La fuerza física y moral de España no es el Estado con sus jueces, policías y Ejército (en eso se equivocan los indepes), sino la que encarnan los millones de españoles que creen en este proyecto sugestivo de vida en común, escrito por José Ortega y Gasset en la España invertebrada, publicado hace un siglo. El filósofo encarnó con bellas palabras el sentir del alma de la mayoría de los españoles, y de todos los catalanes, sean separatistas o no.
El Gobierno, y su fuerza coercitiva, es lo de menos, también la comunidad internacional. No me gusta la clase política constitucional: ni Pedro Sánchez, ni Albert Rivera, ni Pablo Casado. No pienso votar, creo que la participación bajará un 10%.
No me gusta el nacionalismo del Frente Nacional de Vox, porque no me gusta el nacionalismo, ni siquiera el español. Ni tampoco el racismo, que es incompatible con el genio de España que proclamó el surrealista escritor Ernesto Giménez Caballero, que estaba como una chota queriendo casar a Pilar Primo de Rivera con Hitler, hasta que la esposa satánica de Goebbels le dijo que Adolf estaba deshuevado.
La fuerza de España afloró el inolvidable 11 de julio de 2010, cuando la selección ganó el Mundial de fútbol en una agonizante final que no olvidaremos nunca jamás. Yo que nunca lloro, los hombres no lloran, lloré como una Magdalena, como la Llorona de la gran Chavela Vargas. Me saqué la espina de una maldita pintada en un muro donde un indepe pintó un Gràcies Bélgica, porque los belgas nos habían eliminado en el Mundial de 1986.
La noche de aquel inolvidable domingo se concibieron miles de españoles tras el gol de Andrés Iniesta. Conozco un amigo íntimo que me lo confesó, después de brindar con un cava: le puso a su hijo el nombre de Andrés.
Aquella noche calurosa y emocionante salieron a la calle 20.000 granollerenses con cientos de banderas. Ninguna Champions del Barça había llevado a tantas personas a celebrarlo como en las cuatro capitales catalanas, como si fuera Madrid. Ese inolvidable 11-J, Granollers, Cataluña y España entera eran Sant Joan.
Nunca lo olvidaré...