Hace unos días, el exdirigente de Podemos Ramón Espinar publicó un artículo que fue leído, con razón, como una crítica a Pablo Iglesias. Es frecuente que se recupere el espíritu crítico cuando uno se queda sin cargo, pero desde el despecho también se pueden señalar cuestiones interesantes. Al margen del navajeo interno, planteaba Espinar que Podemos (incluyendo a los comunes) apenas ha explicitado su propuesta sobre el modelo territorial del Estado. El ahora disidente sugería que el acercamiento a los independentistas ha impedido elaborar un modelo progresista de España. Pero ha habido más que acercamiento: en ocasiones se ha rozado la entrega y en otras la entrega ha sido total. Ahí están los pactos en las alcaldías de Lleida y Tarragona.
En Cataluña la cosa es tan clara que varios de los diputados de los comunes han acabado en las listas de ERC. Puede que en algún caso la razón fuera el oportunismo, pero es evidente que no se trataba de un doble salto mortal. Los que descubrieron (o dijeron descubrir) la nueva verdad no se han ido a Vox, sino a una formación de la que estaban cerca, muy cerca.
Todo el mundo es libre de elegir un modelo territorial. Desde el unionista más jacobino hasta los reinos de taifas o el cantonalismo de la primera República. Y en todos los casos es posible argumentar a favor y en contra. Las fronteras, aunque a veces sean naturales (ríos o montañas) no son naturales en sí mismas sino una convención surgida de la historia y resultado, en los más de los casos, de relaciones de fuerza. Y ese es un asunto a considerar cuando se proponen cambios: el uso de la fuerza acostumbra a producir víctimas. El independentismo lo oculta de oficio, aunque algunos de sus dirigentes más radicales lo admiten en privado e incluso lo desean.
Pero volviendo a Espinar, ¿cuál es el modelo territorial de Podemos? ¿Cuál el de los comunes? Es difícil encontrar una respuesta nítida.
Si se atiende a sus discursos y a sus prácticas, se diría que se hallan cerca de una propuesta confederal: una España con diversos estados independientes coordinados entre sí pero sin una Constitución común. Cada territorio con sus propias normas y su propio gobierno responsable de hacerlas cumplir. La unión entre esos Estados sería voluntaria y podría ser rota en cualquier momento por la sola voluntad de una de las partes.
En los comunes hay también federalistas, aunque hablan menos. Para ellos, debe haber leyes comunes y un gobierno federal que garantiza su cumplimiento y la igualdad legal (en derechos y deberes) de todos los ciudadanos del Estado. Los territorios federados no pueden independizarse a voluntad. Para hacerlo deben pactar el proceso con el conjunto de la federación. Es lo que ocurrió en Quebec y en Escocia.
Es muy probable que los independentistas catalanes aceptaran una solución confederal porque sería la vía más directa hacia la independencia, ya que valdría una mayoría en el Parlamento catalán. No haría falta ni referéndum. Supondría un problema, claro: cuando cambiase la mayoría parlamentaria de un territorio escindido, éste podría volver a pedir la integración. Y así hasta que alguien se cansara. No parece una solución muy estable.
En España, el confederalismo ha tenido grandes defensores. Era confederal la CNT y su otro yo (la Federación Anarquista Ibérica, que integraba a la Unión Anarquista Portuguesa). No hace mucho murió el filósofo Javier Muguerza, que defendía también la confederación de los pueblos de la Península.
¿Es ése el modelo de Podemos? Valdría la pena que lo aclararan. No basta con imitar a Ada Colau, que dice no ser independentista pero tiene comportamientos que propugnan sólo los independentistas. Es exigible que el proyecto territorial sea conocido por todos.
En España hay muchos problemas, pero mientras que casi todo el mundo sabe qué proponen el PP o Ciudadanos o el PSOE o Podemos para la seguridad social o el cambio climático (algunos nada), resulta difícil saber qué proponen Colau e Iglesias para lo que algunos califican como el problema más agudo del presente: el modelo territorial.