Ignoro sus causas o razones, pero lo cierto es que la nueva política, aquella que en España representan tres formaciones tan distintas como Ciudadanos (Cs), Vox y Podemos (UP) --creadas, respectivamente, en 2005, 2013 y 2014--, han pasado ya, a pesar de su juventud, a ser viejas. No sé si se trata de un síntoma más del pensamiento líquido en el que vivimos, a esa cultura y hasta ese culto de lo efímero en el que nos movemos, a esa fugacidad de las modas en el que estamos instalados, o incluso a cierta fatiga de los materiales empleados en cada caso para la construcción de estos tres partidos. Lo que me parece fuera de toda duda es que estos exponentes españoles de la nueva política figuran en estos momentos como los partidos que podrían sufrir pérdidas más grandes si no prosperase la investidura presidencial de Pedro Sánchez y se llegara a una nueva convocatoria anticipada de elecciones generales.
Todas las encuestas conocidas en las últimas semanas, tanto las ya publicadas en diversos medios de comunicación como las que circulan bajo mano entre políticos y sectores económicos influyentes, apuntan no solo al mantenimiento, sino incuso al claro crecimiento de los dos grandes y viejos partidos españoles --en especial el PSOE, pero también el PP--, mientras que estas mismas muestras demoscópicas vaticinan retrocesos significativos, sobre todo para Cs, pero también, aunque en menor medida, para Vox y UP.
Todos los sondeos marcan una tendencia de retorno o recuperación del sistema de bipartidismo imperfecto que ha caracterizado a la política española casi desde el mismo inicio de la reinstauración de la democracia en nuestro país, es decir desde 1977, y en especial desde 1982. Un bipartidismo imperfecto, solo en parte corregido por otras formaciones políticas de ámbito territorial, no estatal sino de nacionalidad, o incluso de región: desde el independentismo de ERC y el de la nueva fórmula electoral de CiU, conocida ahora como JxCat, o el de EHBildu, hasta el simple regionalismo de CC, UPN, PAR, NC o PRC, pasando evidentemente por el histórico e inmutable nacionalismo del PNV. Todos estos partidos de ámbito autonómico, todos o casi todos ellos con muchos años de existencia, aparecen en todas las encuestas conocidas apenas sin variaciones en sus estimaciones de voto, o a lo sumo con trasvases entre ellas mismas cuando concurren en una misma Comunidad --el caso más evidente es el que se da entre ERC y JxCat--; mientras que, por el contrario, casi todas las confluencias territoriales creadas en el entorno de Podemos durante estos cinco últimos años presentan en las encuestas un claro deterioro en sus expectativas electorales, acentuando sus tendencias a la baja en los comicios generales, autonómicos y municipales.
Tal vez fueron exageradas, excesivas o poco fundamentadas las enormes expectativas creadas por la nueva política y los nuevos partidos políticos. Esto se hizo evidente, en el caso de Cs, desde su súbito giro a la derecha impuesto por Albert Rivera y sus seguidores más incondicionales, cuando de sopetón pasaron de la socialdemocracia al liberalismo, para seguir con una vergonzante alianza con la derecha extrema de Vox en varias Comunidades Autónomas y en diversos municipios, una alianza que curiosamente es simultánea y coincidente con el cordón sanitario con el que Albert Rivera y los suyos pretenden aislar al PSOE de Pedro Sánchez. Algo muy parecido le sucedió a Podemos cuando, con su tan conocida tendencia al hiperliderazgo caudillista, condujo a Pablo Iglesias a subestimar tanto al conjunto del PSOE como gran formación política histórica, como especialmente al propio Pedro Sánchez.
La desconfianza entre Sánchez e Iglesias, y entre Iglesias y Sánchez, solo puede ser comparada con la que existe entre Sánchez y Rivera, y entre Rivera y Sánchez. Quizá se trata de un exceso de rivalidad generacional, de una sobredosis de testosterona, como sucede también en la rivalidad personal, más que política o ideológica, entre Albert Rivera y Pablo Casado, y viceversa. En sus particulares versiones de Juego de tronos, todos ellos parecen empeñados en convertirse en el macho alfa indiscutible de la peligrosa selva de la política española. Por ahora, según todos los sondeos hasta ahora conocidos, ni Iglesias ni Rivera parecen tener mínimamente a su alcance su tan ansiado sorpasso, el primero respecto a Sánchez y el segundo con relación a Casado. La nueva política se ha ido haciendo vieja; su fatiga de materiales es evidente, y la endeblez de sus planteamientos ideológicos, estratégicos y tácticos son ya datos incontestables. Como lo son también los problemas internos de los partidos que lideran. Unos partidos que en muy pocos años han adquirido ya tantos o incluso más vicios que los dos grandes partidos españoles, y que han comenzado a tener divisiones, deserciones y dimisiones.
Vox, casi con tantos años de historia como Cs, pero que solo ha adquirido una relevancia política real a partir de su reciente e inesperado triunfo relativo en los últimos comicios autonómicos andaluces, atraviesa también unos momentos cruciales para su futuro. Puede acabar convirtiéndose en una muleta irrelevante y sin ningún poder ni influencia política real en algunos gobiernos del PP y Cs en Comunidades Autónomas, diputaciones y municipios.