Entre un gobierno de coalición y la división de un gobierno en dos hay una diferencia substancial en términos de estabilidad y eficacia, sin embargo, la línea que separa ambas fórmulas es fácil de franquear y muy difícil de restablecer una vez instalada en la opinión pública la imagen del enfrentamiento interno en un ejecutivo.
Este es el miedo que impide al PSOE aceptar la propuesta de coalición de Podemos. Los socialistas sospechan que Pablo Iglesias ve en su presencia en el gobierno una vía para reafirmar su autoridad y así poder enfrentar la crisis interna de su partido, a partir de marcar diferencias con Pedro Sánchez. El temor de Podemos también está claro. Por mucho pacto programático que se firme, la lógica diaria del gobierno y la negociación permanente en el Congreso para completar la mayoría proporcionarán a menudo excusas al PSOE para desviarse poco o mucho de lo establecido. Además, la actual aritmética del Congreso complicaría mucho una moción de censura como la materializada contra Mariano Rajoy.
En la órbita socialista no se ha olvidado la experiencia del tripartito en la Generalitat. Aquel gobierno fue caracterizado por los medios periodísticos como un Dragon Khan, a pesar que, en realidad, su estabilidad parlamentaria y su obra de gobierno fueran muy superiores a los balances de los siguientes gobiernos, hasta llegar a la nada del actual del ejecutivo de Quim Torra. En todo caso, lo que se vivió en directo fue un cúmulo de declaraciones que subrayaban las diferencias, ocultando con tanto ruido mediático su propia gestión. Tal vez en Podemos esto no preocupe, pero en la Moncloa y en Ferraz aquella etapa es sinónimo de pesadilla.
La investidura de Pedro Sánchez depende de qué miedos y sospechas resulten más fáciles de superar. Podría ser que ninguna y que tanta tozudez y desconfianza nos empujen a nuevas elecciones. Sería un fracaso por todo lo alto para Sánchez e Iglesias, cuyas diferencias reales podrían resumirse en un par de folios. Los sondeos son buenos para el PSOE y malos para Podemos, pero no garantizan que una repetición vaya a conceder la mayoría absoluta ni a los socialistas ni a la suma con los podemitas.
El ideal del PSOE ante la repetición electoral sería el de sumar sin Podemos, gracias a los apoyos de grupos minoritarios. Hipótesis fantástica que les permitiría gobernar con la mirada puesta en el centro, abandonado definitivamente por Ciudadanos. También les podría pasar que ganaran unos cuantos diputados a la salud de Iglesias pero que la triple derecha alcanzara el gobierno. Un negocio pésimo.
No hay que descartar que el líder del PSOE esté pendiente de otros factores ajenos a la relación con Podemos para decidir si le conviene o no acudir a las urnas. El mensaje central de la última campaña estuvo dedicado al peligro del advenimiento de la triple derecha. Y funcionó en parte, porque el resultado se quedó corto. El PSOE puede estar esperando que dicha amenaza se confirme en la Comunidad de Madrid para completar así los casos prácticos en los que PP, Ciudadanos y Vox se las apañan para gobernar con mayor o menor comodidad y disimulo. Lo que sucede es que parece ser que estos partidos también intuyen el peso político de Madrid, a su favor pero también en beneficio electoral de los socialistas, y por eso buscan ganar tiempo para mantener en vilo a Sánchez hasta septiembre y dificultarle la decisión.
El riesgo es evidente, para Sánchez y para Iglesias. Y su responsabilidad respecto a la exigencia de una gobernación estable del país, mayúscula. El 26,4% de los españoles son partidarios del pacto PSOE-Podemos, según el CIS, un apoyo mucho más alto que el obtenido por el acuerdo de socialistas con Ciudadanos, muy improbable de todas maneras por la negativa de Albert Rivera a entenderse con el “sanchismo”, como si esta corriente existiera al margen del PSOE.
A once días del pleno de investidura, es muy atrevido aventurar cómo acabará este pulso. Hay tiempo de sobras para hacer y deshacer varios pactos de gobierno y múltiples acuerdos programáticos, así como dibujar tres o cuatro gobiernos alternativos. Lo preocupante es que se deje entrever que el impedimento para cerrar un acuerdo no es la política de fondo sino el cálculo electoral de quién gana o quién pierde más en cada uno de los escenarios.