Las secuelas del escándalo de Banco de Valencia parecen inagotables. Nada tiene de extraño, pues se trata de uno de los siniestros de mayor bulto relativo que acontecieron durante la pasada crisis del sistema financiero.
El caso es que la Audiencia Nacional acaba de condenar a Domingo Parra, exconsejero delegado de Banco de Valencia, a 1 año y 3 meses de prisión por un delito continuado de administración desleal.
La sentencia también castiga a Bautista Soler, su hija Victoria Soler y el marido de ésta, Vicente Fons, a quienes impone 2 años de cárcel como cooperadores necesarios.
Todos ellos habrán de indemnizar al Fondo de Reestructuración Bancaria (Frob) con la suma de 94 millones. Tal cantidad es el “agujero” que ocasionó al banco un préstamo otorgado a don Bautista en 2007, por valor de 312 millones.
Esa operación crediticia constituyó un disparate de tomo y lomo. Valgan solo dos datos para demostrarlo. Primero, su importe equivalía a casi el triple de los beneficios que el banco declaró aquel año. Y segundo, la finalidad de tamaño dineral no era otra que la compra por el tal Soler de un paquetón de acciones de la madrileña Metrovacesa, la mayor firma patrimonialista del ramo inmobiliario en España.
Por tanto, el trasiego se hallaba sujeto a las mareas cambiantes del mercado bursátil de renta variable. En resumen, entrañaba una especulación como la copa de un pino.
Es de recordar que Soler y su socio Joaquín Rivero (hoy ya fallecido), andaban a la sazón envueltos en una guerra de opas para adueñarse de la gigantesca promotora. Tenían de principal contrincante en la titánica liza al hombre de negocios catalán Román Sanahuja.
Unos y otro se lanzaron como posesos a adquirir montones de acciones. Todos ellos contaban con facilidades dinerarias sin tasa de los intermediarios de la pasta, que se las suministraba sin pestañear.
Aquel memorable asalto fue un movimiento de osadía sin par. Acaeció en el peor momento imaginable, justo cuando asomaban los primeros indicios del pinchazo que iba a reventar la burbuja del ladrillo.
Las opas de marras concluyeron como el rosario de la aurora. Ninguno de los protagonistas fue capaz de devolver los caudales percibidos. En consecuencia, los bancos ejecutaron los descubiertos. Y para resarcirse en parte, hubieron de asumir el mando de Metrovacesa.
Domingo Parra reconoció durante el juicio que fue él en persona, como máximo ejecutivo del banco, quien autorizó la operación. Admitió, asimismo, que se saltó a la torera los controles internos. Confesó incluso haber incurrido en falseo de documentos.
Este leñazo procesal es el tercero que llueve sobre Parra. El año pasado le cayeron otros dos correctivos. Uno de 4 años de presidio, por lubricar varios tejemanejes inmobiliarios que acarrearon a Banco de Valencia un quebranto de casi 200 millones. Y otro, de 1 año y 7 meses, por la concesión de un empréstito a una sociedad relacionada con su familia.
Sobre Parra pesa además otra posible punición. La fiscalía acaba de pedir para él cuatro años y medio a la sombra por falsedad contable en los balances de 2009 y 2010. En dichos ejercicios Parra autorizó la refinanciación de promotores inmobiliarios sin las debidas garantías. Tras entrar en mora, la institución se adjudicó los devaluados activos, con unos déficits de provisiones enormes.
Banco de Valencia, filial de Bancaja, requirió unas ayudas estatales de más de 6.100 millones de euros para salvarse de la bancarrota. Otras entidades recibieron sumas mayores, por ejemplo Bankia, en la que Bancaja se integró finalmente. Pero en términos relativos, es decir, en función del tamaño de su balance, el Valencia bate todos los récords habidos y por haber en materia de auxilios públicos.
Una prueba palmaria de la magnitud del desastre es que casi 4 de cada 10 créditos concedidos por el Valencia terminó en fallido.
El Frob vendió Banco de Valencia a Caixabank en 2012, por el precio de un miserable euro. Además, le garantizó la cobertura del 72% de las pérdidas que pudiera experimentar durante los diez años siguientes. Un auténtico chollo.
La sede central del Valencia se alojó en el edificio esquinero de las calles Pintor Sorolla y Don Juan de Austria, de la capital del Turia. Curiosamente, el histórico y señorial inmueble alberga desde octubre de 2017 el cuartel general de Caixabank, tras su espectacular fuga de Barcelona por las amenazas separatistas del Govern.
Las penas propinadas a Domingo Parra significan una enmienda a la totalidad a su nefasta gestión, que es un mero compendio de las peores prácticas bancarias. Sus dislates al frente del Valencia han costado a los contribuyentes una fortuna astronómica, totalmente irrecuperable.
Casi 9 años después de que el Banco de España decretara la intervención del Valencia, Parra salda sus cuentas pendientes con la justicia. En el pecado lleva la penitencia, siquiera sea con un notable retraso, gracias a la sempiterna pereza de la administración de justicia.