Nuevos tiempos, aires nuevos, o “la pela es la pela”. La veterana Mútua General de Catalunya ha sometido su nombre a una profunda cura de adelgazamiento. Después de 35 años de existencia, en lo sucesivo pasará a llamarse MGC Mutua.
En román paladino, esto quiere decir que el título se ha castellanizado y, de un plumazo, se ha borrado toda alusión al origen catalán de la institución.
La noticia se ha comunicado a los mutualistas por medio de la revista informativa interna, edición de diciembre.
En ella se insertan varios artículos, incluida la habitual carta del director general Daniel Redondo, para justificar el estreno del lustroso traje que viste la corporación.
“Esta identidad es la evolución lógica acorde con los nuevos tiempos, a los que nos adaptamos para seguir creciendo y para ofrecer las mejores coberturas”, explica la publicación.
La mudanza de piel no parece que haya agradado sobremanera a la masa de afiliados, muchos de ellos de ideas marcadamente nacionalistas, cuando no secesionistas.
Bien al contrario, ha desatado un alud de lamentos que estos días atruenan la centralilla telefónica del cuartel general de calle Tuset.
Por mi parte, traté de recabar la opinión del mandamás del consejo Bartomeu Vicens, del ejecutivo Redondo y de la jefa de comunicación Núria Morer. Vano empeño. El terceto estaba ilocalizable. No se les espera hasta después de Reyes.
La desaparición de la cúpula entera durante el periodo festivo es un fenómeno que se repite año tras año.
Ocurre que la mutua, igual que otras de su género, aprovecha el final de ejercicio para comunicar a sus amados consocios el alza de las primas que vienen satisfaciendo.
La subida suele ser leonina para los ciudadanos más vulnerables, es decir, los ancianos, a quienes se deja en la estacada sin el menor miramiento.
Ante la tempestad de quejas subsiguiente, el alto mando opta por esfumarse y así, muerto el perro, muerta la rabia. ¿Qué se hizo de la solidaridad, sacrosanto principio del mutualismo?
En todo caso, queda bastante claro que el objetivo cardinal del flamante acrónimo MGC es desterrar la palabra Catalunya de la denominación social.
Pero como hay que vestir el santo, la gaceta interna asegura que la acortada marca encierra la enorme ventaja de insuflarle una más amplia visibilidad.
Nunca es tarde si la dicha es buena. Lástima que hayan tenido que transcurrir nada menos que tres décadas y media hasta la admisión de semejante hecho por los jerarcas del ente.
El despliegue del emblema MGC Mutua se hará de forma progresiva y se extenderá a la sede central, las 22 oficinas, los materiales de uso común, la web y la aplicación para móviles.
Las primeras consecuencias del viraje estratégico se advierten en la propia revista corporativa, pues de repente se ha empezado a imprimir en castellano desde la cruz hasta la raya.
Se acabó la exclusiva que hasta ahora disfrutaba el catalán como única lengua tolerada en sus páginas.
Los vaivenes de marras persiguen conseguir el crecimiento. Pero no en Cataluña, donde una densa competencia apenas deja margen de maniobra, sino en el resto de España.
Mútua General de Catalunya siempre se centró en el ámbito geográfico catalán y las Baleares.
Arañar mayor cuota en esos mercados se antoja casi imposible, por lo que la mejor manera de continuar pedaleando pasa por proyectarse a toda la piel de toro.
Y dadas las vicisitudes políticas imperantes, llevar inserto en el título societario el nombre de “Catalunya” no parece la mejor tarjeta de presentación para captar clientes en otras parcelas de la península.
Es de recordar que en los últimos diez años el número de mutualistas adscritos ha sufrido un desplome espectacular. Alcanzó la redonda cota de los 100.000 en 2008.
Pero tras ese récord, sobrevino una pertinaz desbandada que se llevó por delante a la cuarta parte de los miembros.
En los cinco últimos años se ha recuperado algo de terreno y se han incorporado 2.457 asociados, pero aún así, el conjunto apenas llega hoy a los 77.000.
Hay un dato que resume cabalmente cómo esta aseguradora sin ánimo de lucro exprime a sus adheridos.
Los ingresos o facturación, es decir, los cánones cobrados a los militantes, son hoy casi un 30% superiores a los de diez años atrás, pero con un 23% menos de abonados.
De ello se infiere que en el citado lapso las exacciones a sus inermes parroquianos se han endurecido exponencialmente.
Mútua General de Catalunya nació en 1984, en el seno de la sociedad civil que había constituido el Hospital General de Catalunya de Sant Cugat del Vallès diez años antes.
Ese centro médico registró una andadura desastrosa, que desembocó en 1993 y 1999 en sendas suspensiones de pagos. Tales percances figuraron entre los más atronadores de su época.
A la sazón, el consejo de administración del Hospital albergaba varios prebostes catalanes, entre ellos el político Anton Cañellas, los notarios Roca Sastre y Puig Salellas, el artista Antoni Tàpies, el banquero Raimon Carrasco y el orfebre José María Puig Doria.
La catástrofe del Hospital General amenazaba con arrastrar también a Mútua General. Ello indujo a esta última a desvincularse del Hospital y emprender una vida independiente, bajo la batuta del entonces director general, el doctor Bartomeu Vicens Sagrera, su actual presidente.
Para conseguir un fuerte ritmo expansivo, Vicens impulsó la fusión con otras firmas más pequeñas. Así, absorbió sucesivamente las mutuas de Previsores y Sant Jordi, amén de los montepíos Sant Faust, Federació Santa Maria de Gràcia y Conductores de Terrassa.
Más tarde atrajo las mutuas de Periodistes de Catalunya y Salesiana Escolar San Juan Bosco.
En la Mútua General se cobijaron diversos próceres de Convergència. Por ella pasó Francesc Sanuy, ya fallecido, que fue consejero de Comercio y Turismo entre 1980 y 1985.
Y Joan Guitart, quien ejerció de consejero de Enseñanza y más tarde de Cultura, a lo largo del dilatado intervalo 1980-1996.
Guitart desempeñó la presidencia de la Mútua desde 2003 hasta 2012, cuando cedió la poltrona al doctor Vicens.
Hoy, con casi 83 años a cuestas, Guitart se mantiene como vicepresidente de la mutua, y además, lidera su Fundación.
Por cierto, Vicens no le va a la zaga en cuestión de edad. Todo honor y toda gloria para la gerontocracia.
Los tiempos cambian y hay que amoldarse a las nuevas circunstancias. Pero la camaleónica transformación de la benemérita Mútua General de Catalunya para desembarcar en los páramos celtibéricos, es prueba palmaria de que el famoso dicho “la pela es la pela” –citado al principio de este escrito–, cobra una vigencia rabiosa.