Decíamos ayer que si el coronavirus tenía alguna virtud era que íbamos a dejar de hablar durante un tiempo del procés. Del procés estrictamente quizá sí, pero no de los procesistas porque ya se han encargado de convertir la lucha contra la pandemia en una paranoia contra “el Estado español” sobrepasando todos los límites de la decencia y de la vergüenza ajena.
En su libro sobre el brexit titulado Un fracaso heroico (Capitán Swing), el periodista irlandés Fintan O’Toole define el nacionalismo como una combinación de la sensación de agravio y el complejo de superioridad. Estamos viendo estos días como las dos premisas se cumplen en el caso del nacionalismo catalán.
El agravio comenzó con el rechazo del estado de alarma porque era “una aplicación encubierta del 155” cuando lo único que hace el decreto es aplicar un artículo de la Constitución que se ajusta fielmente a lo que está sucediendo, una crisis sanitaria, y concentra las decisiones para reforzar la eficacia con la unidad de mando.
El agravio continuó con las declaraciones de Quim Torra exigiendo primero el cierre de Cataluña y después el confinamiento total, que ha seguido pidiendo cuando ya toda España estaba confinada y las fronteras cerradas, como ha hecho toda la Unión Europea.
Torra planteó su órdago desleal primero en la reunión por videoconferencia con Pedro Sánchez y todos los presidentes autonómicos --fue el único que se negó a firmar el comunicado conjunto--; después, en una carta a Sánchez y en otra a la Unión Europea, y en declaraciones constantes, entre las que destaca una entrevista a la BBC en la que afirmó sin inmutarse que el Gobierno español se negaba al confinamiento de Cataluña cuando toda España llevaba ya una semana confinada.
Es posible discutir si las medidas tomadas por el Gobierno deben ser o no más duras, pero lo que no se puede es denunciarlo con falsedades y medias verdades y sin explicar tampoco en qué consiste ese “confinamiento total” que se reclama y en el que también habría excepciones. Las medidas tomadas por España son similares a las de los principales países europeos y en ocasiones se han adelantado. La prensa francesa, por ejemplo, ha destacado que Emmanuel Macron ha imitado a España e Italia.
El agravio siguió con las denuncias a coro por consellers, algún alcalde y los procesistas más aguerridos de que la Guardia Civil, el Ejército y el Gobierno requisaban mascarillas y guantes destinados a Cataluña para llevárselos a Madrid y a otras comunidades autónomas, una nueva falsedad que en ese mundo todos dan por cierta.
El agravio se ha transformado en delirio cuando destacados exponentes del independentismo –la consellera Àngels Chacón y el exvicepresidente Josep Lluís Carod-Rovira, entre ellos— han interpretado la publicidad para frenar el coronavirus como un ataque a Cataluña porque la palabra virus va en color amarillo y se apela a la unidad para combatirlo. Otro ejemplo: Lluís Llach, que nunca decepciona, ha tuiteado que lo que se está haciendo con la pandemia es la continuación del “golpe de Estado que empezó en el Senado, continuó con el 155, después fue judicial, ahora sanitario… y ya tenemos el Ejército en la calle”.
La cuestión del Ejército es una obsesión enfermiza que merece un punto y aparte porque reúne las dos premisas, el agravio y el complejo de superioridad. Agravio porque se empezó a decir que los militares ya estaban en Cataluña cuando aún no habían llegado –una fijación parecida a cuando se denunciaron vuelos de cazas sobre Girona o maniobras en Collserola— y porque la consellera portavoz, Meritxell Budó, criticó a Sánchez por ser “muy rápido en sacar a los militares a las calles, pero no en aplicar medidas más contundentes”.
Con “sacar a los militares a las calles” se refería al despliegue de la Unidad Militar de Emergencias (UME) para desinfectar infraestructuras, como el aeropuerto y el puerto de Barcelona. Y complejo de superioridad porque el argumento del conseller Miquel Buch para rechazar la presencia del Ejército fue que aquí “vamos un paso por delante”. “Nosotros saldremos de esta y seguro que hay otros territorios que necesitan esa ayuda”, añadió.
El complejo de superioridad impregna todas las tomas de posición del Govern en el combate contra el coronavirus. Se detecta, en primer lugar, en la insistencia de Torra en dar por supuesto que los expertos que le aconsejan el “confinamiento total” son mucho mejores que quienes asesoran al Gobierno español, al francés, al italiano o al alemán. El complejo de superioridad se esconde también bajo la sensación de que lo más grave que ha ocurrido en la lucha contra la pandemia no son las medidas más o menos suficientes, sino que no las ha tomado la Generalitat o no ha sido una decisión “federal”, como dice el conseller de Interior.
Todo este indecente intento de aprovechar políticamente la crisis sanitaria obedece a la decisión de no recular ni un instante ni por ningún motivo en la estrategia de la tensión que necesitan quienes dirigen el movimiento independentista para mantener la movilización de sus incondicionales. No puede ser que, aunque sea por unos días o unos meses, el Estado no sea ese ente perverso y opresor que denuncian y se convierta en un Estado protector. Ni se puede retroceder en la demostración de que Cataluña lo tiene todo para ser independiente, pero no le dejan. Ante estos dos objetivos, vale todo, incluso dar lecciones cada día con una actitud impúdica mientras el coronavirus avanza imparable y no distingue entre territorios, países o fronteras.