El día que Jesús Aguirre administró la comunión, en casa de Torrente Ballester, a media generación literaria del 36 --estaban Cela, Dionisio Ridruejo, Antonio Tovar, Laín Entralgo, Felipe Vivanco, Luis Rosales y otros, entre ellos, el gran civilista, Rodrigo Uría-- el cura rojo tomó la determinación de ir en serio con una señora poco convencional, Cayetana de Alba, que acudía puntualmente a todas las prédicas intelectuales del arcipreste, tocado ya por la secularización posconciliar y por la libertad de los jesuitas, cuando Arrupe era el general de la orden San Ignacio de Loyola.
En casa de Torrente, alguien había escondido debajo de una cama un cáliz con centenares de obleas. Atenazados por la sorpresa, aquellos hombretones de colegio religioso se pusieron de acuerdo y llamaron al cura para que obrara el milagro resolviendo la operación sin mellar los preceptos de la Iglesia. Ocurrió el día en que Aguirre se olvidó de la Escuela de Frankfurt y administró cientos de hostias (consagradas o no, pero muy dobladas) entre sus amigos escritores. Al día siguiente, más o menos, Aguirre regaló el mastín que muchos, en la Editorial Taurus, recuerdan como un rasgo de suprema elegancia y empezó su idilio con Cayetana de Alba y duquesa de Berwick. Acabó en boda y después de la ceremonia, la duquesa se lo llevó secuestrado al Palacio de Liria de Madrid. Así lo contó magistralmente Manuel Vicent (Aguirre el magnífico; Ed Alfaguara), aplicando un realismo extremo sobre dosis enteras de vértigo sincero, pero sin herir nunca la memoria del amigo desaparecido.
Y viene a cuento porque, esta misma semana, el palacio madrileño se ha abierto al público con récord de entradas y ha tenido que colgar el no hay billetes. Liria, la cárcel de oro que ahogó al gran jesuita entre frescos holandeses, óleos impresionistas del Jeu du Pome parisino y lo mejor de Goya, ya es de todos. De todos a cambio de una módica entrada que los jubilados --un público mayoritario y entregado-- consideran caro. Liria corre la misma suerte que el Palacio de Dueñas, en Sevilla, preferencia de Cayetana en vida. La capital registró un lleno esplendoroso en el sepelio de la duquesa, solo superado décadas antes en el entierro de Paquirri, con la entonces esposa del gran torero, la Pantoja, llevada en volandas desde la Real Maestranza de Caballería hasta el cementerio. Todo encajado en el estilo enteco (nunca rancio), rasgo engalanado de un pueblo, el andaluz, acostumbrado a sentir unido.
Ahora, transcurrido el tiempo que todo lo cura, los Alba, a través de Cayetano Martínez de Irujo, duque de Arjona, conde de Salvatierra y fan del Atleti del Cholo Simeone, ponen orden a su grupo económico (una auténtica corporación agroalimentaria) a base de cerrar lo que nunca funcionó y acabar con la hemorragia del gasto, que supuso mantener 14 grandezas de España. Puede decirse pues que ha llegado el momento solemne en que los duques abren los palacios y cierran las empresas. Frente a la creencia de que tienen en los palacios una máquina de hacer dinero, se impone "en realidad que estos palacios son monstruos de engullir billetes", dice Martínez de Irujo. El mismo día en que el actual duque, Carlos, abría Dueñas al público, su hermano Cayetano iniciaba su andadura como gestor oficial del grupo de empresas de la Casa de Alba, de la que cuelgan decenas de negocios.
La sociedad matriz del grupo familiar es Ducado de Alba, la propietaria del núcleo comercial y marca, Casa de Alba. En total, una facturación de decenas de millones, nunca cuantificada con exactitud como grupo consolidado en los registros mercantiles. La cifra de negocios consolidada y su margen o su Ebitda basculan sobre los bienes raíces de la familia, calculados por una due diligence casi secreta, que cifró en 3.000 millones de euros, la herencia de Cayetana repartida entre sus seis hijos.
Martínez de Irujo fundó la marca Gourmet, que hoy tiene casi diez líneas de productos, entre cerveza embutidos y miel. Casa de Alba llegó a un acuerdo con el Grupo Embajadores para la distribución de carne de vacuno, por medio de La Máquina. Las piezas Gourmet ofrecen en los mercados mayoristas 1.300 cabezas de ganado repartidas en ocho fincas situadas en la zona de Salamanca, las dehesas de pastos tranquilos en los que las ganaderías taurinas pincelan un paisaje de algarrobos y monte bajo. La ternera proviene del cruce entre las especies Chalorés y Moruca, iniciada por el primer marido de Cayetana, Luis Martínez de Irujo y Artacoz. “Mi padre fue el primero en traer la raza de Charolés a España”, dice repetidamente Cayetano que comparte el negocio de la cría al 50% con el actual duque, su hermano Carlos.
