Los miembros de los consejos de administración del Ibex 35 se embolsaron el año pasado más de 320 millones de euros entre sueldos y otras gabelas, con alza de casi un 8% sobre el ejercicio anterior.
Los envidiables integrantes de esos órganos de gobierno nutren la elite empresarial del país. Y dentro de ella, quienes se llevan la palma son los vocales ejecutivos, es decir, aquellos que disfrutan de un contrato de alta dirección con sus compañías. Se trata, en particular, de los presidentes y los consejeros delegados. Sus pagas medias no bajan de los 3 millones anuales, pero no es infrecuente que multipliquen varias veces tal suma.
Estos directivos de postín ganan en un solo año mucho más de lo que cualquier españolito de a pie es capaz de ingresar a lo largo de toda una sacrificada vida laboral.
En 2019, tres personajes recibieron unos emolumentos tan estratosféricos que de la noche a la mañana se encaramaron a la categoría de multimillonarios. Así que, si les place, ya pueden ir echándose una siesta el resto de su existencia, porque sus riñones han quedado cubiertos con holgura.
Un partícipe de esa troika privilegiada es Luis Suárez de Lezo, quien hasta enero último venía desempeñando la secretaría general de la petrolera Repsol. A raíz de su cese, percibió casi 20 millones contantes y sonantes.
La mitad de dicha cifra corresponde a su sueldo y a la aportación de la empresa a su fondo de pensiones privado. La otra mitad se compone de su finiquito y de una recompensa por el compromiso de no trabajar para firmas de la competencia durante los próximos dos años.
Veinte millones son, sin duda, un resarcimiento muy generoso. Lo más chocante del caso es que la gestión de Lezo y los otros mandamases de Repsol no merece calificarse como demasiado feliz.
En efecto, la petrolera contabilizó el pasado año unas pérdidas históricas de 3.816 millones. Parece el mundo al revés. Es decir, se premia sin pudor a uno de los máximos responsables de semejante desastre. Pero no hay que rasgarse las vestiduras. Por desgracia, lo ocurrido en Repsol no es una excepción, sino algo bastante habitual en los grandes consorcios hispanos.
Otro individuo del terceto de marras, Borja Prado, mandamás de Endesa, tampoco fue manco a la hora de arramblar con la pasta de su compañía. Borja es hijo de Manuel Prado Colón de Carvajal, ya fallecido, que gozó del título de embajador plenipotenciario del Rey Juan Carlos I y se empleó en administrar su caudalosa fortuna exterior.
Borja Prado abandonó la presidencia de Endesa en el mes de abril, por indicación del dueño de la eléctrica, el grupo estatal italiano Enel. Se llevó al zurrón el bonito trofeo de 15 millones. De ellos, casi 10 millones obedecen a la indemnización por su relevo.
El tercer espabilado de la espectacular relación que nos ocupa es Íñigo Meirás, “número dos” de la constructora Ferrovial. El presidente Rafael del Pino le señaló la puerta de salida a finales de septiembre. Entre pitos y flautas, cobró un momio de más de 18 millones.
Al margen de estos ejecutivos defenestrados, la pedrea de retribuciones espléndidas es abundosa. He aquí unos cuantos botones de muestra.
Ana Botín, líder de Banco Santander, devengó 11 millones por todos los conceptos y su fondo de pensiones ya embalsa 48 millones. Al adjunto de la dama, José Antonio Álvarez, le llovieron más de 9 millones. Su fondo de pensiones, más modesto, “solo” acumula 17 millones.
Por su parte, Rodrigo Echenique, consejero del mismo banco y presidente de su filial Banco Popular, rozó unos estipendios de 5 millones.
Otro ciudadano que lleva muchos años succionando bicocas y salarios a destajo es Ignacio Sánchez Galán, gerifalte de Iberdrola. Le acosa desde hace meses el escándalo de espionaje que protagonizó su empresa, de la mano del siniestro comisario José Manuel Villarejo. Galán cosechó durante el año último más de 10 millones.
No muy lejos de él anda José Manuel Entrecanales, capo del gigante de las hormigoneras Acciona. Se autoasignó una gratificación de casi 8 millones.
De los datos transcritos, se desprende que la avidez de la plutocracia empresarial se mantiene intacta, e incluso recrecida y aumentada. La brecha entre lo que muñen estos mariscales de campo y el sueldo medio de sus empleados se agranda año tras año. Ya es más profunda que la fosa oceánica de las Marianas.
Las remuneraciones son legítimas e imprescindibles para el desarrollo económico de las empresas. Pero cuando rebasan determinados niveles, la orgía dineraria se convierte en inmoral.
Si la codicia es excesiva y los hombres de negocios actúan desaforadamente impulsados por ella, caen con facilidad en los dominios de la rapiña pura y dura.