Dicen que el nombre no hace la cosa. Pero Josep (Pepito) Suñol, fallecido el pasado año, conservó hasta el último día la “ñ” de su apellido españolizado para disimular su apego catalán al Sunyol, con “y griega”, de su padre Sunyol i Garriga, fusilado al principio de la Guerra Civil. El episodio es conocido; Sunyol y Garriga empresario, editor, presidente del FC Barcelona y diputado de ERC regresaba de un viaje a Madrid en automóvil cuando atravesó la línea del frente y fue detenido por una patrulla del ejército nacional que estaba siendo arengada, en la boca de fuego, por camisas azules y boinas rojas.
Al poco rato fue fusilado junto a sus acompañantes. Y aquel crimen ha pesado sobre el hijo, Pepito --así ha sido conocido entre los marchantes y galeristas de media Europa-- también empresario y ex accionista mayoritario de la Compañía de Industrias Agrícolas (CIA), la mayor empresa agroalimentaria del siglo pasado, sepultada por el huracán inversor de los noventas.
Suñol hijo vivió con su madre en Suiza durante la contienda y regresó algunos años después para recuperar su empresa gracias a la Comisión de Fábricas, presidida por Josep Maria Milà, conde de Montseny, encargado de devolver a sus legítimos dueños las instalaciones industriales colectivizadas por la CNT. Fue entonces cuando despertó su pasión por el coleccionismo y el mecenazgo que ha inspirado la Fundación Suñol, un sobresaliente reservorio y altar del arte contemporáneo con 1.300 piezas adquiridas a lo largo de muchas décadas, con obras de Andy Warhol, Picasso, Joan Miró, Salvador Dalí, Antoni Tàpies, Man Ray, Pablo Gargallo, Alberto Giacometti, Luis Gordillo, Susana Solano, Eva Lootz o Jaume Plensa, entre otros.
El año del Congreso Eucarístico
De regreso a España, el joven Suñol comprendió muy pronto el peso de su apellido. Fue de los primeros alumnos de Virtèlia, la escuela catalanista creada, contra todo pronóstico, en el luctuoso 1939, en el distrito de Sant Gervasi de Barcelona. Perteneció a la llamada “Generación Virtèlia”, junto a nombres como Pasqual Maragall, Ricardo Bofill, Miquel Roca o los hermanos Joan y Xavier Ribó, entre otros, germen de la resistencia cultural adinerada, cuyo vuelo gallináceo les permitió superar el filtro del Régimen. Su compañero de pupitre en Virtèlia, Josep Maria Figueras, desempeñaría muchos años más tarde la presidencia de la Cámara de Comercio.
Juntos fundaron Habitat, la sociedad inmobiliaria convertida en oro al levantar cientos de viviendas baratas en el barrio de San Ildefonso. En sus mejores momentos, Habitat se unió al urbanismo duro del alcalde Porcioles frente al frustrado Plan de la Ribera, auspiciado por el ingeniero Duran Farell, y por sus jóvenes gestores del momento, Miquel Roca y Narcís Serra.
En 1953, el año del Congreso Eucarístico (de rodillas señor ante el sagrario…decía el himno de aquel tachón de Pio XII), la inmobiliaria de Suñol y de Figueras puso en pie las Viviendas del Congreso junto a la embocadura macilenta de Meridiana (Cristo en todas las almas….), imagen de una ciudad entregada al kicht del Salón Rosa y a la puerta norte de Barcelona, con laberintos de hormigón que festoneaban la paz del general en casa del pobre (…y en el mundo la paz).
Espacio en Les Corts
La Fundación Suñol ha abandonado hace poco su sede de Paseo de Gracia para instalarse en Les Corts, bajo la dirección de Sergi Aguilar, experto en arte y sobrino del coleccionista. Juntos, Aguilar y Suñol, habían decidido arrancar la nueva etapa con Cromomà, la postal interactiva de Miralda, el artista que ya había inaugurado en 1976 el domicilio privado del mecenas en Pedralbes --obra del arquitecto Sert-- con la fiesta ritual Situació color, todo un hito en la historia de la performance en Cataluña.
A principio de los 80 fue otra vez Miralda el encargado de inaugurar el espacio que ahora acoge la nueva sede de la Fundación, diseñada por los arquitectos de Tool Estudio, autores de la reforma. En su momento esta nueva sede de Les Corts, bajo el nombre de Galería 2, se utilizaba como espacio para residencias artísticas, algo absolutamente pionero e innovador para la época.
“Ofrecer la posibilidad de conocer las reservas, un espacio que suele mantenerse oculto, es nuestra forma de abrirnos al público y promover su participación”, explica Aguilar, indicando que aproximadamente la mitad del espacio de Les Corts se dedicará a atesorar el 85% de las obras reunidas por Suñol.
No atesorar sin criterio
El resto de la fabulosa colección se mantiene en la citada vivienda de Suñol, enclavada en un edificio reticular al viejo estilo de Le Corbusier, con niveles escalonados y parterres que recogen el gusto por los huertos urbanos de altura. La colección de la fundación Suñol está enteramente catalogada incluyendo muchos dibujos de la primera época de Zush, uno de los artistas mejor representado del fondo. La sala de Les Corts se inauguró con un proyecto de Luis Bisbe, un artista conocido por subvertir y reinterpretar espacios en dialogo con obras maestras de Picasso, Fontana, Dalí y Tàpies, que pertenecen a la colección.
Josep Suñol dejó de adquirir obras cuando abrió la sede en Paseo de Gracia. Y ahora, tras más de diez años, el núcleo gestor necesitaba un cambio de rumbo, manteniendo el legado fundacional. Aguilar lo resume así: “La nueva sede nos permitirá gastar menos en infraestructuras y más en producción y proyectos de artistas jóvenes".
Por tanto, el mecenazgo seguirá siendo un hilo conductor. A lo largo de todo 2020, la Fundación propondrá una nueva lectura de la colección en tres actos prescritos por la fotografía. Curiosamente el retrato, uno de los géneros más representados en la colección, fue una obsesión de Suñol que, a lo largo de toda su vida consiguió mantener su rostro oculto al público, hasta el punto que en 2017 no acudió a recoger la Creu de Sant Jordi para no ser identificado y en el momento de fallecimiento, el pasado mes de noviembre, a los 92 años, los obituarios de la prensa aparecieron sin su efigie.
El gran coleccionista ha jugado en roles como la empresa o la inversión en arte y en ambos ha sabido ganar o perder con fair play. Trató siempre de sorprender a sus visitas con la plumilla de Picassos auténticos en el rastro de los Caprichos de Goya, sobre las paredes desnudas de su casa; antepuso su predilección por una escultura móvil de Foster colgada en una balaustrada de su terraza sobre el perfil de Barcelona contra el mar. La suya fue la vida de un conocedor en lucha contra el mundo parvenu de los nuevos coleccionistas, que atesoran “sin criterio”.