Lo más extraño de la entrevista a Torra en la BBC no es que soltara sandeces por esa boquita que Dios le ha dado, cosa a la que estamos más que acostumbrados los catalanes, aunque quizás no tanto los británicos. No, lo más sorprendente fue la entrevista misma, es decir, que alguna cadena televisiva, fuera de TV3 que dedica a ello toda su programación, dé pábulo a este hombre.
Entrevista a Quim Torra / BBC
Y más extraño todavía si, como sucedió, ni siquiera se trataba de un documental sobre fauna salvaje ni un late night de aquellos que se estilaban antes y en los que solía aparecer algún que otro friki. Pero no, resulta que fue una entrevista pretendidamente seria, aunque ya se sabe que estos ingleses tienen un humor muy suyo y yo no descartaría que todavía se estuviesen carcajeando del tipo aquel que asomó la cara en sus casas por la pequeña pantalla.
Algo tendrá que ver con ese extraño interés por un tipo como Torra, que en el 10 de Downing Street habite Boris Johnson, quien sabe si la BBC ha querido mostrar a sus televidentes que en todas partes cuecen habas, si es que dicho refrán existe en su lengua, a saber si ellos dicen que en todas partes hierven té. Bien puede ser una manera sutil, como sutiles son los ingleses, de dar a entender que vale, que Boris Johnson es un populista de vergüenza ajena, pero mira tú cómo están los catalanes, y por ende los españoles, aguantando a este señor que en plena crisis sanitaria de su país, viene a la tele a hacer política, barriendo hacia su casa sin importarle una higa nada que no sean sus intereses.
Estoy seguro de que, de entrada, a los ingleses que tenían la TV encendida se les atragantó el té de la cinco, pero que una vez repuestos se fueron al club más contentos que unas pascuas, convencidos de que lo suyo es un desastre, really, pero podría ser peor. Más de uno llamaría por teléfono a su vecino de urbanización en Salou, para cerciorarse de que efectivamente el hombre al que acababan de ver y escuchar en la BBC es el presidente Catalán.
Imagino a familias inglesas en el salón, viendo y escuchando a quien había sido anunciado como presidente de una región española, y examinando aquello con la misma meticulosidad con la que un tasador examina un anillo de compromiso. ¿De verdad eso es la primera autoridad de Cataluña? En un libro de Xabier López, leí acerca de una señora inglesa que --quizás con su esposo, un viejo minero, en el recuerdo-- sostenía que una de las mayores lecciones que se pueden extraer en la vida es la de no llevarle la contraria al hombre que acaba de dar cuenta de dos pintas de cerveza.
Supongo que eso pensarían que se había trajinado el que tenían ante ellos en el televisor, no tanto por el color de sus mejillas como por lo que andaba diciendo. Le falto sólo gritar con ojos rabiosos «España nos mata», y no por falta de ganas sino porque sabía que ya lo harían otros en su lugar, como así fue. Lo bueno de ser presidente de la Generalitat en la actualidad es que no es necesario que uno pronuncie las burradas que el corazón le reclama, basta con insinuarlas para que otros hagan el trabajo sucio. Gran invento, el de las redes sociales.
Se desconoce si el show de Torra en la BBC tendrá continuidad, como unos nuevos Spitting Image. Sería deseable que así fuera, puesto que además de abrir los ojos a los ingleses sobre la fauna que tenemos por estos pagos, habrá servido para que los pocos españoles que todavía creían, ingenuos ellos, que lo de Cataluña podía arreglarse negociando, que al fin al cabo esos dirigentes catalanes no son tan mala gente, y que, en fin las culpas están repartidas a ambos bandos, hayan visto la realidad cara a cara.