La política actual es, básicamente, espectáculo; una actuación teatral donde lo emocional y las formas narrativas se imponen claramente a los contenidos. Ya no hay ideologías totalizadoras, todo resulta parcial y con fecha de caducidad. También se va debilitando el sentido colectivo y la noción de lo comunitario. La política de representación ha perdido todo calado, toda profundidad, para convertirse en un ritual que tiene más que ver con la telerrealidad que con el poder en sentido clásico. Aunque quizás el carácter performativo de la política se puede atribuir en sus inicios en la primera campaña de Obama, en 2007, en la que éste en lugar de programa era portador de, en palabras de Christian Salmon, "una bonita historia que contar". El populismo latinoamericano incorporó un sinfín de elementos escénicos a su representación política, diluyendo su programa específico en el atractivo personal del candidato, el cual se convierte en omnipresente en la vida de los electores. Una política entendida ya únicamente como un gran proceso de comunicación en la que la generación de nuevos impactos es fundamental para mantener una atención del consumidor-elector, que de natural tiende a ser más bien escasa. Así, el político no se presenta ya tanto como "poder", sino como un artefacto creador de emociones a la manera de un serial televisivo.
Neopolítica, postpolítica o insoberanía son términos utilizados por algunos teóricos para definir una práctica política que es una narrativa sin programa ni acción de gobierno plausible. Para los nacional-populismos, un terreno extraordinario en el que operar, ya que permite hacer abstracción y abandonar el principio de realidad que, antaño, se asociaba a la política. Incluso los hechos pueden ser fijados de manera alternativa. Las posibilidades son inmensas. Si venimos de un mundo en el que democracia era fundamentalmente deliberación para confrontar intereses contrapuestos, ahora se ha convertido básicamente distracción. Wendy Brown habla de un proceso de "desdemocratitzación". Cada vez más, el éxito o fracaso político van ligados a disponer de un buen guionista --Steve Bannon para Trump, David Axelrod por Obama--, alguien que construya un relato, con episodios diversos y el aumento continuo de la tensión narrativa. No se impone un planteamiento político principalmente por la situación de la economía o por la confrontación de intereses sociales, sino para disponer de una capacidad performativa y teatral para hacer triunfar una "historia".
Se trata de convertir unos pocos eslóganes en representaciones colectivas. Quien impone en una pugna política, explica Jeffery C.Alexander, es quien domina la identificación simbólica, elabora las metáforas más brillantes, crea un hilo narrativo atractivo y consistente, saber proporcionar una interpretación favorable del flujo de los acontecimientos. El poder ya no significa primordialmente disponer de los instrumentos del Estado de Derecho, sino ser capaz de ejercer una representación atractiva, aunque resulte vacía o poco creíble. Especialmente en situaciones de crisis, la realidad no es lo que cuenta, sólo vale la percepción que tenemos de ella. Es en esta percepción del público donde se gana o se pierde la credibilidad y la legitimidad. Las acciones "políticas" actuales deben disponer de una identidad de marca que éstas deben ir reforzando, mientras el contenido programático, cuanto más borroso sea, mejor. La política actual no está por cambiar el mundo, sino por proporcionarnos emociones a cambio de adhesión. No dista mucho de la toma de posición que hacemos ante un espectáculo deportivo. Si nos interesamos por el nivel de juego, por sus aspectos técnicos, pero no formamos parte de un contendiente, terminamos por aburrirnos y cambiamos de canal.
Así, el escenario político ya no está en los Parlamentos o en los ámbitos tradicionales de toma de decisiones, sino en nuevos espacios de legitimación que resultan ser los medios de comunicación de masas, ya sean los platós televisivos o las redes sociales. El escenario democrático es ahora un escenario mediático donde la "nueva política" se exhibe de manera, sólo aparentemente, transparente. Las decisiones más importantes, los sesgos comunicativos, las sorpresas se transmiten a través de Twitter. Los líderes políticos son los encargados de ir generando el relato, son omnipresentes en internet y tienden a establecer a partir de aquí la agenda política y mediática. Al fin y al cabo, los medios tradicionales terminan hablando de lo que se habla en internet. La red permite una ficción de proximidad, golpes de efecto que pueden cambiar la tendencia, relatos íntimos, tensión... Es la política en modo just in time, proporción de entretenimiento en flujo continuo.