Han sido mayoría quienes han calificado que Felipe VI, en la ceremonia de apertura de la nueva legislatura, pronunció un discurso ponderado y sosegado. No obstante, los analistas han señalado que estuvo incómodo, que no pudo evitar mostrar algunos gestos de cierta contrariedad. Es posible que, mientras observaba el compulsivo panorama de las Cortes y el variopinto y concurrido banco azul, el Rey se acordara de aquel conocido comentario atribuido al federalista Estanislao Figueras. Fue poco antes de abandonar la presidencia del Gobierno de la Primera República cuando el político catalán no pudo reprimirse y, ante un grupo de seguidores y de adversarios, dijo con toda solemnidad: “Señores, estoy hasta los cojones de todos nosotros”.
Desde luego, si el monarca hubiera oído la sarta de calificativos que los republicanistas le estaban dedicando en una sala contigua, el exabrupto de Figueras se le hubiera quedado corto. Antidemocrático y heredero del franquismo fueron algunas de las lindezas con mayor enjundia que los nacionalistas colaron, como rufianes y de matute, ante un grupo de periodistas. Cualquier documentado sabe que si Felipe VI es heredero de algo es de la dinastía de los Trastámara, o de la de los Austrias o, como mínimo, continuador de la borbónica. El adanismo mental de los republicanistas es rayano en la estulticia. ¿Cómo olvidar a Isabel y Fernando? o ¿cómo ignorar que la jefatura del Rey es constitucional?
La hiperventilada hispanofobia que destilan estos republicanistas les invalida para ser considerados como republicanos, ni siquiera, en el sentido cívico del término. La republicanitis es un delirio fascistoide que queda muy lejos del republicanismo democrático, federal o unitario. En ningún caso defienden la construcción de una república española en la que la máxima autoridad pueda ser elegida por el Parlamento o por los ciudadanos. Su proyecto de república se concibe por oposición al Estado español en tanto que lo consideran una tiranía represora y cutre, heredera del franquismo. Ya puede ser el Estado una monarquía parlamentaria o una república federal, para los independentistas sigue siendo un Estado despótico y antidemocrático.
El fundamento de la republicanitis de ERC, EH-Bildu, Junts, BNG o las CUP es un cóctel de fanatismo y odio, tan característico de cualquier ultraderecha europea. La peculiaridad de estos republicanistas es que sus discursos liberticidas los adoban convenientemente con términos progresistas. El resultado son unos estridentes cantos de sirena que, para sorpresa de muchos republicanos de izquierda, siguen seduciendo a podemitas y sociatas.
Nada más lejos del interés común, de la igualdad y la justicia social que el movimiento republicanista que está azotando España en los últimos años. Cuando sea posible calcular el coste económico que los españoles han pagado y están pagando por los chantajes y demás exigencias de los republicanistas y sus honorables padres nacionalistas, solo entonces podremos conocer cuánto ha perdido la sanidad, la educación, la ciencia o las obras públicas en este país. El nacionalismo es un lastre y otra forma de corrupción, o no, porque como decía Cicerón, ¿cómo va a mentir alguien que lleva más de diez años diciendo lo mismo?