Gabriel Rufián nos metió a todos en “un solo pueblo bajo la bota del Estado opresor”, para reventar, este pasado lunes, la inauguración de la Legislatura en el Congreso. Pero el joven bárbaro de ERC no es el único que habla de “un solo pueblo”. También lo hizo, el mismo día, Josep Miró i Ardévol, en una reunión abierta, que concitó en el Círculo de Economía a un buen número de notables del derecho, profesionales, académicos y empresarios. La cita, impulsada por Eugeni Gay, Carlos Cuatrecasas, Alfredo Pastor, Àngels García Roca, Jordi Alberich, Oller Ariño o Manuel Silva, entre otros, proclamó la génesis de un catalizador del catalanismo no soberanista, que tiene como último fin atraer a una parte del electorado que no comulga con el dolor de muelas 'indepe'.
Además, los convocantes a la peculiar noche de Trastámara que se vivió en el Círculo están convencidos de que la Cataluña moderna, vinculada a España, todavía levanta entusiasmos; creen que el independentismo dejará de ser hegemónico si se presenta una voz “que no le exija al electorado excusarse por su voto anterior”. Algo así como una corriente nacida del excusatio non petitio.
Este nuevo frente de inveterado optimismo tiene su cartel y su aquel. Eugeni Gay, el ex decano del Colegio de Abogados, glosó la Constitución de Cádiz (1812) y su demolición por parte de la Restauración, las asonadas o los golpes, hasta desembocar en el general anti-empático, ligero de muñeca a la hora de firmar penas capitales. Ante los congregados en la sede del think tank económico, Gay liberó su abundancia de jurisconsulto atravesado, especialmente cuando se detuvo en la Carta Magna del 78, auténtico dique de contención de la división de poderes, que hoy disfrutamos, y que podríamos perder si la inestabilidad del “soberanismo desemboca en una crisis de Estado”.
Vamos directos al barranco; pero hay quien cree todavía que la cultura de la conversación servirá de lenitivo. Es el caso del joven Miquel Vilanova, otro de los convocantes, quién, con una cita de Montaigne (“toda razón tiene su contrario”), quiso endulzar la aguerrida batalla dialéctica actual. Menos mal que alguien piensa en el intercambio de opiniones. Lástima que la buena educación, que festonean las cuatro paredes del Círculo, no tenga continuidad en las cámaras legislativas, altares del insulto y del agravio. “Lástima que el rabioso laberinto español no exhale la paz de mi cotage”, pensó más de uno, camino de casa.
Es fácil acomodarse en buena compañía; uno se siente recogido en el núcleo duro del centro catalán, aquel espacio de sensatez que siempre recordará a los Centristas de Carlos Güell o a los centrados de Antón Cañellas (UCD). Pero hoy, la moderación es un vacío, que la noche del lunes solo llenaron los senadores laicos, Carlos Cuatrecasas y Joan Mas-Cantí.
Fue un homenaje indirecto a los Trastámara, primer micro chip pensante de una Europa basada en la soberanía compartida, cinco siglos antes de Maastricht. Sobre el prestigioso foro de opinión sobrevuela siempre la sombra de Vicens Vives, el sujeto elíptico de nuestros desvaríos. Los catalanes, hábiles constructores de futuros, somos de digestión demasiado lenta. Y para no perdernos en el campo de las palabras, el letrado Prat Salat puso sobre la mesa la agradable anécdota de dos abogados que un día apostaron a ver cuál de los dos era capaz de hablar menos en una vista. Cuando el magistrado les dio la venia, uno dijo “que se haga justicia” y el otro respondió “amén”. En un país ganado por la estética, el humor es el mejor viático para el viaje de regreso a la normalidad.
Las palabras de los intervinientes encajaron en una especie de felicidad aristotélica. Será porque, en el prestigioso foro de opinión, se valoran la calidez de lo frágil y la diplomacia del ingenio. La sala de actos de la Casa Arnús Gari, cenáculo de secretos a voces, explora la recuperación del diálogo civil entre conciudadanos; en ella reside uno de motores del salto a la praxis, si algún día se dignan los representantes de la Cataluña etrusca, encastillados en la autodeterminación o el exterminio. Mientras tanto, el ambiente de rigor distendido funciona como el gozne riguroso de las contraventanas; nos aísla de la calle.
El universo ciceroniano de las ilustres togas que alegraban al aforo no acabó de encajar en la teología pastoral de Miró i Ardevol, casi tan sentida como la homilética del columnista Antoni Puigverd. Este último, en su artículo Vae victis (¡ay de los vencidos!), publicado el mismo lunes, le pedía al Estado una actitud más propositiva de vencedor y no la “venganza de orfebrería jurídica”, que han recibido los condenados del 1-O. Bien, pero dónde queda entonces el dolor que infligen estos políticos al resto de catalanes; la murga indepe; su pasión permanente por el conflicto; su desgobierno a costa del erario; su prevaricación de años y su dejación del espacio público, por no hablar de su legitimismo saltándose el marco de nuestra democracia. Nunca les deseé la cárcel, ¡jamás! por razones obvias, pero si queremos avanzar, ellos deben retroceder. La ambigüedad cardenalicia no nos vale.
A la caída de la tarde, el mal gusto del desaire de Rufían al Borbón Felipe VI, perpetrado de buena mañana, se colaba por las rendijas, escalera abajo. El tono ligeramente monárquico de los independientes que quieren ser alternativa al Govern solo es un apunte. Al fin y al cabo, los Trastámara acompañan el toque sutil de otros gentilicios europeos, como Orléans o Habsburgo, con más peso intelectual que regio; más enjundia que poder; o más pensamiento que acto. Justo lo que tiene el Círculo.