Una de las consignas que, durante casi un siglo, los nacionalistas catalanes han intentado que arraigue en la opinión pública es la de un Estado español invasor y colonizador, por ese orden. Si hace 30 años esta idea se repetía impunemente en las aulas, en la actualidad ya no hay necesidad de reiterarla, al haber sido interiorizada como un mandamiento incuestionable.
Que el independentismo se manifiesta en Avenida Diagonal, en Marina o en Gracia, da igual, a los pocos minutos sus fieles más fanatizados se encaminan a la Jefatura de Via Laietana, para vociferar: "fora les forces d’ocupació!" Que hay policías en Reus, en Pineda o en Girona, el grito es repetido una y otra vez como si fuera un verso del credo nacional. Y así una y otra vez vuelven, como la burra al trigo.
Llegado a este punto, cabe preguntarse si con la repetición de esa consigna se pretende esconder que las auténticas fuerzas de ocupación no son esos imaginarios españoles invasores, sino los mismísimos nacionalistas. Un repaso de alguna de sus estrategias parece confirmar que, al inventarse al otro y acusarlo de pérfidas intenciones, están ocultando su propia ideología totalitaria con un proyecto unificador y excluyente.
La progresiva ocupación de la enseñanza primaria y de la secundaria por las fuerzas nacionalistas ha tenido como colofón las actuales tácticas de sometimiento a todo el espacio universitario. Recordemos que el pujolista Proyecto 2000 proponía, además, ocupar el resto de sectores de la función pública, incluida la justicia. Qué decir del desembarco nacionalista en los sindicatos UGT y CCOO, o de la descarada ocupación de TV3 o de muchas cabeceras mediante los conocidos cheques millonarios de dinero público. Mediante esta estrategia de adoctrinamiento en sus inicios y de continua compra de voluntades, el nacionalismo ha creado un número incalculable de esbirros civiles que ocupan el espacio público en todas sus vertientes.
Las protestas contra la sentencia del Tribunal Supremo confirman esta tesis. Ya no gritan “las calles serán nuestras”, sino “las calles siempre serán nuestras”. El matiz adverbial no es casual. Cuando las “marxes de la llibertat” entraron por Diagonal o Meridiana, no lo hicieron al estilo franquista. Si Franco entró entre vítores y con el firme propósito de ocupar militarmente la ciudad, Torra y compañía lo hicieron sin ese griterío, al ya estar la ciudad ocupada por los poderes nacionalistas. No fue una entrada victoriosa ni militar, sino una marcha al estilo Mussolini, con lazos amarillos en lugar de camisas negras, pero cortando impunemente ferrocarriles y carreteras con el objetivo de dar un gran paso para la toma definitiva de todo el poder.
Pese a todo, el independentismo nunca admitirá que es la gran fuerza de ocupación, aunque cada día que pasa está más firmemente convencido que su triunfo final vendrá por ocupar por la fuerza todas las instituciones catalanas. Y para despejar cualquier duda sobre la flagrante contradicción entre fuerza y democracia, el separatismo añade el pacíficamente. Así, con este soma tranquilizador de malas conciencias, se van a dormir cada madrugada los violentos cachorros de las únicas y reales forces d’ocupació.