Decía Félix de Azúa, tan buen escritor como pensador, que en el mundo hay dos tipos de personas: las que creen que en el mundo hay dos tipos de personas y las demás. Ese dualismo se repite ahora tras las elecciones y los pactos. ¿Hay que ser optimista o hay motivos para el pesimismo? La respuesta depende de dónde se sitúe el que responda. Para la derecha, hay motivos para el pesimismo. Siempre. De hecho, cualquier innovación es para ella un desastre. Su reaccionarismo debería llevarla a adoptar como lema el verso de Manrique: “Cualquiera tiempo pasado fue mejor”. Es decir, para la derecha sólo hay motivos para el pesimismo porque no hay posibilidad de progreso. El presente es para ella una degeneración del pasado y el futuro sólo puede ser más degenerado. Por cierto, en las derechas no están sólo PP, Vox y Cs, habría que incluir también a los carlistas catalanes empeñados en volver a 1714, siglo más o siglo menos.
Hay, por otro lado, una izquierda que, para utilizar el lenguaje de Umberto Eco, podría llamarse “integrada”, que imagina y sueña que el progreso es inevitable y, por lo tanto, sólo cabe el optimismo. Son ambas posiciones metafísicas de difícil sustento. Mejor pensar que hay unos motivos para el optimismo y otros para el pesimismo.
Pero, ¿el ascenso de Vox? Es, desde luego, una seria crítica al sistema educativo. Estos residuos del franquismo explican por qué al dictador no lo venció la izquierda, sino la biología. Porque, vale la pena recordarlo, Franco murió en la cama cuando lo decidió la naturaleza. Sin embargo, la presencia de Vox tiene aspectos positivos para la izquierda. Desde que Aznar logró unificar a las derechas, desde las más cerriles a las más o menos moderadas, la izquierda perdió casi todas las elecciones. Si Zapatero logró imponerse en 2004 y 2008 fue porque la derecha se lo sirvió en bandeja con dos errores monumentales: la participación en la guerra de Irak y las mentiras del 11M. En las demás contiendas, la ley electoral premiaba ampliamente a una derecha unida frente a una izquierda dividida.
La división actual de la derecha abre la puerta a que gobierne la izquierda. Ciudadanos hubiera podido ser una fuerza centrista que decidiera en uno u otro sentido, rebajando así el papel de los nacionalistas. No supo hacerlo y así le ha ido.
La actual situación es una bendición para la izquierda. Pablo Casado, el convalidado, no puede llegar a gobernar, salvo que la izquierda se hunda a sí misma en luchas cainitas. Con Vox consolidado como partido, no puede lograr mayoría. Y lo que es más grave para el PP, no puede pactar con nadie más que con su directo competidor. Un pacto que le cierra las puertas a hacerlo con las formaciones nacionalistas. O logra una mayoría absoluta o el gobierno queda fuera de su alcance.
Pero es que si Vox ha crecido no es sólo porque en Cataluña haya disturbios, es también porque Casado es un líder blandiblú. Donde la derecha tiene un líder de verdad (por ejemplo, en Galicia), Vox no se come un percebe.
Resumiendo: la izquierda debería cuidar a Casado y permitir que Vox le siga negando la victoria. Sobre todo si Ciudadanos se emperra en su papel de inútil muleta del PP, al que da alas y gobiernos (Madrid, por partida doble, Murcia, Castilla y León y Andalucía).
Quizás no sea una actitud muy optimista la de pensar que para que la izquierda gobierne es necesario que la derecha se equivoque. Pero sería peor pensar que sólo la izquierda es capaz de cometer el error sempiterno de dividirse y dividirse y dividirse. Desde Parménides y Zenón se sabe que la división es una operación materialmente compleja pero idealmente infinita. Y, en materia de idealismo, la izquierda es difícilmente batible.