Nuestras instituciones nos tienen más que hartos con resoluciones declarativas que no llevan a nada y que sobre todo sirven para sustentar la defensa de algunos políticos cuando se ven envueltos en líos judiciales. Amparándose en la libertad de expresión defienden que todo vale si no hay consecuencias jurídicas reales. En el fondo todo era una (irresponsable) broma.
La propuesta de solicitar para Barcelona la co-capitalidad del estado español puede ser solo otro brindis al sol, pero es una excelente noticia que debería copar todas las portadas de la prensa nacional y abrir con ella todos los telediarios. Lamentablemente no ha tenido un gran eco, incluso lo ha tenido más el tweet provinciano del presidente vicario que está más preocupado en la batalla con su rival por el mismo espacio político que en la tarea que tiene encomendada, gestionar una de las más importantes autonomías de España (lamentablemente ya no es la más importante). Pero aun con todo la propuesta no deja de ser una gran noticia.
Tuvo que ser Manuel Valls el que lo propusiera, un político de otra galaxia, acostumbrado a jugar en la Champions. Contar con el apoyo de todos los partidos excepto de quienes siguen anclados en el cuanto peor mejor es motivo de esperanza. Porque la abstención de ERC es tremendamente significativa y debe valorarse tanto o más que el voto positivo de los Comuns quienes, para compensar, reclamaron mantener los derechos de sufragio pasivo a quienes la justicia insiste en quitárselos aplicando la legislación vigente.
Para quien está acostumbrado a ducharse con un traje de teflón para no mojarse es un paso de gigante, aunque quien más arriesga son los republicanos empeñados en hacer algo por su (nuestro) país. ERC arriesga, pero se merece ganar la partida.
Si Barcelona fuese co-capital no se solucionarían todos nuestros problemas, ni mucho menos, pero sería bueno para Barcelona, Cataluña y España. A Barcelona, lamentablemente, le separa menos distancia de las principales capitales de provincia de España que de Madrid. La distancia real de Barcelona con la pujante Málaga, por ejemplo, es cada vez menor.
Málaga crece, Barcelona encoge. Salir a cenar un martes en Barcelona o en Madrid no tiene color, estamos catatónicos. Nos podemos poner como queramos, pero el primer enemigo de Barcelona es ella misma y el provincianismo que nos invade desde hace años, mezcla de autosatisfacción y apatía. Simular estar de espaldas al resto del estado es simplemente un suicidio. Sirva como muestra un botón, el turismo nacional ya solo significa el 15% del turismo que llega a Barcelona cuando en los 90 era más del 50% y en 2005 superaba el 30%. No es malo que vengan turistas extranjeros, al contrario, pero sí lo es que vengan, por ejemplo, más norteamericanos que ciudadanos del resto de España. La desafección ya es mutua.
Ser co-capital implicaría, por ejemplo, tener el Senado en Barcelona, algunos Ministerios, quien sabe si el Supremo y sobre todo que la carrera de alto funcionario fuese atractiva también para los catalanes. ¿Cuántos abogados del estado son catalanes? ¿Cuantos técnicos superiores de comercio? ¿Cuántos jueces de la audiencia nacional o del supremo? Porque los altos funcionarios son el estado, y desde aquí lo vemos tan lejos como marte.
Pero si Barcelona fuese cocapital tal vez algún medio nacional podría venirse aquí, especialmente cuando sus accionistas son catalanes y nuestras comunicaciones mejorarían. Habría más aviones que llegarían de toda España. Y eso sería muy bueno para Barcelona, pero sobre todo para España. La capacidad centrípeta de Madrid es inmensa y España lleva camino de ser Francia o peor aún, México o Argentina, donde solo hay una gran capital y el resto son ciudades de provincia irrelevantes en lo económico, pero también en lo social y cultural.
El modelo alemán, con un buen número de ciudades “importantes” debería ser la referencia para desarrollar España de una manera más armónica. Múnich es la referencia para los seguros, Frankfurt para las finanzas, Hamburgo el gran puerto, Stuttgart uno de los polos de automoción y así varias ciudades que están al mismo nivel que un Berlín que tras la reunificación no fagocitó al resto sino que supo compartir protagonismo, fortaleciendo la estructura federal de uno de los pocos estados realmente descentralizados.
Ser co-capital ayudaría a entenderse, se perdería el miedo al bilingüismo, se desarrollaría la economía de una manera más armónica y no se crearía un monstruo en Madrid, ciudad que al paso que va llegará a los 10 millones de habitantes (contando las ciudades periféricas, claro está).
Lo mismo que sería muy bueno que ERC tuviese un ministro en el Gobierno de España, algo que no sería la primera vez que pasase porque durante la Segunda República hubo hasta 7 ministros de este partido en carteras tan importantes como Marina (Companys), Hacienda (Carner) o Comunicaciones (Santaló).
La propuesta del Ayuntamiento de Barcelona es solo un primer paso, probablemente llamado a no prosperar, pero es el primero en la buena dirección, el entendimiento, desde hace muchos años. Ojalá nos animemos todos a caminar en esa dirección.