Nadie ha definido tan bien como El Roto el pacto de Gobierno entre el PSOE y Unidas Podemos: sobre una imagen de dos tipos fundidos en un abrazo, un texto reza “Parecía que se abrazaban, pero era para no caerse”. Ciertamente, ni Sánchez ni Iglesias han salido especialmente reforzados de las últimas elecciones. El primero tiene que formar Gobierno como sea, y el segundo ha visto que, si no pilla cacho ahora, no lo pillará nunca. Así pues, ya puede amenazar Rodríguez Ibarra con darse de baja del partido y lamentar Felipe González --cuyas teorías sobre los expresidentes como jarrones chinos es el primero en no aplicar-- que antes de establecer un programa entre PSOE y Podemos, sus líderes se dediquen a repartirse las carteras ministeriales. Lo bueno de ser totalmente incoherente, como Pedro, y de morirse por medrar, como Pablo, es que enseguida se llega a un acuerdo.
En los países normales, cuando hay una emergencia nacional --y si el cirio de Cataluña no lo es, que baje Dios y lo vea--, se firman pactos de Estado entre opciones políticas diferentes, pero eso es cosa de alemanes. Aquí, el ganador de las elecciones pacta con un peronista partidario del derecho a decidir que no le va a traer más que problemas. Si creen que así frenan el fascismo de Vox, que Dios les conserve la vista: cuanto más le tiendan la mano al demente que hace como que preside la Generalitat, más votos pillará Santi Abascal, a cuyo progreso hemos contribuido los catalanes con una alegría digna de mejor causa.
Como era de prever, ya ha salido el primer manifiesto seudoprogresista en favor del diálogo. Es evidente que dialogar con Torra es como ponerse a razonar con un oso que te cruzas en el bosque para que no te despedace. Al oso se le vuela la cabeza. Y a Torra se le dice que se olvide de la independencia y que, si sigue por ese camino, acabará en el talego como el beato Junqueras y demás compañeros mártires. Y no hay más que hablar.
Salvo Victoria Camps, que no sé qué pinta ahí, el resto de los firmantes del manifiesto en pro del diálogo y la armonía son los sospechosos habituales, algunos de los cuales simpatizan con el separatismo o, por lo menos, lo comprenden, o son tan buenos que no le niegan el saludo a nadie. No falta ni Noam Chomsky, con el que siempre se puede contar para poner en practica el célebre dicho argentino, “Si no puede ayudar, estorbe. Lo importante es participar”. Tampoco podía faltar Iñaki Gabilondo: de la misma manera que Ken Loach no es un cineasta, sino un cura obrero, Iñaki no es un periodista, sino un jesuita vasco. La presencia de Francesc Marc Álvaro, ideólogo del prusés reciclado en paradigma de la sensatez, como Rufián pasando de energúmeno a estadista, ya es para echarse a reír: ¡un miembro del sanedrín de Artur Mas exigiendo diálogo! Y todos ellos poniendo en el mismo plano a un Estado de derecho y a una pandilla de iluminados intolerantes que hablan en nombre del pueblo cuando sus partidarios no llegan al 42% de la población catalana.
Harían bien los abajo firmantes en meterse el manifiesto por donde les quepa y dejar de creer en que, si no puedes ayudar, estorba todo lo que puedas. Total, lo único que quiere Pedro Sánchez es conservar el sillón, situación ideal para que el PNV lo sangre a conciencia y ERC intente que firme su carta a los reyes. Además de bregar con los Ceaucescu, ahora le plantan un manifiesto buenista para que le descuelgue el teléfono a Torra y vuelva a soportar la chapa del derecho a decidir y el referéndum acordado. Mientras tanto, en Vox ya se relamen ante la posibilidad de que Sánchez acabe hablando con ese tarugo supremacista al que todo le entra por una oreja y le sale por la otra.
Mucha suerte, Pedro. La vas a necesitar si no quieres convocar nuevas elecciones dentro de seis meses.