La Casa tuvo siempre dos productos de abastecimiento a gran escala: la carne y el aceite. Los aceituneros de Córdoba trabajan en régimen de arrendados en las tierras de La Casa, una forma de integración del negocio del aceite que ha provocado no pocos desencuentros entre jornaleros y dueños, voz de fondo del latifundismo más conspicuo y trasnochado. Las fincas del sur y del centro de España eran propiedad exclusiva de Cayetana, la duquesa del pueblo, y tras su muerte la propiedad se ha dividido en seis partes para sus seis hijos. El derecho civil tradicional basado en el principio ciceroniano del aequabilitas conservatio de la ratio iuris latina, estalló en mil pedazos al separar la propiedad de los títulos nobiliarios. En el caso de los Alba, el reparto de la herencia se aplicó de forma indeleble, pese a las demandas entre familiares, albaceas y letrados que levantaron el enorme legado de Cayetana. Uno de los pocos que evitaron los pleitos sucesorios, el hijo de Cayetana, Jacobo Fitz-James Stuart y Martínez de Irujo, ha levantado la editorial Siruela, un sello de libros bellísimos, pero de costes exponencialmente altos.
Cayetana Fitz-James Stuart y Silva dijo adiós a la vida a los 88 años, en 2014. Había nacido en Liria y falleció en Dueñas. En su bautizo tuvo como padrinos al rey Alfonso XIII y a su esposa, la reina Victoria Eugenia. Pese al desdén aristocrático por las pasiones, Cayetana se destinó para sí misma una vida de rompe y rasga; también pensó dónde quería morir, como desveló Carmen Tello, al señalar que sus cenizas fueran a la Hermandad del Cristo de los Gitanos, en la antigua iglesia del Valle.
Liria y Dueñas totalizan en común más de 300.000 visitas año previstas, que a precios superiores a los diez euros por visita significan un ingresos brutos por encima de un cuarto de millón de euros brutos. Es un dato no tan insignificante, pero la dispersión de ingresos y gastos que no se contabilizan de forma integrada en la holding hace imposible seguir la ruta mercantil de La Casa. En varias comparecencias ante los medios, el gestor, Cayetano Martínez de Irujo, no ha sido capaz de explicar la magnitud de la herencia ni la cadena de costes engranados en el grupo. Mucho menos establecer el valor del neto patrimonial del conglomerado empresarial de los Alba, hoy absolutamente disperso y víctima de los acuerdos bilaterales entre hermanos. Los ejemplos de dispersión son numerosos y casi siempre obvios. El Palacio de Arbaizenea en San Sebastián y el cortijo de Las Arroyuelas, gran latifundio sevillano, que por herencia pertenecen a Cayetano, son un buen ejemplo. El gerente del grupo habla de una imponente propiedad de 20.000 metros cuadrados que le pertenece y quiere conservar, aunque solo su dudosa apertura al público ha creado enormes tensiones en su familia. Hay otros ejemplos claros, como el caso de Eugenia, la conocida hija de Cayetana, que hereda la mansión de Ibiza y otro cortijo en Sevilla, mientras que sus hermanos Fernando y Alfonso cuentan con la mansión de Las Cañas, en Marbella, y la finca, antiguo castillo, de El Tejado, en Salamanca.
Conviene recordar que, en el caso de las herencias complejas, el usufructo de un bien no implica su propiedad. Por otra parte, las fincas decrecen en términos de valor. Hoy, la contumaz yerma de los latifundios no explotados va a menos a una velocidad similar a la del cambio climático. La tierra en tiempos difíciles ha dejado de ser un refugio seguro. Quizá por eso la llorada Cayetana se parapetó detrás del arte, de la mano de Jesús Aguirre, su segundo marido el exjesuita. Es necesario reconocer que una parte del trabajo recopilatorio de ambos lo vimos en la exposición El legado de la Casa de Alba. Mecenazgo al servicio del arte.
Aguirre emergió como la lava de un volcán desde una España de lentejas y Concha Piquer para alcanzar la gloria el balcón de Liria. Se sepultó en vida, entre lienzos, esculturas descollantes y bibliotecas de incunables. Su descenso a los infiernos se quedó en un simple ascenso al octavo cielo, de la mano de Cayetana (su supuesta Beatriz), raíz de una descendencia que ha iniciado ya su autodestrucción como estirpe.