No cabe duda de que el PSC ha celebrado un buen congreso, el mejor desde hace algunos años, que sobre todo ha servido para romper el dogma de la inmersión lingüística. Ha ofrecido una imagen de unidad interna y de autosatisfacción gracias a unos resultados que en las últimas elecciones generales, municipales y europeas le han situado como segunda fuerza. Los socialistas han salido vivos del procés y son la formación política catalana con más militantes que pagan cuota, unos 14.000, por encima de ERC, que apenas rebasa los 10.000. Si embargo, su asignatura pendiente sigue siendo las elecciones autonómicas. En 2017, Miquel Iceta volvió a repetir un mal resultado, logrando solo el 13,8% y 17 diputados. Dos años antes, le había ido peor, cayendo hasta el 12,7% y un diputado menos. La novedad tras el otoño del procés es que el primer secretario del PSC vistió su candidatura bajo una fórmula de amplia coalición con sectores del nacionalismo no independentista y que incorporaba también a personalidades más a la izquierda. Todo ello se concretó en una alianza electoral con los democristianos de Units per Avançar, cuyo líder, Ramon Espadaler, ocupó el número 3 de la candidatura por Barcelona, y del prestigioso jurista y exeurodiputado de Podemos Carlos Jiménez Villajero, cerrando la lista. La operación fue un fracaso porque ni tan siquiera logró recuperar los 20 diputados que obtuvo Pere Navarro en 2012.
Es cierto que en 2017 la polarización fue máxima y que Ciutadans logró con Inés Arrimadas como candidata catalizar el voto constitucionalista. Iceta jugó la estrategia de intentar superar los bloques, creyendo que habría un importante caudal de electores en el río del voto nacionalista/catalanista moderado. La realidad demostró que no era así y él contribuyó además a asustar en campaña al votante más constitucionalista con inoportunas declaraciones a favor de los indultos a los presos del procés. Esta semana ha anunciado que quiere volver a repetir ese mismo planteamiento de “amplia coalición” desde el centro hacia la izquierda y que iniciaba los contactos con la Lliga Democràtica, presidida por la politóloga Astrid Barrio; la plataforma Lliures, encabezada por Antoni Fernández Teixidó; y nuevamente con Units per Avançar. La estrategia de Iceta es abrirse también hacia la izquierda para aglutinar sectores cercanos al partido de Ada Colau. Aparentemente parece un calco del planteamiento que hizo en 2017 con la diferencia de que entonces el partido naranja aparecía como la alternativa al separatismo y que el PSC quería abrir un tercer carril que permitiera al líder socialista colarse al frente de la Generalitat al estilo de la serie danesa Borgen. Al final “parieron los montes y nació un ridículo ratón”, como dijo el clásico Horacio.
La pregunta esencial es por qué ahora esa misma o parecida estrategia podría funcionar. Y la respuesta no parece en absoluto clara porque aunque Cs está en un proceso de decadencia que podría conducirlo hasta el último lugar en el tablero catalán, la inmensa mayoría de sus votantes no van a apoyar a un partido que acentúe la retórica catalanista para atraer al nacionalismo moderado. Por otro lado, el separatista pragmático va a votar a ERC y no al PSC, y tampoco las encuestas detectan a muchos independentistas arrepentidos ideológicamente de centro. Es verdad que tampoco la alternativa de unidad electoral constitucionalista es políticamente factible ni tampoco deseable porque reproduciría una dinámica de bloques del agrado solo de los hooligans. Finalmente, hemos visto cómo los votos perdidos por Cs en las últimas generales han ido al PP, Vox y hacia la abstención en lugar de recabar, cuanto menos una parte sustancial, en los socialistas. Tampoco por ahí el PSC lo tiene fácil porque recibe muchos ataques de los sectores más duros del españolismo.
Ante un escenario tan confuso lo lógico es que el PSC, antes de lanzarse a según qué conjeturas, decidiera tener claro primero a quién representa, dónde están sus votantes y se decidiera a ocupar un espacio sin confusiones ni medias tintas. Porque el riesgo es que siendo un partido cuya identidad es socialdemócrata y federalista al final no sea competitivo en ningún espacio electoral. Ni como fuerza de izquierdas, porque le falta épica social en su discurso, ni como partido catalanista que se acerca tácticamente al nacionalismo, pero que al mismo tiempo es constitucionalista. En todos tiene competidores que son más de izquierdas, o más catalanistas/nacionalistas o más constitucionalistas que él. En resumen, antes de pensar en alianzas con fuerzas que electoralmente tampoco son nada, el PSC debería primero explicar bien lo que es. Por eso sorprende que Iceta, en lugar de vender insistentemente durante semanas su oferta programática tras un congreso tan exitoso, se lance a especular a destiempo con alianzas que lo difuminan.