Cuando los generales romanos ganaban una guerra el emperador les agasajaba con un recibimiento triunfal. En la cuadriga del general, tras él, un esclavo sostenía sobre la cabeza del homenajeado una corona de laurel y le repetía constantemente “memento mori” (recuerda que eres mortal). Era una buena vacuna en una Roma dada a las asonadas, revueltas y golpes de Estado, especialmente porque el esclavo se convertía en la sombra del general y transmitía todos sus movimientos a la guardia del emperador, quienes tenían instrucciones expresas de qué hacer en el caso que el general de turno se viniese arriba… matarlo.
La actual epidemia del coronavirus está dejándonos claro que el ser humano es mortal y que nuestro sistema económico global es frágil. La transmisión de enfermedades entre animales y hombres es algo tan antiguo como la ganadería. No es casualidad que en varias culturas esté prohibido el cerdo porque entre otras enfermedades puede transmitir al hombre brucelosis, leptospirosis, toxoplasmosis, salmonella, ascaris, espiroquetosis, triquinosis, macracanthorinchus, trichuris, cryptosporidium y fiebre aftosa, de ahí la relevancia del veterinario en las fiestas de la matanza.
Comer murciélagos no es ni más ni menos asqueroso para ojos de terceros que comer percebes, angulas, caracoles, pulpo o incluso conejo, animal considerado mascota en muchas culturas, como el perro en la nuestra. La comida es sobre todo algo cultural.
Lo peculiar de esta zoonosis, o sea enfermedad trasmitida por los animales a los hombres, es el impacto que está teniendo en la opinión pública mundial y en la economía global. No es improbable que a lo largo de los años haya habido muchos más virus extraños en un país tan poblado y con medidas higiénicas a veces mejorables como China, al igual que en otros sitios del mundo, diezmando poblaciones enteras.
Pero ¿por qué este virus genera una alarma mundial? China no es precisamente un país transparente y desconocemos la gravedad real de la enfermedad. Desde el punto de vista epidemiológico es sorprendente la lentitud de su desarrollo, pues las epidemias crecen de manera exponencial y aquí lo hace linealmente, y sobre todo la tasa de mortandad se mantiene constante alrededor del 2,2% aunque el número de enfermos graves crece sin freno. Mortandad que salvo un caso se concentra en China y muy especialmente en la provincia donde se originó el brote.
También alimenta los miedos el drástico confinamiento de los enfermos, los nuevos hospitales y sobre todo los bulos. La fecha de su comunicación al mundo, sin duda, también es peculiar, previo al año nuevo chino. Lo que es un dato irrefutable es que el miedo viaja mucho más rápido que los virus desde que estamos enganchados a las redes sociales.
Sin entrar en teorías de la conspiración, que el caso daría para ellas, es innegable que un frenazo en la economía china afectará al crecimiento global ya que hoy su PIB representa el 17% del PIB global. Pero además China es la fábrica del mundo y hoy ya se producen menos móviles, televisiones, ropa, componentes, juguetes, coches… de los previstos y si las cosas no cambian rápido viviremos desabastecimiento de muchos bienes pues el made in China está en un buen número de objetos que compramos y en los componentes de otros. Y no olvidemos que también China es despensa del mundo. Por ejemplo, la mayoría de los espárragos que comemos provienen de China o Perú (solo el 10% son nacionales). En cierta medida nuestra sociedad consumista se ha hecho chinodependiente.
Esta crisis, de final impredecible, nos recuerda que somos mortales, que nuestro sistema económico global se puede paralizar por una tormenta o un virus. Y eso no es del todo malo. Hemos entrado en una vorágine que nos quejamos porque un avión se retrasa media hora cuando viene de Australia, que planificamos eventos asumiendo la llegada de decenas de miles de personas de todo el mundo, que para fabricar un coche las piezas dan varias veces la vuelta al mundo, o que para preparar una ensalada empleamos productos de medio planeta.
La globalización es buena, pero ¿No nos hemos pasado un poco? ¿No nos hemos cargado fuentes de abastecimiento cercanas para ahorrar medio céntimo? ¿No nos ponemos exquisitos con las emisiones de CO2 de nuestros vehículos y sin embargo no nos preocupan las emisiones que se producen para transportar los bienes que importamos innecesariamente? ¿Tiene sentido importar de China, o de cualquier otro país remoto, algo que vale menos de un euro?
Una de las víctimas de esta crisis global ha sido el mejor de los certámenes que tenemos en Barcelona, el Mobile World Congress. Pero no será la única. Si no se resuelve en cuestión de semanas, algo muy difícil, avanzará la temporada turística y sobre todo los cruceros sufrirán con el precedente del Diamon Princess de Japón, donde el confinamiento, probablemente necesario, está llevando al contagio de casi todo el pasaje. Y ¿qué ocurrirá con un hotel que albergue a un enfermo? ¿se cerrará durante un periodo de cuarentena?¿Y con los aeropuertos?
Una sociedad con miedo es una sociedad enloquecida y puede tomar decisiones nada racionales. Si nos atenemos a las cifras, la gripe ocasiona en una temporada 800.000 enfermos, de los cuales 60.000 son hospitalizados y 15.000 mueren… en España. En China, con una población casi 30 veces mayor, los afectados por la gripe cada año supongo que superarán los 20 millones y los fallecidos deberán estar cerca del medio millón cada año. Pero el coronavirus es algo nuevo, desconocido, y eso nos aterra, porque nos recuerda que somos mortales, aunque pensábamos que ya no lo éramos.
A veces los sustos, por grandes que sean, no vienen mal porque ponen algunas cosas en su sitio. Y en este caso debería servir para valorar lo que tenemos. Sin turismo, de congresos, de negocios, de cruceros, de fin de semana, nacional, internacional, el que sea, viviríamos muchísimo peor. Además hemos de ser conscientes que ahorrar un poco por importar un producto de no se sabe dónde puede arrasar la industria local y, además, contamina mucho más. Barcelona debe ser una ciudad abierta pero, a la vez, segura y responsable. Nos jugamos mucho más de lo que hemos perdido, el Mobile, que por cierto no es poco.