La delegada del Gobierno, Teresa Cunillera, tiene reflejos, pero se mueve en el medio material de la solemnidad. Acudió a calmar los ánimos entre Guardia Civil y Mossos d’Esquadra después del discurso agresivo del general de Brigada de la Benemérita, Pedro Garrido, interpretado en el mundo soberanista como una respuesta del monopolio de la violencia al ho tornaren a fer, pero en su lema simétrico: “nosotros también”.
Es sabido que el jefe de los Mossos, Eduard Sallent, y el secretario catalán de Interior, Brauli Duart, presentes en la celebración del día del instituto armado, se despidieron ofendidos sin aceptar el brindis protocolario. Y después Cunillera les hizo firmar la pipa de la paz, a ambos cuerpos, pensando acaso que los hechos han agrietado los valores inamovibles del servir y proteger, hoy colonizados por la ansiedad, que desencadena la fronda de la resistencia civil.
Ella quiso arreglar el problema con paños calientes, y no. Las culturas patrióticas, sean españolas o catalanas, viven bajo losas pesadas; atascan las soluciones, un principio que casi todos compartimos. Pero lo compartimos siempre que nadie se ponga la venda antes que la herida, como lo hizo Cunillera con su pacto: salvar la bocamanga del general --que debería haber sido cesado-- y atemperar al departamento de Interior de la Generalitat. En suma, agrandó un conflicto menor entre uniformados.
Está visto que, en materia de discreción, los políticos no rascan bola. Exhiben visibilidad para puntuar en meritocracia, cuando se trata justo de lo contrario. El Gobierno cerró el roce pidiendo disculpas, mientras Marlaska, ministro de Interior, apaciguaba los ánimos al asegurar que los tres cuerpos policiales trabajarán bajo un mando unificado para controlar las movilizaciones en puertas. Las que seguirán a mañana lunes, 14 de octubre, día que de la sentencia del procés será leída en Lledoners ante los políticos juzgados.
Lo que funciona en el espacio público no es lo ideal sino lo inmaterial. Un gesto vale más que mil palabras. La indicación desde el cargo es más eficaz y veloz que la farragosa reunión del pacto entre las partes. Si ante una emergencia nos dan a escoger entre el Nautilus de Julio Verne y el dirigible de Robur señalaremos al primero; pero si se trata de un paseo triunfal, con flamear de banderas sobre un territorio conquistado, es mejor la hélice del elegante globo aéreo. Pero esta segunda vía, que da visibilidad, está descartada en la Cataluña de hoy, batida por el viento polar de Conan el Bárbaro de boquilla (Torra).
A la Delegación del Gobierno le ocurre como a la política industrial, que solo funciona cuando no se la ve. El mejor delegado del Gobierno es el que aparentemente no existe, como lo hicieron los socialistas Humet y Ferran Cardenal, y lo secundaron después las populares García Valdecasas o Llanos de Luna; me reservo el caso de Enric Millo, listo y veloz lidiando con el subidón soberanista y hoy instalado en una Vicaría del tripartito de la Junta de Andalucía.
Teresa Cunillera se inició en política en 1975, en Convergencia Socialista, para pasar en 1978 al PSC. Fue diputada por Leida por primera vez 1982, en la primera legislatura de Felipe González. Tuvo una estrecha relación en el Ministerio de Relaciones con las Cortes y desempeñó el cargo de directora de gabinete con Virgilio Zapatero. Hoy es el alto cargo socialista que encaja las versiones de Sánchez e Iceta, casi siempre complementarias pero a menudo discordantes.
No todo puede sobrevivir a los ojos de la luz pública. Las emociones protegidas de los que no se manifiestan tienen importancia a la hora de confeccionar espacios de entendimiento. Las soluciones habladas son menos eficaces que las sugeridas. Ahora mismo, la hipotética aplicación del 155 en el futuro, si el desacato civil en Cataluña alcanza niveles peligrosos para la convivencia, genera un debate irracional en ambos lados; se habla de lo justo y de lo injusto (versiones emocionales), cuando el tema de fondo es constitucional. Las reflexiones de la Delegación de Moncloa en Barcelona han de mantener la equidistancia, sin que se note la distancia sideral establecida entre el Estado y su vulneración permanente; entre el poder garantista de todos y la parte de su estructura torpedeada por los ángeles caídos de Milton.
La visibilidad liquida nuestras mejores intenciones. Y eso es justamente lo que le ha ocurrido a Cunillera, que metió la gamba al tratar de encajar los bolillos que comunican el Gobierno y el independentismo, después del desafortunado discurso castrense. Precisamente la visibilidad del poder se pone a prueba estos días con el traslado de los restos de Franco, un acontecimiento sobre el que cabalga el presidente Sánchez pero sin salir apenas en esta foto. En términos electorales, no hay nada mejor para un partido político que aplicar un tema que une a los tuyos y desune al contrincante, siempre que se haga sin alharacas.
En la derecha, la exhumación crea inestabilidad porque mantiene en su electorado un segmento nostálgico del Antiguo Régimen. El prior sobredimensionado del Valle de los Caídos ha perdido los papeles, mientras la Conferencia Episcopal evita pronunciarse y la Santa Sede aplica la diplomacia de silencio: Roma locuta, causa finita. La Justicia une a los tres poderes del Estado y suspende la extemporánea reclamación benedictina. El Valle, levantado en Cuelgamuros por prisioneros de guerra, dejará de ser un mausoleo para convertirse en un memorial de víctimas. La rectificación del columbario sellará para siempre la Transición.