Carlos Iturgaiz pertenece al mundo del 98, de 1998 para ser más exactos. Regresa ahora a la vida pública que conoció en el momento de la ruptura entre el PP y los nacionalistas vascos, en pleno Pacto de Lizarra, con el lehendakari Ibarretxe marcando el músculo infantil del utópico Estado Asociado. Aquel mismo año, Aznar despidió a gritos a Joaquim Molins e Iñaki Anasagasti, en las escaleras de Moncloa, después de una cena, sin ofrecerles el habitual helado de café, que tomaba siempre el ex presidente. El desaire del postre fue la señal que anticipaba la Ley de Partidos y el fin operativo de Herri Batasuna, la actual Bildu. Álvarez Cascos estaba dejando su cargo en el PP, desplazado por el empuje sucesorio de Rodrigo Rato, como ahora le ocurre a Alonso con Iturgaiz. El recambio de entonces fue un empeño de Aznar, que quiso tener a su lado al ministro de Economía del euro, mientras que el cambio actual al frente del PP vasco es un exponente de la teología de la moda.
Nunca se trata de estar en la derecha, en el centro o en la izquierda del partido, sea el que sea. Se trata solo de estar conmigo o contra mí; y ya hemos visto todos que Pablo Casado, sin objetar razones de peso, tampoco comparte helados de café con Alfonso Alonso. En el caso catalán se repite la evidencia; el conmigo es de Puigdemont al que se sigue la sombra de ERC, que participará el próximo día 29 en el mitin electoral de Perpiñán para no alimentar el rencor de JxCat y neutrralizar el tirón electoral del hombre de Waterloo.
El ausente Oriol Junqueras sabe que, en la punta más alta, no hay sitio para dos, del mismo modo que, en la Cueva de San Ignacio, rincón mágico de la Cataluña romántica, no cabe el amor profano.
Enfermo de criptoamnesia, Casado es un plagio de Aznar. Expande sin remedio la era del vacío; vive en el mundo ingrávido, donde a Iturgaiz se le ha reservado el papel del nuevo príncipe caprichoso, atento a la señal de su ejecutiva, siempre dúctil ante la conveniencia y bajo este lema del Sacerdocio Aarónico: “si careces de egoísmo moral debes engrandecer lo pequeño y empequeñecer lo grande”.
Es como lo hicieron los del PP en aquella Euskadi del fin de los noventas, hasta llegar al momento de San Gil y Jaime Mayor Oreja cuando acabaron por asociarse con el socialista de sillón, Nicolás Redondo Terreros, gritando juntos vivas a España en el Kursaal donostiarra, el auditorio de Rafael Moneo, escenario por una noche del españolismo de garrafón.
Esperarían sin duda a los legionarios de pelo en pecho custodiando su salida; pero no, los crepúsculos del Cantábrico eran húmedos y solitarios, especialmente en aquel momento en que la política abierta se mezcló con el fin de la tregua de ETA. Sea como sea, la banda criminal no podía ganar aquella batalla y no la ganó; la mafia de los doce milímetros Parabellum, la estremecedora Luger, fue derrotada por el Estado de Derecho, amparado en la Constitución del 78; no por el griterío de pandereta que practica a menudo la derecha asilvestrada.
A la vista de aquella experiencia, Casado repite la escabechina pepera en el País Vasco, pensando en superar el bache de 2016, el peor resultado electoral de su historia, con apenas 100.000 votos. La tentación del PP, marcado a fuego en media España por su alianza con Vox, vuelve al origen: los comicios del próximo 5 de abril, mostrarán la quiebra del proyecto anterior, del que se hace responsables a dos moderados, como Borja Semper y Alonso, por el mínimo consenso que han reunido. El pretexto electoral del giro a la derecha es explicable en términos electorales, pero conviene recordar la reciente experiencia catalana o el cero patatero de Cayetana Álvarez de Toledo, como candidata del PP. Y sin embargo, Cayetana, mujer de elegante cuello de cisne, se sienta a la derecha del jefe de filas en el banco de la oposición.
En Cataluña o en Euskadi, el giro es el mismo; pero el caso es que, Iturgaiz ha desempolvado el wínchester antes de tiempo, al señalar, en los micrófonos de Jiménez Losantos, “al Gobierno fasciocomunista de Sánchez que quiere destruir la unidad de España”. El nuevo candidato utiliza a la misma Brunete mediática de aquellos días en que acusó al PNV de mantener a ETA y empujó la ruptura entre Aznar y Arzallus, sin considerar que, mientras el IRA Auténtico masacraba trágicamente a Omagh, capital del condado de Tyrone en Irlanda del Norte, Downing Street no suspendía las conversaciones de paz.
La geoestrategia no tiene nada que ver con la ideología, que guía la representatividad en las cámaras legislativas de un país democrático. En pleno transito al año 2000, el de la primera mayoría absoluta del PP, Aznar acababa de asistir en Belén a la Misa del Gallo, junto a Yaser Arafat, para mostrar al mundo su anhelo de concordia entre los pueblos.
El presidente de la paz era reconocido en medio mundo, pero depositaba su mal fario sobre la cabeza de los ciudadanos vascos, abandonados a su suerte frente a los pistoleros y al perfil sectario de sus políticos. Iturgaiz, el amigo de Santi (Abascal), “una persona maravillosa”, es hijo de aquel periodo convulso. Entonces fue utilizado por su partido y ahora, con cientos de miles de votos menos, quiere seguir siendo el correveidile de un PP de cripta y sinagoga, desgastado por la carcundia de sus élites. No se le va a conceder ningún privilegio al repetir en el encargo; tampoco se puede otorgar preeminencia a una voz de su amo que suena como un regreso del pasado.