Por fin llegó el día. Tras meses de deliberaciones en torno a la sentencia por el juicio del procés, el veredicto está aquí. El compás de espera de los últimos días ha hecho que el debate se hiciera aún más intenso y apasionado y las calles estallaron ayer en manifestaciones.
Una parte de la ciudadanía de Cataluña dio por hecho, desde que comenzó el proceso judicial, que la sentencia sería injusta. Estaban, y siguen convencidos también, que el procesamiento de los políticos independentistas lo es. La semana pasada, antes de conocer el veredicto, CCOO y la UGT trabajaban con otras 70 entidades en un comunicado unitario en que el punto de partida era el desacuerdo con la sentencia. ¿Cómo se puede estar en desacuerdo sobre algo que se desconoce y que no sabemos cómo se justificará? Era un comunicado pensado para leerse la misma tarde en que se hiciera pública una sentencia voluminosa, de 500 folios. El sentido común indicaba que debía ser leída y sometida a una mínima reflexión antes de opinar. Entregarse a la reacción visceral no es lo más aconsejable si lo que se desea es atemperar el ambiente en una situación política delicada.
En su libro Elogio de la duda, Victoria Camps, defiende la necesidad de dudar en tiempos en los que predominan las afirmaciones taxativas y las reacciones inmediatas. Esto implica distanciarse de los tópicos y los prejuicios que se ofrecen como incuestionables, no para rechazarlos, sino para decidir en conciencia, porque esa es la actitud que acompaña el uso de la libertad. Como afirmaba John Stuart Mill, no es libre el que se suma a la corriente, sino el que examina la corriente.
La respuesta respecto a la justicia sin duda no es fácil. ¿Cómo se determina que una ley es justa o injusta? ¿Qué papel juega la justicia en nuestra sociedad? Son preguntas difíciles de responder.
Durante mucho tiempo mis estudios estuvieron centrados en el significado del arte y en responder a la cuestión de qué es arte y qué no lo es. Cuando comencé la licenciatura era capaz de dar una respuesta simple y clara. Pasaron los años, avancé en una tesis doctoral, y la respuesta se fue desdibujando al punto que hoy no sé bien qué contestar. Tengo la sensación que algo parecido sucede con la justicia en Cataluña: significa cosas distintas para cada uno de nosotros y nosotras. Hemos pasado meses discutiendo en torno a su significado y su sentido y cada vez la respuesta es más borrosa y más alejada de un territorio común que permita espacios compartidos de diálogo, que es lo que necesitamos.
A pesar de los grandes titulares de estos días, la sentencia no es ni el principio ni el fin del conflicto político y social que atraviesa Cataluña, que seguramente tardará años en resolverse. Representa probablemente un punto de inflexión que puede significar que la situación se enquiste y se integre en la normalidad o que podamos avanzar hacia una nueva etapa en que seamos capaces de sentarnos en una mesa reconociendo que nadie está en posesión de una verdad revelada.
La solución a la crisis política no llegará con discursos grandilocuentes ni rotundos ni con reacciones descontroladas, sino en la medida que seamos capaces de ver la parte de razón que puede tener el otro haciendo uso de los beneficios de la duda y asumiendo que tendremos que ceder en nuestras posiciones para encontrar una forma de vivir juntos sin agredirnos.
El president Torra ha defendido varias veces que es legítimo desobedecer las leyes injustas (sin aclarar quién determina cuáles lo son). El fin de semana lanzó como lema de campaña “Contra la sentencia, independencia”, al mismo tiempo que la líder de Ciudadanos, Inés Arrimadas, afirmaba que, fuera la que fuera, no podía ser objeto de indultos ni beneficios penitenciarios. Iñigo Errejón daba por sentado que sería “desproporcionada e inútil”. Todo esto --subrayo-- sin conocer su contenido.
En una democracia plena hay que acatar las sentencias porque es la base de nuestra convivencia: aceptar las normas que nos hemos impuesto para vivir en comunidad y trabajar para cambiarlas si no nos parecen correctas. La sentencia está aquí y hay que priorizar la reflexión y la serenidad que nos permita encontrar una salida política a la rueda de hámster en la que estamos atrapados desde hace años. La solución no llegará avivando aún más la confrontación ni desde las propias instituciones ni desde la sociedad civil.