La carta abierta que Francesc de Carreras envió a Albert Rivera hace unos días desde las páginas de El País no ha tenido respuesta por parte de éste. Es posible que Rivera ya ni reconozca la autoridad moral del hombre que fundó su partido, de la misma manera que cuando Manuel Valls le dice que quiere hablar con él, se lo quita de encima con la bonita expresión “Habla con Villegas”, que es como enviarle a tomar por saco de manera educada, pues el fiel Villegas es un político sin entidad propia --todo lo contrario que el ex primer ministro francés--, su principal misión en esta vida parece ser la de darle la razón en todo a su señorito y no creo que le importe que éste les haya perdido el respeto a sus mayores. Algo especialmente grave en el caso de Francesc de Carreras, que es de esos padres que no hay que matar jamás, en su condición de brújula moral.
Lo cierto es que uno suscribe al cien por cien la misiva de Carreras, y yo diría que somos bastantes los que ya no reconocemos en el actual Ciudadanos al partido que se creó en Barcelona hace unos años. No lo reconoce ni la actual portavoz del gobierno en funciones, que hace unos días se sorprendía por la actitud de Rivera de arrojar a Sánchez en manos de los separatistas en vez de ejercer de bisagra, abstenerse en la votación y facilitar las cosas.
Yo diría que esta absurda deriva hacia la derechona empezó con la abjuración pública de la social democracia en aras de una supuesta ideología liberal (eufemismo habitual para los de derechas). Por no hablar de la purga de socialdemócratas en el partido. Ni de la relación con Vox, que tanta gracia está haciendo dentro y fuera de España (¡Macron está encantado con la situación, como todos sabemos!). Rivera ha pasado de líder a caudillo, y como en el fondo nunca ha tenido una ideología clara, ha hecho sus cuentas y ha creído que la manera más rápida de llegar a la presidencia de la nación es desde la derecha y pactando, si es necesario, con la extrema derecha. Me temo que no era esa la idea que tenían los padres fundadores y los zascandiles antinacionalistas que rondábamos por allí y que, gracias a las contorsiones conceptuales de Rivera, hemos pasado de simpatizantes a tontos útiles del partido. Un partido que sigue lleno de gente muy válida cuya influencia no se nota por ninguna parte porque da la impresión de que ahí va todo a golpe de pito: Rivera le dice a Villegas que sople el silbato y Villegas sopla sin rechistar.
Un partido socialdemócrata y antinacionalista era muy necesario en España --sobre todo, en Cataluña-- ante el síndrome de Estocolmo de los sociatas, pero Ciudadanos ya no es ese partido, sino tan solo un vehículo al servicio de la ambición desmesurada de su líder. Al que imagino preparando ya su jeremiada contra Sánchez cuando éste llegue a presidente con la abstención de los nacionalistas. Mientras tanto, ya ha pillado la vice alcaldía de Madrid para Begoña Villacís. A cambio tendrá que apoyar a Isabel Díaz Ayuso para que vuelvan a la capital del reino los añorados atascos que constituyen toda una seña de identidad. En el mercado persa en que se ha convertido la política española, el amigo Alberto Carlos empieza a brillar con luz propia gracias a su habilidad para el trueque, el tejemaneje y el quítate-tú-pa-ponerme-yo. ¡Qué bonito y qué práctico es ser liberal!