De todas las imágenes que estos días han impactado nuestras retinas, desde el momento en que Pedro Sánchez fue investido Presidente del Gobierno hasta la jura de cargos ante Felipe VI, pocas me resultan tan reseñables, caricaturescas y dignas de burla, como las generadas por nuestra parroquia de vergonzosos marxistas de pacotilla. Permítanme que me explaye, y disculpen, lo ruego por adelantado, mi vitriólico sentido del humor y sarcasmo, porque siendo como soy hijo de los años cincuenta, y habiendo vivido dieciocho años de «tardo franquismo», amén del redactado de nuestra Constitución, el ascenso y caída de Adolfo Suárez y su UCD, y la triunfal victoria del PSOE en 1982, pocos recuerdos me llevan a refocilarme tanto en la chirigota como los que protagonizan y dejan ahora para la historia las machiféminas y los femimachos de Podemos.

Muchos recordarán, como yo lo hago ahora, al Felipe González y al Alfonso Guerra de aquellos días pretéritos, cuando barrieron en las elecciones con cara de hambre, de mucha hambre, y con aspecto de pésima salud, ojerosos y cetrinos, como si hubieran pasado meses ocultos en una imprenta clandestina en Lavapiés, oliendo a fritura de bar de barrio, alzando el puñito enfundados en sus americanas de pana raída, desgastada, con coderas. Casi como la famélica legión, vaya. Yo les voté. Y no solo esa vez. Les voté hasta que los escándalos y la corrupción les llegó hasta la nuez y aquello olía a cloaca. Creo que muchos españoles lo hicimos. Y vaya por delante, y ahí lo dejo, el hecho de que a pesar de la decepción que generaron en su día tras muchos años monopolizando el poder, como políticos e intelectuales considero que incluso en sus horas más bajas, más grises, les daban, y siguen dando, doscientas vueltas a esta mediocre y falsaria ultra extrema izquierda con cartera ministerial. Y por descontado a Sánchez. Pero de Sánchez les hablaré otro día, que nos dará muchos, y de gloria absoluta.

Ojiplático me quedé al ver a Pablo Iglesias llorando emocionado, a moco tendido, como una María Magdalena, abrazadito a Echenique-Nique-Nique, mientras las filas moradas coreaban con entusiasmo el consabido “¡Sí, se puede!”. «Es que soy muy sensible, muy emotivo» --o algo por el estilo--, adujo a modo de justificación tras la investidura. Y yo que soy ingenuo antes que malvado pensé: “Es normal, al pobre le desborda la emoción por haber logrado dar voz a todos los desheredados, a todos los pobres, a todos los parias que en este mundo son (bueno, somos)”.

También Irene Montero se unió al melodrama. A mí se me humedecieron los ojos y casi se me dispara el puñito en solidaridad. Pero me caí de la nube en cuestión de segundos al entender que el arroz, cuando se pasa, se pasa, y no hay quien lo arregle. O expresado de otro modo: algunos trenes no vuelven a pasar jamás. Y es que aquí nos hemos quedado con la idea de la monumental debacle de Ciudadanos como paradigma del topetazo político sin echar cuentas del brutal desplome de Podemos desde las elecciones de abril. Su asalto al Olimpo marxista era ahora o nunca.

Políticos como González o Guerra tardaron mucho tiempo en cambiar su estilismo de «combate proletario prêt-à-porter» por el traje de Armani. Su paso de las barricadas a las mariscadas no fue cosa de un día, lo recuerdo perfectamente, quizá --digo yo--, por cierto pundonor y coherencia personal. Pero no son estos ya tiempos para andarse por las ramas de la dignidad. Pablo Iglesias e Irene Montero llegan a su particular cénit con cinco propiedades a su nombre, entre ellas Galapagar, que hay que pagar, y unas nóminas difíciles de calcular.

