A todos nos preocupan y nos avergüenzan las elevadas tasas de paro juvenil. Según las estadísticas oficiales, el 32% de los menores de 25 años están desempleados y casi 1,3 millones son ni-nis. Esta realidad, a la que obviamente hay que hacerle frente, está --solo algunas veces-- en el centro del debate político. Pero hay una realidad que ocupa muchísimas menos páginas de periódico: el paro en las personas de edad más avanzada.
El elevado paro en mayores de 45 años es un problema de primer nivel nacional. Muchos responsables de recursos humanos de empresas, sorprendentemente, consideran que las personas a partir de esa edad ya “están obsoletas” para ser contratadas. No me entra en la cabeza que este colectivo siga engordando las listas del paro mientras el sector productivo y empresarial renuncia a su experiencia, fidelidad, templanza y a su responsabilidad.
Las cifras de la EPA resumen bien la situación: hay 1,2 millones de parados con más de 45 años y son el 39% de los parados españoles. Pero el problema no es tanto el número total, sino el hecho de que, como así indican los últimos datos de la encuesta poblacional, 6 de cada 10 desempleados mayores de 55 años llevan 12 meses o más en esa situación. Es evidente que nuestro mercado laboral sufre una creciente incapacidad para recolocar a la cada vez mayor mano de obra madura. Y este es un grave panorama en un país en el que la población activa envejece a la par que lo hace su demografía y en el que el cómputo de la pensión pública se hace considerando los salarios de los últimos años de un trabajador.
Muchas de estas personas saben que la edad es un escollo para poder encontrar trabajo. Se sienten discriminadas y saben que aquello de “la experiencia es un grado” es, en muchos casos, una simple frase recurrente para salvar las apariencias. Los que tienen la mala suerte de sufrir el paro a partir de esas edades, en el mayor número de casos con importantes cargas familiares y económicas, lo pasan realmente mal. Asumir que un trabajador por el hecho de tener 45 o 50 años es menos competente y está menos capacitado para cumplir con su profesión es un prejuicio inaceptable y sin base en la realidad que está dejando a muchas personas sin horizontes en sus vidas.
Debemos aparcar ese edadismo que tanto influye en nuestra actividad económica. Es intelectualmente estúpido glorificar per se la juventud y rechazar la madurez. Es urgente poner en valor la experiencia como un activo y no como un problema. Entre otras cosas, porque despreciar la experiencia, además de ser socialmente injusto, es perjudicial para nuestra competitividad económica. Las administraciones públicas no pueden seguir discriminando a este colectivo en sus políticas de ayudas y subvenciones.
Es muy triste que la mayoría de profesionales seniors no haya sido llamado a una entrevista de trabajo en el último año y que la mayoría de ellos achaque este hecho a su edad. Pero más triste es aún la única ayuda real de los poderes públicos sea darles la paguita de 423 euros en el mejor de los casos. En definitiva, creo que es bueno como sociedad que ayudemos a los que tanto han aportado durante tantos años.