Lo que nos faltaba: ahora nos amenazan con la llegada de un “tsunami”. Eso sí, “un tsunami democrático”. Está aún por ver qué cosa será esto, pero lo poco que sé yo sobre tsunamis me hace temer lo peor. Aunque en Cataluña ya llevamos muchos, demasiados años, sobreviviendo de susto en susto, sobre todo cuando se acaban las vacaciones veraniegas y, ante la anual cita del 11-S, la Diada Nacional de Catalunya, lo del tsunami, por muy democrático que nos lo anuncien, me ha dejado tan temeroso como desconcertado. Tanto que se me ha ocurrido que los creadores, promotores y difusores de este nuevo invento secesionista, hastiados tal vez de tanta ingesta de ratafia, durante este verano han pasado a consumir importantes dosis de psicotrópicos. Solo esto explicaría lo del “tsunami democrático”.
Porque, vamos a ver, por muy democrático que nos aseguran que será este tsunami, está por ver qué entienden ahora por democrático quienes se negaron a reconocer el resultado para ellos negativo de unas elecciones que previamente plantearon y definieron como plebiscitarias; que se consideraron con un mandato popular inevitable con el resultado de un referéndum ilegal no sometido a ningún control; que con este supuesto mandato popular intentaron abolir la Constitución española, el Estatuto de Autonomía catalán y la legislación de la Unión Europea plenamente vigente también en nuestro país; que desobedecieron de manera reiterada todo tipo de resoluciones del Tribunal Constitucional; que se vanagloriaron de haber proclamado la República Catalana aunque aquella independencia quedase suspendida al cabo de solo unos segundos, y sin que ni tan solo se arriase ninguna bandera de España en ninguna sede de la Generalitat. Y que algunos de sus dirigentes optaron por huir al extranjero mientras algunos de sus colegas, inadvertidos, se quedaron aquí y, tras ser detenidos por orden judicial, llevan ya un par de años en prisión y a la espera de una sentencia del Tribunal Supremo, que nadie en su sano juicio espera que pueda ser absolutoria. Y, a pesar de todo ello, dicen y repiten que “lo volverán a hacer”, sin explicar con claridad qué quieren decir con ello. Repito, por muy democrático que nos anuncian que será, un tsunami es siempre un tsunami, claro está.
Un tsunami es, en primer e inexcusable lugar, una catástrofe. Una catástrofe natural de grandes y casi siempre trágicas consecuencias, tanto humanas como materiales. Los orígenes de los tsunamis suelen ser grandes maremotos tectónicos que producen unos fenómenos naturales muy complejos, con el desplazamiento vertical de grandes masas de agua agrupadas en grupos de olas de gran tamaño y energía. A su llegada a la costa y reducirse la profundidad, la transformación de energía cinética en energía potencial hace que el tsunami crezca espectacularmente en altura y también en capacidad de devastación. Por desgracia lo hemos podido comprobar en muchas ocasiones a lo largo de la historia, con repeticiones cada vez más frecuentes durante estos últimos años. Baste observar que en este siglo XXI hemos sufrido ya, solo en poco más de 18 años, un total de media docena de tsunamis, casi tantos como los siete que se produjeron en todo el mundo en el siglo XX.
Es recomendable no hacer nunca un juego perverso con las palabras. Ya sé que la manipulación de las palabras ha sido una constante en el desafío del secesionismo catalán. Como recordaba hace pocos días Nicolás Sartorius, “cuanto más se manipula el lenguaje, la democracia es más pobre”; y añadía que “la manipulación del lenguaje, como una forma de engañar, es un instrumento de poder”, y que “en las dictaduras, por ejemplo, la manipulación es total, todo es mentira”.
Únicamente con una ingesta previa masiva de psicotrópicos, quién sabe si porque no les bastaba ya con el consumo sistemático de ratafía, se puede vislumbrar la génesis de este anuncio del “tsunami democrático” que se nos avecina. Porque los psicotrópicos son unos agentes químicos que actúan sobre el sistema nervioso central y provocan cambios temporales en la percepción, el estado de ánimo, el estado de conciencia y el comportamiento. Solo se me ocurre esta explicación, que no justificación, para los creadores, promotores y difusores de este “tsunami democrático”. Que los dioses o quien sea les perdonen. Y a todos, que nos pillen confesados. Ahora va a resultar que aquel mítico e ilusorio viaje a Ítaca al que nos invitaron --sin haberse leído antes el gran poema homérico, claro está, y por tanto ignorando todas las desventuras y tragedias sufridas por Ulises--, nos anuncian que acabará con un tsunami. Es decir, peor aún que Ítaca.