Boris Johnson no da señales de haberse enterado de que la reina Victoria falleció en 1901. Y un número elevado de sus compatriotas, tampoco. De ahí el éxito electoral de ese botarate que parece haberse propuesto llevarse a su país por delante con esa pampringada del Brexit. Me pregunto qué aprendió en Eton y en Oxford, aparte de expresarse con ese acento tan posh. Y no será porque no le hayan avisado de lo que le espera a Gran Bretaña tras salirse de la Unión Europea. Asuntos financieros al margen, de momento ya se le han rebotado los escoceses, que ahora sí disponen de un motivo de peso para aspirar a la independencia. En Irlanda del Norte tampoco hay mucha alegría unionista, y cada vez se oyen más voces que defienden la anexión a la Irlanda independiente y proeuropea. Solo falta que se subleven los galeses para que la Gran Bretaña se convierta en un país muchísimo más pequeño. Pero todo eso, a Boris parece importarle un pepino, como si viviera a finales del siglo XIX y, como dice el himno, Britania dominara las olas. Evidentemente, Britania no domina una mierda en la actualidad, y hasta su idioma debe su propagación a los primos de ultramar, de quienes se han convertido en siervos desde los tiempos de la señora Thatcher. En cuanto a las promesas de Trump acerca de una relación especial reforzada, ¿quién se las cree? Sí, claro, Boris, pero…¿Hay alguien más?
Junto a la burricie sobrada de sus votantes, Boris ha disfrutado de un líder de la oposición ideal, Jeremy Corbyn, marxista rancio cuyo principal servicio al país consistiría en jubilarse. Corbyn es un modelo de político izquierdista viejo y caducado --como Melenchon en Francia o Iglesias en España--, una especie de Ken Loach de la política del que la izquierda debería huir como de la peste. Sí, ya sé que el New Labour de Tony Blair acabó como el rosario de la aurora porque el sujeto se escoró tanto a la derecha que parecía Thatcher con un traje de tres piezas, pero el partido necesita renovarse, y eso no lo va a conseguir con dinosaurios marxistas como el señor Corbyn. Blair era un cantamañanas que organizaba fiestas a las que invitaba a estrellas del brit pop como Damon Albarn o los hermanos Gallagher, tratando de revivir el Swinging London de los años 60 y haciendo el ridículo en el intento, pero a Corbyn, si lo pones a organizar una fiesta, es capaz de traerse a los Coros del Ejército Rojo dirigidos por el coronel Boris Alexandrov, que tanto venían por España cuando el franquismo (coincidiendo casi siempre, o así lo recuerdo, con los Harlem Globetrotters).
Corren malos tiempos para la izquierda en Europa. Y pueden empeorar con personajes como Corbyn, Melenchon o Iglesias. ¿No va siendo hora de enviar al tinte a todos esos marxistas tronados y bolcheviques de estar por casa, igual que nos gustaría deshacernos de los Le Pen, Salvini o Abascal? Una extrema izquierda tan funesta como la extrema derecha no es una solución a nada. Sí, soy un maldito socialdemócrata, ¿pasa algo? Estamos en las últimas, pero aún no la hemos diñado del todo.