hará que, después de la convulsión inicial, todo vuelva ser como antes.
Si hay una coincidencia, es la de que los grandes cambios de la humanidad se han producido siempre por las guerras, las crisis económicas y las grandes epidemias. Pero quizá es en lo único en que hay acuerdo. Dos de los filósofos más citados, el coreano-alemán Byung Chul-han y el esloveno Slavoj Zizek, discrepan radicalmente. Mientras el primero predice que la lucha contra el coronavirus puede derivar en un sistema de capitalismo autoritario de tipo asiático, el segundo vislumbra una vuelta al comunismo idealizado.
¿Significará la predicción de Byung el triunfo de China y el sorpasso a Estados Unidos? Gideon Rachman, del Financial Times, uno de los analistas más influyentes del mundo, no lo tiene claro. Ve como una posibilidad que China emerja “como el país en el que surgió el virus, pero fue capaz de solucionarlo a nivel interno y ayudar de forma generosa al resto del mundo para que lo superaran”, y se acelere el salto chino para convertirse en la primera economía mundial al tiempo que se acentúa el “declive americano”. Si estas previsiones se cumplen, el relevo podría producirse a mitad de la década, explica en una entrevista a El Confidencial.
Uno de los intelectuales más influyentes de Francia, Jacques Attali, un visionario que ha asesorado a todos los más recientes presidentes franceses, especialmente a François Mitterrand, confiesa en una entrevista a Alternativas Económicas que la lección más importante que aprendió en su etapa política fue que “quien no actúa tomando como hipótesis que lo peor es posible, lo cierto es que verá realizarse lo peor”. “La pandemia –prosigue—nos enseñará a tomar en serio que la única cosa en el mundo que es verdaderamente rara, que tiene verdadero valor, es el tiempo”, que “no debemos perder en actividades fútiles”. En un artículo en La Vanguardia, pronostica que de la pandemia nacerá “una nueva forma de legitimación de la autoridad” basada en la empatía, y concreta: “Cesaremos de comprar frenéticamente cosas inútiles y se producirá una vuelta a lo esencial, que es hacer un mejor uso del tiempo”.
Entre los escépticos milita el filósofo y escritor italiano Nuccio Ordine, quien sostiene en El País que “si queremos dar un giro y atesorar lo aprendido no debemos olvidar los males que de antiguo afligen a la humanidad. La lucha es entre la memoria y el olvido”. “Si olvidamos, volveremos a estar como antes. En la historia hemos olvidado muchas veces”, advierte. Y afirma que “solo una fraternidad universal, la conciencia de una solidaridad humana, podrá hacer mejor la sociedad, resolver la injusticia y la desigualdad”.
Una solidaridad y un propósito de la enmienda que brillan por su ausencia, una vez más, en la Unión Europea (UE), primero desaparecida en la crisis sanitaria y después enfrentada e incapaz de acordar un proyecto común para paliar la hecatombe económica y social que se avecina. Sin haber aprendido nada de la crisis económica del 2008, ahí están de nuevo los países del Norte, encabezados por Alemania y Holanda, oponiéndose a los eurobonos o coronobonos, frente a las demandas de España e Italia, apoyados por Francia. La posición de Emmanuel Macron desmiente que se trate solo de una lucha entre ricos y pobres. La brecha es aún más sangrante cuando Alemania ha aceptado romper su férrea disciplina fiscal, pero reservada a su situación interna, mientras sigue rechazando cualquier mutualización de la deuda. La misma posición insolidaria sostienen los Países Bajos, mientras practican el dumping fiscal sin miramiento alguno.
Como señala Rachman, “es un momento muy peligroso para la UE”, ya que la crisis empuja a la gente a volverse hacia los Estados-nación porque “el Estado tiene más poder que la UE, tiene muchos más recursos físicos y puede movilizarlos más rápido”. Es posible que la pandemia cambie el mundo, a mejor o a peor, pero las experiencias recientes –la crisis del 2008, tras la que se iba a refundar el capitalismo— abonan el escepticismo.