El próximo 26 de mayo, junto con las elecciones municipales y algunas autonómicas, tendrán lugar las elecciones al Parlamento Europeo. Hay que llamar la atención sobre la importancia de este proceso electoral. Europa no es algo ajeno a nosotros. En Europa se deciden una gran parte de las políticas que nos afectan. Hay que conocer, en un momento de disputas sobre soberanías dentro del Estado, que una gran parte de las soberanías estatales, especialmente en el ámbito económico pero también político, están transferidas a la Unión Europea.
Es importando el conocimiento y la reflexión sobre el que está pasando a Europa, y todavía más importante, es nuestra opción sobre lo que queremos que pase en Europa y que nos afectará directamente.
No hay duda que la Unión Europea está desde hace tiempo en un proceso claro de deterioro democrático. Concretamente podemos decir que la Unión Europea ha perdido impulso democrático desde que Jacques Delors dejó la Presidencia de la Comisión Europea que ostentó desde 1985 a 1995. Desde la Presidencia de Delors, la Unión Europea no avanza, sino que retrocede en cuanto proceso que había estado ilusionando la unidad social, económica, política e institucional de la Europa Unida.
Las presidencias de la Comisión de Durao Barroso y de Juncker han estado nefastas para el proyecto europeo. Entre otros elementos a tener en cuenta, la presidencia de la Comisión ha dejado todo el protagonismo al Consejo de la Unión formado por los representantes de los Gobiernos, y donde el peso de los grandes países, especialmente Alemania y Francia, y sus intereses, han sido dominantes. Son los Gobiernos de los países miembros y no el Parlamento ni la Comisión los que tienen el poder efectivo, y hasta dando el poder de organismos poco democráticos como el Eurogrupo o el propio Banco Central Europeo.
La regresión democrática de la Unión Europea, controlada por los representantes de los grupos populares, socialdemócratas y liberales europeos, ha tenido varios episodios muy claros. Las políticas económicas aplicadas al servicio de los poderes económicos, y especialmente financieros, de los países ricos y dominantes del norte han provocado la aplicación de políticas antisociales en el conjunto de países de la Unión y especialmente en los más débiles del sur de Europa. La Unión ha estado más atenta a salvaguardar los intereses de los conglomerados financieros que los de la mayoría de la ciudadanía, a la que se le han aplicado unas políticas de recortes antisociales que han provocado un grave crecimiento de las desigualdades dentro de las sociedades.
El caso más relevante es el trato que la Unión Europea reservó a Grecia, donde se sometió en un Gobierno regeneracionista como el de Syriza y a la propia opinión de la ciudadanía griega claramente expresada a un asedio económico hasta su rendición, y aplicándole con la máxima crueldad unas políticas antisociales y faltas de la mínima solidaridad.
Otro caso a destacar ha sido el trato a los refugiados y a la emigración. La Europa fortaleza ha sustituido a la Europa solidaria. La posición europea de subcontratar el control de sus fronteras a países tan poco democráticos como Turquía, Marruecos o Libia, no es más que un ejemplo de la absurda regresión, que no hace más que plegarse a las opiniones más xenófobas, racistas y reaccionarias hacia los diferentes. La UR ha incumplido hasta sus propios acuerdos de acogida mínima acordados. Todo ello a pesar de la necesidad objetiva de la inmigración ante el envejecimiento de la sociedad europea.
Las políticas antisociales y antisindicales adoptadas en muchos de los países miembros, y en algunos casos incluso por supuestos Gobiernos de izquierdas, son síntomas también de que los intereses de los grandes poderes económicos se superponen a los intereses de la mayoría social. La carencia de actuación de la Unión Europea para tratar de regular y limitar los efectos de una globalización sin límites, así como sus políticas equivocadas y antisociales, ha provocado y está en la base del surgimiento de los movimientos ultranacionalistas y xenófobos. Movimientos que hoy están en el gobierno de una parte de los países y con un peso cada vez más grande en sus opiniones públicas.
Las políticas llevadas a cabo durante la crisis por parte del gobierno de la UE han creado las bases del antieuropeísmo nacionalista. Y ahora en las elecciones europeas se demostrará el gran peso de este antieuropeísmo dentro del conjunto de la UE.
Todo ello es lo que se jugará Europa en las próximas elecciones en el Parlamento Europeo, donde se debatirán tres opciones: a) continuar en la línea actual, un status quo donde los poderes económicos son más importantes que los ciudadanos; b) el retorno hacia un nacionalismo regresivo que ya ha arruinado Europea en el pasado y contra la que se creó la propia Unión Europea; o c) la opción de un europeismo crítico que demanda más y mejor Europa, otra Europa donde los ciudadanos sean la prioridad de las políticas, avanzando en una mayor unidad económica y fiscal, una mayor unidad política con un Gobierno y un Parlamento europeos efectivos, una mayor unidad social con un mayor desarrollo de las libertades, de la fraternidad entre los pueblos y de la solidaridad dentro y fuera de las fronteras de la Unión, una opción defendida también desde el ámbito social por la Confederación Europea de Sindicatos (CES).
Esta tercera opción es la que le hace falta a la Unión, y por eso en nuestro país una candidatura rojo y verde como la que representaban Pablo Bustinduy y Ernest Urtasun habría sido una opción muy potente. Lamentablemente, la renuncia de Bustinduy deja un poco huérfana a esta candidatura, pero hace falta mantener voces críticas como la que representa su opción en Europa para conseguir cambios que permitan hacer un “cordón sanitario” a la ultraderecha y presionar a socialdemócratas y liberales hacia opciones más realmente partidarias de una nueva Unión Europea que vuelva a ilusionar sus ciudadanos.