Nostalgia de una España compartida. Eso es lo que sienten muchos, ante la imagen resentida de la fanfarria soberanista. Tan alto suenan las campanas de Jericó, que el nuevo presidente de la Cámara de Comercio de Barcelona, Joan Canadell, afila su cimitarra coronado de laurel. Afirma que la ANC no tiene intención de colonizar el Círculo de Economía porque es una pequeña institución de solo 1.600 socios, frente a los 600.000 que tiene la Cámara.
¡Ehlás!, amigo mío ¿Quién te bajará la testuz? Canadell desconoce la fuerza de la “inmensa minoría”, por decirlo en palabras de Juan Ramón Jiménez, un poeta Nobel, incomprensiblemente olvidado. No sabe que, en el Círculo, los presidentes y CEOs del Ibex 35 catalán, flanqueados por Caixabank y Banc Sabadell, son el hilo de Ariadna que siempre encuentra su ovillo. Dedican su tiempo libre a descubrir los velos que esconden el crecimiento y la estabilidad. Disfrutan del mejor europeísmo, miran de frente al Berlaymont de Bruselas, conviven con el París de la OCDE, con el Frankfurt del BCE y con el Manhattan del FMI.
Canadell es un señor sombrío, que vive su aventura piterpaniana en el Institut Nova Història, una fundación mostrenca convencida de que la bandera norteamericana tiene origen catalán, como Vespucio, Shakespeare, Cervantes o Copérnico. Este hombre refutado y lamentable encaja en el dudoso honor de ser devorado por la pregunta cristiano-polaca que le lanzó Onésimo Redondo, fundador de las Juntas de Defensa (JONS), a un falangista con chambergo, en pleno parque del Retiro: “¿Qué sois más?”, cuestionó Onésimo. “Somos la España metafísica, señor mío”, contestó el joven orlado. Su bando se unió a Ramiro Maeztu y del Conde de Guadalhorce, en la Unión Monárquica Española, antes de confluir todos en el Teatro de la Comedia, en 1933, bajo el mástil de José Antonio, el joven del chambergo, convertido ya en líder.
Así es el nacionalismo; sobreestima la fuerza de sus contrincantes antes de comérselos. Este señor confusión (Canadell) y los suyos hablan del Estado autoritario y deslizan que algún día se entenderá el “balance de nuestra derrota”. Pertenecen al club de los que se ofrecen en sacrificio; hurgan en la causa de su levantamiento; se inspiran en circunstancias ambivalentes (déficit fiscal o “Madrid nos roba”); elevan los errores del otro a la máxima categoría (rechazo del Estatut por parte del TC), y creen conocer la naturaleza mental del poder (el mutismo de Rajoy o los amagos de Sánchez). Pero, por encima de todo, los indepes buscan sin parar a su gran amiga, la Historia (no solo la inventada), porque la ciencia no conoce ni culpables ni inocentes; solo reconoce a los actores. Así, el día de mañana, sobre la neutralidad factual de los hechos, ellos revelarán la identidad de sus héroes, lapidarán a los contras, difundirán el miedo y anularán la crítica. Si pueden.
El mundo independentista alterna los órdagos (Torra) con el disimulo de la falsa gestión (Aragonés). Bebe en las fuentes de un misticismo pintoresco. Se alimenta de la melifluidad; flota entre recuerdos, jarrones desmayados y columnas de mármol, en algún jardín de los que rondó la Tatiana de Pushkin. Ahora la maquinaria republicana concentra su esfuerzo en un pacto municipal entre Ernest Maragall y Elsa Artadi, que ha sido rechazado de entrada por Jaume Collboni, el candidato del PSC. En Cataluña, el frente constitucional todavía es estrecho, pero goza de buena salud. En lo tocante a Manuel Valls, puede decirse que su línea roja frente a los separatistas aquí y a Vox en el resto de España, tiene ya dos entusiastas en las filas no tan prietas de Rivera: Luis Garicano, el académico de postín de Cs, y Toni Roldán, el gurú económico del partido naranja. Ellos saben muy bien que la calidad democrática y liberal no se negocia con los ultras de Vox ni con el nacional-populismo de ERC y JxCat. Y, al verles tan decididos a los dos, he pensado que, al final, la ilustración derrotará a la fanfarronería; el regeneracionismo ganará a la nostalgia; el saber al resentimiento; la meritocracia al corporativismo; la iniciativa al funcionariado; la invención al clientelismo; la imaginería al romanticismo; y, especialmente, la internacionalización a la aldea. Añado, con perdón, que este último punto se mueve en el rastro casi imperceptible del gran escritor austríaco Joseph Roth, en su obra singular, La marcha Radetzky (Edhasa): “yo nací en un palacio y ahora quieren colocarme en una aldea”.
¿Por qué tantos catalanes tenemos ahora la misma impresión? Tras el hundimiento de los Habsburgo, Roth se negó a vivir en su tierra, la lejana Galitzia, judía y melancólica mucho antes del exterminio nazi. Este narrador descomunal, uno de los hombres más talentosos de la pasada centuria, optó por dirigirse a París. Allí alimentó su tristeza, junto al Montmatre de entonces, con su portentosa obra, hasta 1939, el año de su muerte. Lloró de nostalgia por la vieja Europa, unida por el Danubio, atacada por el nacionalismo criminal de Bismark y masacrada por Hitler.
El combate contra el populismo de hoy, los ERC-JxCat, Vox, Salvini, Nigel Farage o Trump, es una gran batalla de la que nacerá “el antídoto a favor de la división de poderes”, tal como lo ve José María Lassalle, ex secretario de Estado con el PP y autor de Ciberleviatán (Arpa). Si esta es la dirección, en el camino nos encontraremos. El inminente cambio de presidencia en el Círculo de Economía, con la entrada de Javier Faus (Meridia Capital), que sustituirá a Juan José Brugera, no convertirá la Casa Arnús de la calle Provenza en una trinchera. Allí solo residen el papel, la cinta y las mesas de trabajo. Desde que se fundó, en el medio siglo pasado, el prestigioso foro de opinión es más una idea que un substrato; es la nube, no la lluvia. Unió a tres vectores: empresarios, académicos y altos cargos del Estado (Sardà Dexeus, Fabian Estapé, Narcís Serra, Pasqual Maragall, Miguel Ángel Rojo, Miguel Boyer o Alfred Pastor, entre otros). Representa el liderazgo entendido como la gestión de “los sentimientos compartidos”, en palabras de Felipe González. Es un bastión de la libertad. Y tú, Canadell, cuando quieras emitir un juicio, dobla primero la cerviz.