Veamos. Iglesias cobrará como Vicepresidente Segundo del Gobierno unos 78.000 euros anuales, a los que habrá que sumar --eso creo, y si me equivoco corríjanme-- su sueldo como Ministro de Derechos Sociales y Agenda 2030 (una cartera ministerial son 73.000 euros), más su escaño como diputado, más dietas, más lo que pueda cobrar como secretario general de Podemos. Algo parecido ocurre con Montero. Entre los dos acumulan cargos para empapelar un salón. Me extrañaría mucho que entre pitos y flautas no “levantaran” más de 350.000 machacantes anuales mano a mano. Cojan la calculadora y tiren por lo bajo. No menos de 60 millones de las viejas pesetas. Y estoy convencido de que es mucho más. Fijo que ahora Pablo convence a Sánchez de la necesidad de bajar los impuestos a las rentas más altas. Y no será un 0,9% como en el caso del alza de las pensiones.

Tantísimo dinero en manos de comunistas en absoluto dados al populismo y la demagogia se traducirá en un proceder ejemplar que causará admiración. No tardaremos en ver a Pablo e Irene poner la primera piedra del 'Centro de Acogida para Marxistas Octogenarios y Bolcheviques Ateridos', siguiendo la senda abierta por los 'Hogares Sociales para Proletarios Jodidos' de Wyoming o las 'Residencias Comunistas Octubre Rojo' de Ferreras & Pastor. Incluso aventuraría que Montero, para marcar perfil propio, creará la 'Fundación de Estudios Ginecocráticos Amazona Dominante'. Al tiempo…

Lo más importante, no obstante, no es todo lo anterior, que es en buena parte fruto de las divagaciones de mi imaginación enfermiza, sino ver la fulgurante metamorfosis ideológica que implica y supone convertirse en casta castiza casposa de sopetón. A nuestras estrellas, con recién estrenada cartera ministerial en mano (a 800 euros la unidad), ya no se les caen los anillos por nada. En menos de 48 horas ya era apreciable el cambio de look. Sus nuevos cargos aparecían a los pocos segundos de su nombramiento en sus perfiles personales en las redes; los dos adoptaban vestimenta «progrepijo porque el mundo me ha hecho así» y a paso alegre prometían cargo ante el Rey.

Y eso que aún corren por ahí varios tweets en los que Irene arremetía contra el monarca --«#FelipeNoSerásRey que vienen nuestros recortes, y serán con guillotina» y «#FelipeNoSerásRey y todos los Borbones a los tiburones»-- y algunos en los que Pablo se declaraba partidario de la no violencia pero manifestaba poder entender que alguien tiroteara a los del PP.

Todo eso se ha acabado, amigos. No habrá más escraches, ni más “alertas antifascistas muy fascistas”, ni más manifestaciones junto a Bildu, ERC y Junts x Cat (carcajada atronadora, les ha faltado tiempo) exigiendo referéndums y pidiendo la libertad de los presos políticos. Se acabó cuestionar la Constitución y el ordenamiento territorial; el cagarse en el IBEX; el despotricar contra Amancio Ortega, ese asqueroso capitalista explotador que para desgravar dona cientos de millones en equipos médicos aquí y allá. Todo eso ya queda en el terreno de lo prosaico.

Con Irene Montero en el Consejo de Ministras --¡Eh, ojo al dato: Consejo de Ministras dijo al prometer!-- la tendremos entretenida mucho tiempo, devanándose los sesos a fin de conseguir que en pocos años todos los machistas heteropatriarcales de este país nos feminicemos y acabemos usando lencería sexy de Victoria’s Secret como la Diosa manda. En cuanto a Pablo dicen que casi se cae de espaldas cuando supo que a partir de ahora puede usar el Falcon y transporte aéreo gubernamental. La coleta le va a durar dos cafés. También irá al odontólogo a que le pongan los «piños abominables» en su sitio… ¿Qué nos jugamos?

Y es que el dinero y el poder a espuertas, amigos, es un bálsamo de Fierabrás que amansa a las bestias, a los maoístas, a los leninistas, a los chavistas y castristas, a los anarcosindicalistas, a los polpotistas, y a todos los fantoches y tarados que en este mundo son. Siempre ha sido y siempre será así. Desengañémonos: usted y yo, sin ir más lejos, solo somos un par de seres anodinos que equivocaron su profesión. Con lo fácil que hubiera sido pedir plaza de banquero sin escrúpulos, rufianizarse en polígono industrial o aprender a levantar el puño con estilo. Jodida vida. Too late…