Las proyecciones demográficas presentadas en mayo por el Instituto de Estadística de Cataluña (Idescat) destacan que el aumento de la esperanza de vida y el envejecimiento de la población serán las características más notables de la sociedad catalana, que hoy en día ya es una de las más envejecidas de Europa. La población mayor de 65 años pasará de 1,41 millones en 2018 a 1,78 millones en 2030, el equivalente a un 22% de la población total en Cataluña. Una población que tendrá un estado de salud y un nivel de vida mejor que las generaciones actuales.
Este nuevo escenario debería hacer replantearnos si con el actual sistema de atención a las personas mayores (servicios residenciales, cuidados y otros aspectos relacionados con la edad), las instituciones públicas serán capaces de dar una respuesta de calidad. Varias entidades públicas y privadas del sector afirman que no será posible y que, incluso hoy en día, ya encontramos graves problemas de atención.
La falta de plazas de residencia pública o concertada --a pesar de existir 5.000 plazas residenciales y otras 5.000 en centros de día vacías--, la lista de espera para recibir una prestación de la Ley de Dependencia --la más alta de España--, el incremento de los casos de soledad, aislamiento y violencia hacia los mayores, y los problemas relacionados con la accesibilidad --especialmente en la vivienda-- son los más comunes hoy en día y no ocupan el actual Govern de la Generalitat.
Tenemos dos retos sobre la mesa: en primer lugar, dar una respuesta eficaz a las necesidades de hoy en día, que requiere de un incremento presupuestario que garantice la suficiencia de servicios y mejore las injustas condiciones laborales de los trabajadores/as del ámbito de la tercera edad.
En segundo lugar, plantear cuál tiene que ser el modelo asistencial del futuro inmediato, pasando del actual modelo saturado y obsoleto, a uno más comunitario y adaptado a las preferencias futuras, y no a las necesidades que había hace décadas. Las personas mayores quieren ser atendidas en casa hasta que no haya más remedio, por cuestiones de salud, que sean derivadas a una residencia. Además, no podremos dar respuesta solo con más “ladrillo”. Hay que apostar por un Sistema de Atención Domiciliaria menos rígido que el actual y con más horas de atención. Ya existe la tecnología que nos permitiría hacer de los hogares verdaderos espacios de seguridad y teleasistencia, que nos llevará también a luchar contra la soledad, con la participación de la comunidad en la vertebración de una nueva manera de entender la relación con las personas mayores, a la vez que las mejoras en accesibilidad nos tienen que ayudar a luchar contra el aislamiento. Y hay que avanzar hacia una verdadera integración del sistema social y sanitario que garantice un continuo asistencial.
Si la iniciativa política es la misma que la de los últimos años, marcados por unos recortes que todavía persisten, no estaremos a tiempo de disponer de un nuevo modelo ampliamente reflexionado y a punto para ponerlo en marcha. Un Gobierno que se ha demostrado incapaz de gestionar el día a día difícilmente encontrará soluciones en un sistema de atención del que haremos uso, tarde o temprano, casi dos millones de catalanes y catalanas en poco más de diez años.