No hay que guiarse por las apariencias ni quedarse en la superficie de las cosas; es necesario que la farsa del nuevo tinglado de la política convierta al más cándido en sagaz y en perspicaz al más incauto. Tal y como están las cosas, es conveniente que la observación de cuanto ocurre en la escena pública trascienda lo aparente para fijarse en lo auténticamente revelador.
Por ejemplo, en la mirada que se cruzaron Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, una vez rubricado el principio del fin del bloqueo gubernamental que tiene paralizada a España desde hace ni se sabe cuanto tiempo. Con los diáconos de Bildu y el PNV relamiéndose en la sacristía, ya sólo falta que Esquerra Republicana de Catalunya, concluida su escenificación, se sume a la fiesta, para que tengamos servido el insomnio del que nos advertía hace bien poco el mismísimo presidente en funciones.
En el gesto de Sánchez tras la firma del pacto de gobierno con Podemos, envuelto en esa sonrisa que tantos réditos le ha reportado en las urnas, se percibía la urdimbre de una argucia, la trama de un ardid, la promesa de un engaño. En la contracción de la mandíbula presidencial, en esa mueca de remilgo, es donde se contiene lo esencial del pretendido acuerdo; esa leve composición de rechazo en la actitud del inquilino de la Moncloa es la que revela su aversión a compartir la mesa del Consejo de Ministros con alguien tan inquietante como el secretario general de UP. Y, seguramente por todo ello, en la sutil sonrisa que esboza desde una cierta distancia, la que se permite una vez ha logrado sorprender a todos y salirse con la suya, es en la que se contiene la promesa de un desenlace también inesperado.
El de la mañana del lunes es solo el inicio de una digestión compleja. Los días por venir se alimentarán, seguro, de pretensiones inasumibles por quien pretende el Gobierno homogéneo y estable con el que afrontar la desaceleración de la economía que empieza a hacer acto de presencia, o las pretensiones de las fuerzas independentistas. Esperad y ved, parecía dar a entender el rictus del presidente. Quién sabe. De lo que no cabe ninguna duda es que el señor Sánchez aspira a dormir tranquilo. Y a eso, a gozar de un sueño plácido y reparador de tanto desasosiego, en cuanto sea investido, va a aplicarse con todos los medios de que disponga.
Su principal lenitivo será Europa; el somnífero se lo van a suministrar la Comisión, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional. Y él lo sabe. Con la deuda asumida por España y la situación económica que se avecina, no parece que la troika pueda estar para bailes. Quien, con toda probabilidad, ignora, o no recuerda, o desconsidera la existencia de esas instancias que no se andan por las ramas a la hora de establecer exigencias, es el señor Iglesias. Aunque, bien mirado, acaso sí lo sepa, y con una porción de Gobierno en sus manos se dé por satisfecho.
Algunas de las medidas que apunta ese Nuevo acuerdo para España suscrito por el Partido Socialista y Unidas Podemos pueden no pasar de ser un desiderátum, un brindis al sol, papel mojado. Es fácil blandir el espantajo de “que pague más quien más tiene”, cuando los que tienen más saben bien cómo conservar sus caudales al resguardo de las miradas del fisco. O la derogación de la reforma laboral, que ya ha suscitado las primeras reacciones adversas, porque la patronal no parece dispuesta a seguir el juego de una partida que, contra lo prometido, excluye a los agentes sociales y solo puede llevarse a término con un aumento significativo del gasto público y, acaso, con una mayor precarización de la contratación laboral, como, por cierto, revela el contenido aplauso de que ha sido objeto por parte de los sindicatos.
En cualquier caso, de lo que no existe la menor duda es que la investidura a todo trance se ha dejado ya muchos pelos en la gatera, lo cual no augura un curso político apacible. El desprestigio a que ha dado lugar la contaminación de las instituciones y su instrumentalización --fundamentalmente del poder judicial-- para acceder a las pretensiones de ERC, lesionan el Estado y suponen una factura cuyo precio habrá que pagar más pronto que tarde. Pero el presidente, que goza, como es sabido, de muy buena suerte, procurará emerger de las aguas seco como un pato. Lo peor se reserva siempre para la clase de tropa, que hace ya acopio de somníferos recordando su propia advertencia. Claro que el señor Sánchez, como aquel dignatario abofeteado en la cara de su chambelán, acabará pensando que ahí se las den todas.